Trova y algo más...

jueves, 16 de septiembre de 2010

El padre incendiario...

La naciente insurgencia (I)
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¿Cómo fue realmente el llamado de Hidalgo a la rebelión? ¿Por qué lo siguió la gente? ¿Cuál era la lógica de sus primeras acciones y la naturaleza de sus aliados? Presentamos un capítulo de la minuciosa y definitiva biografía que el doctor Carlos Herrejón publicará en los próximos meses.

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El Grito de Dolores: "¡Se acabó la opresión!"

"Cuando ya estaban reunidos como quince o dieciséis personas, alfareros y sederos, inclusos los dos serenos, y algunos del pueblo que no pertenecían a las oficinas del señor Cura, pero que con el rumor de la novedad se habían levantado, y otros que los mismos alfareros habían convidado al pasar por sus casas, entonces dio orden el señor Cura a los alfareros para que fueran a traer armas y hondas que estaban ocultas en la alfarería, lo cual se verificó en un momento y se les repartieron a los que habían concurrido [...]

Una vez armados los pocos que se habían reunido, tomó el señor Cura una imagen de nuestra Señora de Guadalupe, y la puso en un lienzo blanco,1 se paró en el balconcito del cuarto de su asistencia, arengó en pocas palabras a los que estaban reunidos recordándoles la oferta que le habíamos hecho de hacer libre nuestra amada patria, y levantando la voz dijo:

–¡Viva nuestra Señora de Guadalupe! ¡Viva la independencia!

Y contestamos:

–¡Viva!

Y no faltó quien añadiera:

–¡Y mueran los gachupines!"2  

Acto seguido el cura se dirigió junto con ellos a la cárcel, donde liberó a cincuenta reos; de allí fueron todos al cuartel por espadas. Se agregaron soldados del destacamento del Regimiento de la Reina. Y todos se distribuyeron para proceder a la prisión de españoles: Allende y Aldama al subdelegado Rincón, aunque criollo, y al colector de diezmo Cortina; Balleza, al padre sacristán, el peninsular Bustamante; Mariano Hidalgo y Santos Villa fueron por los demás. En total 18 condujeron a la cárcel. Larrinúa fue herido por uno de los reos liberados.3

El subdelegado Rincón se oponía a entregar a Cortina, el encargado del diezmo recién llegado; no se doblegó hasta que llegaron Allende e Hidalgo.4 El lugar del subdelegado lo ocupó Mariano Montes.

Mientras tanto el campanero, el Cojo Galván, había dado las llamadas para la misa de cinco. Como una de las razones primordiales del movimiento era la defensa de la fe y sus prácticas, lo más seguro es que, una vez aprehendidos los gachupines, gran parte de los sublevados acudiera a la misa dominical, pues era de riguroso cumplimiento comenzando por el propio Hidalgo, aunque no oficiara él sino uno de los vicarios.

Habiendo salido todos de la iglesia poco después de las seis, allí en el atrio el cura Hidalgo arengó a la multitud en estos términos:

"¡Hijos míos! ¡Únanse conmigo! ¡Ayúdenme a defender la patria! Los gachupines quieren entregarla a los impíos franceses. ¡Se acabó la opresión! ¡Se acabaron los tributos! Al que me siga a caballo le daré un peso; y a los de a pie, un tostón."5    

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"Voy a quitarles el yugo"

A las siete de la mañana ya se contaban más de seiscientos los animados a entrar en la insurgencia. Allende y Aldama, ayudados por 34 soldados del destacamento del Regimiento de la Reina, se dieron a la tarea de formar pelotones y dotarlos cuando menos de hondas que tenían guardadas en El Llanito y lanzas de Santa Bárbara, de donde había llegado Luis Gutiérrez con más de doscientos jinetes.6

Mariano Abasolo no estuvo en el momento de la primera arenga, pues permaneció en su casa, pero más tarde escuchó a Hidalgo mientras se dirigía no a la muchedumbre sino a un grupo de vecinos principales de Dolores. En efecto, el propio cura Hidalgo y Allende mandaron juntar todos los vecinos principales del propio pueblo, y reunidos, les dijo el Cura estas palabras:

"Ya vuestras mercedes habrán visto este movimiento; pues sepan que no tiene más objeto que quitar el mando a los europeos, porque éstos, como ustedes sabrán, se han entregado a los franceses y quieren que corramos la misma suerte, lo cual no hemos de consentir jamás; y vuestras mercedes, como buenos patriotas, deben defender este pueblo hasta nuestra vuelta que no será muy dilatada para organizar el gobierno."

Con cuya simple arenga, sin decirles los vecinos si lo ejecutarían o no, se retiraron a sus casas.7

Hidalgo encargó la parroquia al padre José María González, generoso devoto de la cofradía de los Dolores. Hubo otras misas dominicales y así unos entraban y otros salían. Almorzaban lo que generalmente se ofrecía en el tianguis dominical.

Hidalgo inició también una de las que serían las acciones de mayor trascendencia para el movimiento: el nombramiento de comisionados para diversos puntos. Por último, encargó los obrajes a Pedro José Sotelo y otros.

Habló con sus hermanas Vicenta y Guadalupe, prometiéndoles que pronto volvería, y hacia las once de la mañana montó en caballo negro. Al paso del desfile de cerca de ochocientos sublevados que enfilaron hacia la hacienda de la Erre, pasando por el puente del río Trancas, una joven del pueblo, Narcisa Zapata, le gritó al párroco:

 

–¿A dónde se encamina usted, señor Cura?

Y éste contestó:

–Voy a quitarles el yugo, muchacha.

A lo que replicó Narcisa:

–Será peor, si hasta los bueyes pierde, señor Cura.8

 

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Ya había salido la extraña tropa, cuando llegó a Dolores aquel mozo Cleto, Anacleto Moreno, a quien Hidalgo había encargado conseguir adeptos en Tierrasnuevas. Había hablado en efecto con un tal Urbano Chávez, pero este, haciéndole creer que se interesaba, lo denunció ante José Gabriel Armijo, quien lo llamó para pedirle una constancia escrita por Hidalgo en que formulara la invitación a la revuelta.

El ingenuo Cleto a eso se presentó en Dolores; mas no halló sino a un soldado insurgente en la casa de Hidalgo, que no tuvo empacho en extenderle, delante de Abasolo, el siguiente papel, significativo de cómo se percibía el levantamiento:

 

"En diez y seis de septiembre de 1810 han sido presos todos los gachupines de este lugar. En la fatiga no ha sido menester maltratarlos ni lastimarlos, porque ha sido tanto el gentío que alcanzó el número a 300 y tantos de a pie y 400 de a caballo; y habiéndolos puesto en la cárcel, fueron puestos en libertad todos los presos y fueron pensionados a tomar las armas. De sus intereses no se ha echado mano hasta hoy más de los reales para sueldos de toda esta gente, repartiendo en trozos cada un trozo con su comandante según el número de gachupines en cada un lugar hay.

Esto es reducido a quitar esta vil canalla de estos mostros [sic], antes que se ejecute la ruin que se espera de que se entroduzca la herejía en este reino; y así, considero usted hace lo mismo en ese partido, pues no vamos en contra de la ley".9  

Por demás está decir que a su regreso Cleto fue aprehendido mientras Armijo comunicaba el levantamiento a su jefe, Félix María Calleja.10  

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"Ya se ha puesto el cascabel al gato"

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La estampa del cura al lanzarse a la lucha: "Era Hidalgo bien agestado, de cuerpo regular, trigueño, ojos vivos, voz dulce, conversación amena, obsequioso y complaciente; no afectaba sabiduría; pero muy luego se conocía que era hijo de las ciencias. Era fogoso, emprendedor y la vez arrebatado."11

La descripción de Alamán lo completa, bien que él aún carga su prejuicio de ver oscuro todo lo relativo a la insurgencia:

"Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años [en realidad 57], pero vigoroso, aunque no activo ni pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato común, pero animado en la argumentación a estilo de colegio, cuando entraba en el calor de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de pueblos pequeños".12  

A este retrato convendría añadir que normalmente su genio era suave, como había escrito Riaño, bien que alguna que otra vez estallara en cólera, que no obstante la conciencia de su saber era humilde, que gozaba las fiestas con suma alegría y no desdeñaba conversar con mujeres de alguna gracia, que compartía la vida al igual con aristócratas que con indios y castas, que sus pasiones eran la música y la fiesta brava, que era excesivamente pródigo y se la pasaba endeudado sin mayor angustia y, en fin, que era astuto como un zorro.

Mas por encima de todo, a partir de aquel día del Grito mostraría el más grande de los resentimientos contra los europeos, como que había acogido y albergado en su corazón los agravios padecidos por todos los nacidos en estas tierras de parte de aquellos.

En lo físico solo faltaría decir que era buen jinete y así, montado en caballo negro, emprendía su ruta de libertad y destrucción. Esa personalidad destacaba entre la muchedumbre, pero al mismo tiempo se iba diluyendo en ella. Acababa de abrir la cueva de los vientos y el vendaval lo rebasaría. La biografía de Hidalgo tiende a perderse en la historia de la guerra.

Llegó la muchedumbre a la cercana hacienda de la Erre cuyo administrador Miguel Malo, sin duda prevenido y apoyado, tenía dispuesta comida para los jefes y algunas decenas de sublevados.

Mientras tanto se acercaban al rumbo varios militares, unos de Querétaro, enviados a capturar a Allende y a Aldama, y otros, de Guanajuato, a Hidalgo; pero al enterarse del movimiento se retiraron. Terminada la comida, como a las dos de la tarde, se ordenó marchar a San Miguel el Grande e Hidalgo exclamó: "¡Adelante, señores! Ya se ha puesto el cascabel al gato. Falta ver quiénes son [sic] los que sobramos."

Al atardecer se detuvieron brevemente en el santuario de Atotonilco, cuyo capellán Remigio González ofreció de merendar a los dirigentes.

Hidalgo, habiéndose dirigido a la sacristía, que sin duda conocía bien, tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe, enarbolándolo como una de las banderas del movimiento. A partir de entonces el grito de "¡Viva la Virgen de Guadalupe!" resonaría incesantemente.13

Durante los primeros meses del movimiento los insurgentes blandieron diversas banderas, a menudo las mismas de los batallones de soldados regulares que se les agregaban; pero destacaron la Guadalupana elegida por Hidalgo y la que llevaba la imagen de Fernando VII, que se avenía más con la postura de Allende y que Hidalgo ni impuso ni prohibió; esto último porque le atraía partidarios.

La noticia de lo ocurrido en Dolores ya había llegado a San Miguel el Grande antes de que arribaran los sublevados. De tal suerte el coronel Narciso de la Canal, comandante del Regimiento de la Reina al que pertenecía Allende, en unión de su cuñado el alférez Manuel Marcelino de las Fuentes, convocó a una reunión del Ayuntamiento, esto es, al licenciado Ignacio Aldama, alcalde provincial, así como a Juan de Humarán, Justo de la Cruz Baca, Francisco Landeta, Domingo Berrio y otros. Humarán proponía salir a recibir a los insurgentes; los demás, que el propio Aldama y Cruz Baca fueran en comisión a hablar con los sublevados, en tanto se reuniera la tropa para resistir.

Manuel Marcelino de las Fuentes comunicó este acuerdo a De la Canal, quien acababa de recibir al sargento Francisco Camúñez, que también acudía a la aprehensión de Allende y Aldama. De la Canal dejó el mando a Camúñez, advirtiéndole que dudaba de la actitud de los soldados, adictos como eran la mayoría a Allende. Y en efecto, solo se pudieron contar cuarenta. De la Canal y De las Fuentes hicieron saber a los peninsulares la conveniencia de reunirse en las Casas Reales, cosa que hizo un buen número, mientras otros huían.

Los insurgentes nuevamente hicieron un alto junto al arroyo de La Arena como a las seis de la tarde. A esa hora llegaron los comisionados de San Miguel. Enterados de los propósitos, regresaron a San Miguel, lo comunicaron a los demás del Ayuntamiento, ponderando que era mucha la gente levantada, como unos mil doscientos, y que iban en aumento, pues San Miguel mismo se despoblaba por sumarse a la muchedumbre insurrecta. Los que se quedaban empezaron a clamar contra los peninsulares al grado de que el cura Francisco Uraga, el oratoriano Elguera y el propio De la Canal se esforzaban en calmar a la multitud.

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San Miguel el Grande: "Solo queda la autoridad de la nación"

Los insurgentes entraron por el barrio de San Juan de Dios como a las siete, Allende a la cabeza e Hidalgo a la retaguardia. Este había reconvenido a Allende por no tener suficientemente apalabrada a toda la tropa. Por eso se quedó atrás haciéndose el enfermo hasta que Allende entró y aseguró la situación.14

Tanto el pueblo que los recibía como los que entraban aclamaban a Allende, a Hidalgo y a Aldama, así como a la Guadalupana y a Fernando VII. Sus arengas se mezclaban con la de "¡Mueran los gachupines!". Y como los dirigentes ya habían acordado como estrategia fundamental la prisión de españoles, Allende fue por ellos a las Casas Reales.15

Estaban en la planta alta, pero no querían abrir la puerta y pedían la presencia de Narciso de la Canal como autoridad que representaba la del Rey, a lo que Allende contestó: "Esa autoridad ya no existe, solo queda la de la nación." Habiéndose presentado pronto De la Canal, al final abrieron.16

Allende entonces trató de tranquilizarlos: que no se trataba de vengar agravios personales, sino de sustraer al país de la dominación, y que para ello era necesario aprehenderlos sin causarles mayor molestia. Al mismo tiempo Uraga le preguntó a Hidalgo desde el balcón qué querían. A lo que Hidalgo contestó: "Se quiere recoger a todos los españoles y hacer la independencia de Nueva España." De tal suerte los tomaron presos y los condujeron al Colegio de San Francisco de Sales,17 donde veinticinco años antes enseñara Juan Benito Díaz de Gamarra, notable introductor de la filosofía moderna en México.

Durante el breve trayecto se dio un conato de resistencia por el ayudante mayor del Regimiento de la Reina, Vicente Gelati, quien hizo retirar a varios soldados que se adherían a la insurgencia y luego a doscientos sublevados encabezados por el padre Balleza; pero llegado De la Canal lo exhortó a desistir, pues "de lo contrario –le dijo– estamos todos perdidos". Allende lo amenazó, Gelati trató de rechazarlo, al fin debió ceder y fue incorporado también a los prisioneros. El grueso del Regimiento de la Reina se adhirió a la insurgencia.

La multitud saqueó la tienda de Francisco Landeta e intentó hacerlo con la de Pedro Lámbarri, pero Allende se interpuso y los retiró a cintarazos.18

Hidalgo se fue a dormir a casa de su comadre, la viuda de Domingo de Allende.

Por Carlos Herrejón. Este es un adelanto de la biografía de Hidalgo que será publicada próximamente por la editorial Clío en coedición con Fomento Cultural Banamex y El Colegio de Michoacán.

 

(www.letraslibres.com/index.php?art=14896)

Notas: 

  1. Esta imagen debió ser de pequeñas dimensiones, como la que aparece en el retrato del cura pintado por Antonio Serrano, y al parecer su utilización se redujo a ese momento. El estandarte de Atotonilco es otro, pero tiene este antecedente.

2. Juan Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, t. II, 1877-1882, pp. 322-323; Testigos de la primera insurgencia / Abasolo, Sotelo, García, 2009, pp. 90-91.

3. Lucas Alamán, Historia de Méjico, t. I, 1942, p. 242.

4. Pedro García confunde el apellido, llamándolo Cubilán en vez de Cortina: Testigos..., op. cit., pp. 168-169.

5. Declaraciones de Juan Aldama en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, t. vi, 1910. Gramaticalmente hemos cambiado la oración completiva directa, que es como Aldama lo refiere, a cita independiente, como fue en realidad. Asimismo hemos colocado signos de admiración que sin duda correspondían al momento. El vocativo "Hijos míos" era usual en Hidalgo.

6. Testigos..., op. cit., p. 170.

7. Mariano Abasolo, Declaraciones de su proceso, en Archivo General de Indias (AGI), Sevilla, España, Audiencia de México, legajo 1322; 4ª pregunta, ibidem, p. 27.

8. Luis Castillo Ledón, Hidalgo / La vida del héroe, t. II, 1972, p. 8.

9. Un testimonio inédito del inicio de la Independencia mexicana, 1988, pp. 1-4.

10. Archivo General de la Nación, México, D.F. (en adelante AGN), Operaciones de Guerra, vol. 69, fs. 1v-2v.

11. Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, t. I, 1961, pp. 202-203.

12. L. Alamán, Historia de Méjico, op. cit., p. 227.

13. Hidalgo aseguró que él mismo tomó la imagen y la puso en manos de otro para que la llevase delante: Antonio Pompa y Pompa, Procesos inquisitorial y militar seguidos a Miguel Hidalgo y Costilla, 1960, p. 231. Allende, en una parte de su proceso dijo que uno de la compañía la había tomado y en otra parte sostuvo que ignoraba quién lo había dispuesto: G. García, Documentos históricos..., op. cit., pp. 6, 35.

14. G. García, Documentos históricos..., op. cit., p. 31.

15. J. Hernández y Dávalos, Colección de documentos..., op. cit., pp. 524-525.

16. José María de Liceaga, Adiciones y rectificaciones a la Historia de Méjico que escribió D. Lucas Alamán, t. 1, 1985, p. 61.

17. Testigos..., op. cit., pp. 173-174.

18. L. Alamán asienta que fueron saqueadas las casas de los europeos y que Hidalgo desde el balcón de la casa de Landeta tiraba dinero al pueblo diciendo: "Cojan, hijos, que todo es suyo": Historia de Méjico, op. cit., p. 246. Tanto J.M. Liceaga (Adiciones..., op. cit., pp. 62-64) como Benito A. Arteaga (El héroe olvidado / Rasgos biográficos de D. Ignacio Allende, 1953, p. 106) precisan: Hidalgo no tiró dinero ni gritó tal cosa; quien arrojó el dinero de la casa de Landeta fue un sujeto del pueblo que gritaba: "¡Mueran los gachupines! ¡Muera Landeta! ¡Viva la América!"

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