Dice el pie de foto que quien ahí aparece —la rubia de cabello largo, ciertamente, y que está de pie— es una chica vendedora de limonada en las playas de Porto Seguro, Brasil, que sin ser una isla, es un país rodeado por el mar: yo no puedo explicar esto último sin recurrir a la literatura barata y a metáforas mesiánicas... por eso, mejor usted imagíneselo, amigo lector...
El otro personaje que está en la gráfica —con bigote, lentes, barbilla hirsuta y supongo que un tzingo de dólares en el bolsillo— es un turista sediento que está calmando su adipsia —que, imagino, ante los recipientes de limonada, aquello se convierte en polidipsia— a sorbos, tragos y chupetes, como haría cualquier turista sediento bien nacido...
Como sea, aquí nos damos cuenta de que existen cosas interesantes en ese inmenso Brasil rodeado por el mar... y los turistas.
Diría el secretario del Trabajo brasileño —o al menos el suatón que tenemos en México sí lo diría para salvarle el lomo a su patrón— que esta joven hizo uso de la creatividad y auto-empleo...
Dicen los que conocen a esta güera que ella vende aproximadamente 300 limonadas por día —aunque no precisan de qué lado salen más correas, jeje—, eso cuando llueve, y hay movimiento flojo; es decir, cuando escasean los clientes... mjú: ¿cómo no?
Lo malo de esto es que si la moda pega —o sea, mejor dicho: si pega más—, va a tener a muchos malandrines y demonios sueltos tratando de sacar algo más que limonada de ella...
Dice el profesor Bossé, ya de salida, que eso —el modo de vender limonada, no los malandrines que se acercarán a ella a tratar de exprimirle los volúmenes: ¡a-ñil!— afirma que no existe crisis en los negocios, lo que existe es falta de competencia, imaginación y creatividad.
Esto podría ser una buena idea, y más ahora que se está convocando a la Octava Feria de la Creatividad en una universidad de noroeste de México: éste sí que es un proyecto que bien podría equilibrar emociones, y de paso generar excelentes ingresos, según la experiencia de la chica brasileña.
Y, bueno, considerando que en Sonora los calores duran como seis meses, y que no nos dejan andar en paz por esas calles de dios, cualquier joven se haría rica con un negocio de esos... y ya llegado el tiempo de frío, podría cambiar el giro y vender chocolate caliente, café o champurrado...
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Acá, entre nos, me comentó mi primo el Chato Peralta que viendo esa foto le ganó el ímpetu de la creatividad y piensa irse a vender plátanos a Bahía Kino... se los paso al costo por aquello del espanto y el delirio...
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