Según Nietzsche (aquel chinche alemán que en 1879, después de un declive de salud, se vio forzado a abandonar su puesto como profesor, y es que ha de saber usted que desde su juventud —la de Nietzsche, no la de usted, no se haga, eh— había padecido frecuentes momentos de debilidad generalizada, con épocas de carencia visual que rozaba la ceguera, fuertes migrañas, y violentos ataques estomacales, condiciones persistentes que se agravaron al caerse de un caballo en 1868, lo que detonó finalmente —a la altura de su 44 cumpleaños— en un colapso mental que lo marginó de toda actividad), la fuente original del lenguaje y del conocimiento no está en la lógica sino en la imaginación, en la capacidad radical e innovadora que tiene la mente humana de crear metáforas, enigmas y modelos.
Luego entonces, si tomamos como cierto lo dicho por Friedrich Wilhelm —que así se llamaba Nietzsche—, todos aquellos que no han sabido cultivar —ya por infortunio, ya por desidia, ya por decisión— la habilidad innata de la imaginación, están condenados a repetir no sólo las palabras sino la conducta de vida impuesta por otros, en una amenidad obscena que hoy por hoy hemos llamado manipulación, y que se da en diferentes escalas y a través de diversas herramientas, incluidos por supuesto los medios de comunicación y los sistemas políticos, educativos y religiosos, que inseminan sus particulares dosis de verdad entre la ciudadanía desprotegida con fines casi siempre canallescos.
Y, bueno, tocado el punto de la verdad, el mismo Nietzsche se preguntaba: “¡Ficken! ¿Qué es entonces la verdad, sino una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos; en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes? Es sabido, pues que las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal gacho”. ¡Voy, que te quedó jabón!
Yo, que ni soy marinero ni filósofo ni alemán, me pregunto con el mismo ahínco: ¿Acaso es por eso que se dice que el edificio de la ciencia se alza sobre las arenas movedizas de ese metafórico origen, habida cuenta que se basa en verdades en comprobación constante?
“Pudiera ser, cochito —me respondió un sábado el Polacas© en la mesa 6 del Pluma Blanca, y agregó ya a medios chiles—: y quizá por ello el hombre, como animal social, ha adquirido el compromiso moral de mentir gregariamente, pero con el tiempo y el uso inveterado de ese recurso mediático se ha olvidado de su situación, por tanto miente inconscientemente, y en virtud de hábitos seculares y precisamente en virtud de la inconsciencia de este olvido, adquiere el sentimiento de verdad”, y luego se empinó la caguama, lo que me dio así como asquito, por lo que hube de otra pedir, mientras que nuestro filósofo local, ya en calidad de distribuidor vial en construcción, emitió su característica risa de hiena. En fin…
Jenófanes escribió a finales del siglo VI a.C.: "Por lo que respecta a la verdad absoluta ningún hombre ha sido capaz de llegar a ella, ni nadie lo logrará, ni tan siquiera los dioses, ni nada de lo que yo diga conseguirá alcanzarla, y ya que en el supuesto de que alguien lo logrará, nunca tendría constancia de haberlo conseguido. La realidad no es más que una telaraña entretejida con conjeturas".
No, pues Jonófanes si estaba ca’ón y bonito, eh…
Para él, pues, toda idea tenida por cierta podría sustituirse por otra que estaría más próxima a la verdad absoluta. O sea, qué fácil…
Desafortunadamente, después de tanto tiempo de estar sujetos a mentiras y desinformación, los pocos chances de que la sociedad pueda superar la programación social y cultural tornan el asunto algo difícil, pero no imposible: algo así como que el Cruz Azul le gane al América el domingo… digo: la filosofía abre las posibilidades hasta para eso, aunque en términos reales las cosas parezcan una cruzada calderoneana… por decir lo menos.
Los agentes de operaciones psicológicas son maestros en desencadenar programas emocionales para que la gente duerma. Como un estudiante del tema, Robert Canup —compadre del Polacas©, ciertamente— dijo que el 99% de todos los problemas que la humanidad enfrenta, son producto de una simple causa: el problema de la mentira verosímil.
Nuestro mundo parece haber sido invadido por individuos para quienes la visión de la vida y del amor es tan drásticamente diferente de lo establecido por la norma hace mucho tiempo, que estamos mal preparados para tratar con las tácticas de lo que Roberto Canup llama la "mentira verosímil.”
Como él lo demuestra, la filosofía de la "mentira verosímil" ha alcanzado los sectores legal y administrativo de nuestro mundo, convirtiéndolos en máquinas dentro de las cuales los seres humanos con emociones verdaderas son destruidos.
Los seres humanos han sido acostumbrados a asumir que otros seres humanos -por lo menos- están intentando "hacer el bien" y "ser buenos" y justos y honestos. Y por eso, muy a menudo no nos tomamos el tiempo necesario de hacer una investigación profunda para determinar si una persona que ha entrado en nuestras vidas es, de verdad, una "buena persona."
Y cuando luego nace un conflicto, caemos automáticamente en la suposición cultural de que en cualquier conflicto, una de las partes tiene parcialmente razón de algún modo, y la otra de algún otro, y que podemos formarnos una opinión sobre qué parte está más o menos en lo correcto.
Y como llegado a este punto ya me perdí en el discurso, pues hasta aquí dejo lo que dije, y me arropo en esa otra “mentira verosímil” que más parece un mito fundacional: hoy es jueves; o sea, viernes chiquito, como para abrirle la puerta al fin de semana para decir salud, bicentenariamente hablando, claro está…
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