En la calle, dicen, más que en el pleno de la Cámara de Diputados, es donde se sabe quién es y qué piensa esa masa amorfa que los intelectuales vespertinos del Sanborn’s, los religiosos que fustigan a su cliententela cada domingo y los políticos mediocres de siempre denominan con el simple sustantivo común de “pueblo”, tan indeterminado y huidizo como el más vano pensamiento que se tenga sobre el asunto.
En la calle es donde esa enorme y creciente ciudadanía anónima que duerme en el basurero y las banquetas sucias de la economía globalizada, el “pueblo”, pues, vamos juntando las piedras de la vida para colocarlas una sobre otra e ir construyendo las señales de la realidad, las mojoneras que delimitan los sueños con esa tela de cebolla transparente que nos arrincona en una esquina neutral del ring de las esperanzas para dar y recibir los golpes que el cielo nos tiene prometidos, para decirlo al más puro estilo de la doble moral que nos gobierna.
En la calle hacemos nuestras propias encuestas cotidianas, en las que no hay margen de error porque la sobrevivencia no lo permite, y revisamos punto a punto la ortografía del hambre para poner en limpio el oficio que enviamos A quien corresponda, Domicilio conocido, Presente, con sus tres copias de rigor para ver si así le atinamos, y nos sentamos a esperar sobre una piedra a que la revolución se baje de la Suburban y derrame su manto bienhechor sobre los 62 millones de pobres oficial y presidencialmente reconocidos, más los que se acumulen en la semana.
Y así, en la calle, andamos mirándonos los ojos para cerciorarnos si todavía hay una luz de razón, un algo en el fondo de la mirada que nos haga sentir que nos quedan testimonios que compartir, propuestas que poner sobre la mesa de las discusiones, temas inacabados que podríamos retomar para darle rumbo a una colectividad que, según los teóricos de la política y los expertos de los planes sexenales, nace, muere y vuelve a nacer con cada administración, sin detenerse a pensar que son las administraciones las que se reciclan y que la sociedad, por desgracia, sigue siendo la misma.
Por eso, dicen, estamos en la calle: buscándonos, pues, ni modo que dónde...
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