Trova y algo más...

miércoles, 10 de octubre de 2012

Antonio Sánchez Ibarra: tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio...


¿Cómo puede morir del corazón alguien que amó tanto a los demás, alguien que se regaló en pedazos para hacer de éste un mundo mejor? No lo sabemos. Esa es una ironía más de la vida.


Lo que sabemos es que la madrugada del domingo 13 de septiembre de 2009 falleció en su lecho Antonio Sánchez Ibarra: el hijo, el esposo, el padre, el maestro, el astrónomo… el amigo.


La muerte se llevó de un tirón los latidos de su corazón y no lo dejó terminar siquiera el 2009, marcado como el Año Internacional de la Astronomía. Esa es otra ironía de la vida.


“Coincidir” era una de las canciones favoritas de Antonio Sánchez Ibarra: Soy vecino de este mundo por un rato y hoy coincide que también tú estás aquí, coincidencias tan extrañas de la vida: tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir, dice la canción en su primera estrofa como carta de presentación de la amistad.


Y sí, ser vecino de este mundo por un rato es una cualidad humana inevitable: en el territorio de la transitoriedad que es la vida todos llegamos un día y partimos cualquier otro hacia esa dimensión extraña que denominamos recuerdo.


Y es que ya lo sabemos: en cuanto nacemos ya nos vamos despidiendo de la vida; por ello, por esa naturaleza inevitable de ser individuos transitorios, algunas personas aprovechan cada momento del día para tomar sin descanso esas cosas pequeñas que brinda lo cotidiano, esas minucias que hacen grandes diferencias y que van construyendo a los seres brillantes y sensibles que nos abrazan con sus palabras y nos guían con su presencia. Nos dan luz, como Antonio.


Antonio Sánchez Ibarra fue un hombre que aprendió a descifrar desde niño su destino, entendió que el paso de los individuos por el mundo es temporal y vivió con intensidad cada una de sus etapas en su corta estancia de las coincidencias terrenales: fue un hombre de palabra fácil, divulgador al fin; de muchos ejemplos, esposo tenaz y padre amoroso, pues; de interminables anécdotas, amigo repetido y múltiple, multiplicador de los abrazos y de los buenos sabores del alba…


Antonio supo desde pequeño que todos estamos en el mundo para algo que intuimos vagamente y que se reduce a un puñado de palabras: “Hacer de éste un mundo mejor”, pero que muy pocos lo entienden así. La mayoría vamos por los caminos del planeta tratando de que los demás sean quienes mejoren el mundo para nosotros.


Acaso por eso fue de esos seres que dondequiera que estuvieran o cualquier cosa que hacían, trataba siempre de transformar nuestro mundo en un mejor lugar para vivir: sea con la astronomía, con la música, en la cocina, con las artes marciales, con la divulgación científica, con la amistad granada que ofrecía a manos llenas.


No por nada decía: “Cada logro es importante, no puedo decir uno que sea mayor que otro, cada uno tiene su espacio, su tiempo, tiene la participación de diferentes personas; pero creo que lo más importante es haber adquirido una identidad desde muy pequeño, el haberme enamorado de algo, haberme dedicado a eso y haber tomado la decisión de permanecer ahí”.




Un gitano en el universo


Cuentan que Antonio Sánchez desde niño se enamoró del sol, trazó su propia órbita en torno a él y ya de adulto, como gitano en el universo, enseñó a pueblos enteros a mirar las estrellas provocando el mismo asombro de los primeros tiempos de la astronomía porque la capacidad del ser humano de hoy para maravillarse con lo cotidiano de los astros y sus movimientos infinitesimales es exactamente la misma que la de nuestros remotos ancestros.


Las crónicas señalan que la presencia de Antonio Sánchez Ibarra en el universo de la astronomía es invaluable porque su tesón lo llevó a viajar a los confines del mundo y su disciplina cristalizó en innumerables proyectos.


Así, con un bagaje científico de excelencia en el campo de la astronomía, llegó un día de 1990 a la Universidad de Sonora: se integró rápidamente al Centro de Investigación en Física y formó el área de Astronomía dentro del mismo centro, en el que presentó el proyecto para conformar un aula en el observatorio solar. Con ello nació la “Estación de Observación Solar” (EOS), que fue la plataforma donde se construyeron universos alternos al celeste martillados con el esfuerzo diario, la responsabilidad y un espíritu indoblegable.


Sus compañeros universitarios dicen que Antonio se sabía de memoria los mapas celestes porque los había recorrido miles de veces ayudado con el telescopio o jugando con la imaginación o modelándolos con los sueños en un día tras días los últimos 19 años de su vida puntualmente.


Pero la muerte no tiene palabra de honor, y en cualquier momento resquebraja toda esperanza.




Un ramillete de astros y luces fugaces


El lunes 14 de septiembre de 2009 fue la primera vez que Antonio Sánchez llegó tarde a la Universidad, su casa de trabajo: a las 10:00 de la mañana arribó su cuerpo en una carroza fúnebre de color negro.


En las escalinatas de la Rectoría autoridades, compañeros, alumnos, amigos y familiares se reunieron para brindarle un homenaje por su ardua labor en la divulgación, pero no sólo eso, también por su calidad humana y su alto sentido de la enseñanza, pues nunca se negó a compartir sus conocimientos y estaba siempre disponible para quien solicitara una colaboración de su parte.


Todos destacaron la incansable tarea del astrónomo y dieron información de lo que fue su vida y los logros obtenidos en su profesión; describieron sus aficiones, su gusto por la ciencia y la música.


Luego su cuerpo volvió a la carroza, que recorrió algunas calles de la alma máter hasta llegar al Difus: la siguieron una comitiva de dolientes y una camioneta cargada de flores.


El féretro volvió a pisar tierra al llegar al sitio que albergó a Antonio diariamente en la Universidad, y quedó justo frente al observatorio que tanto promovió instalar en la institución: ahí se realizó otra despedida, una más íntima, una que recogió astros y luces fugaces para formar ramilletes y depositarlos junto a Antonio para que su tránsito por la memoria sea siempre luminoso.


Ahí se escucharon sensibles palabras de sus colaboradores cercanos, amigos y colegas que incluso llegaron de otras partes del país como Ciudad Obregón, Monterrey y Coahuila, por mencionar algunos.


Las anécdotas contadas por sus pupilos y conocidos hicieron que los asistentes pasaran frecuentemente de la risa al llanto: Todos coincidieron en que este ser humano les dio mucho, algunos de ellos lo veían como a un padre y mencionaron que harían todo lo posible por continuar con su labor.


Después de dos horas en la máxima casa de estudios, su cuerpo abandonó para siempre las instalaciones, pero se notaba claramente que su esencia se quedó flotando no sólo en los edificios sino en el alma de cada uno de los que lo conocieron aprendieron de él.




La cosmografía, su forma de vida


Ahora Antonio es una leyenda. Se ha ganado la inmortalidad a pulso: desde el viernes 18 de septiembre el observatorio astronómico del Centro Ecológico de Sonora lleva su nombre en honor a su legado en investigación y por haberse distinguido de manera extraordinaria en la divulgación y difusión de las ciencias astronómicas.


No podría ser de otra forma el homenaje para un hombre que distinguió una constelación a los cinco años de edad: una noche cuando acostumbraba a salir a caminar por la banqueta, viendo la oscura concavidad cielo, reconoció una de esas estrellas que observaba en los libros y fue así como tuvo su primer encuentro con la astronomía más allá de las páginas de papel, porque más que una ciencia para Antonio Sánchez Ibarra, la cosmografía fue su forma de vida.


En la sala de su casa se podía apreciar la necesidad de enriquecerse de diversas culturas, pudiendo encontrar desde un bongó africano hasta una espada china o un sombrero gaucho, también una colección de soles de diferentes culturas y representaciones que fueron regalo de sus amigos y recuerdos de diversos viajes que realizó por el mundo llevando a cabo su trabajo.


Y qué decir de la cantidad de publicaciones que reposan en un librero, los cuales lo han guiaron en su camino al conocimiento y sabiduría que lo caracterizaron sin faltar la imagen de un gran personaje: Alberto Einstein.


Entre las participaciones más relevantes de su carrera se destaca la Sociedad Astronómica Orión en Nogales, que fundó en 1972; fue corresponsal para México de 1984 a 1988 de programa “International Halley Watch”, que organizaron la NASA y la Agencia Europea del Espacio.


En el 2000 se le otorgó el reconocimiento al Mérito Ciudadano por el H. ayuntamiento de Hermosillo. Por si fuera poco participó como traductor para la NASA de materiales educativos sobre Física Solar.


Gracias a su trayectoria participó en diferentes países en observaciones e investigaciones sobre los fenómenos astronómicos: Unión Soviética, Moscú, Japón, Egipto, China, entre otros lugares fueron testigos de su tenacidad y conocimientos.




A más de uno le llamó hermano


Marcela Barraza, su esposa por muchos años, conceptualizó a Antonio con las palabras adoloridas de un amor inacabado: “Nos enseñó a disfrutar lo que es el universo, a conocer las maravillas de nuestra estrella, el sol, trayéndolo desde otra perspectiva…


“Infinidad de veces los niños le daban las gracias porque les había mostrado algo que jamás hubieran podido leer en un libro. Su trabajo y particularmente sus cursos básicos de astronomía eran abiertos a todas las edades, solamente pidiendo el deseo de conocer el cosmos y la potencialidad que tiene la mente humana para construirse a sí misma y evolucionar…


“Ese era Antonio Sánchez; pero también tenía otras dos facetas: la música era su pasión; le encantaba poder expresarse a través de ella porque consideraba que el cosmos lograba adquirir sonidos a través de sus bongós y la guitarra, y cuantas veces tenía oportunidad entregaba esa parte de su vida a la gente. Su otra gran pasión fue su familia, y no sólo la consanguínea, porque a más de uno le llamó su hermano”.


Y quienes tuvieron el gusto de trabajar con Antonio saben que uno de sus mayores logros fue transmitir de una manera accesible las maravillas del universo, y su pasión por la divulgación de la ciencia motivó a una gran cantidad de jóvenes a estudiar carreras científicas.


Saben también que Antonio incursionó por necesidad en la divulgación científica tanto en México como en el extranjero, porque cuando se interesó por la astronomía batalló mucho ante la falta de material didáctico y la carencia de medios a través de los cuales enriquecer el conocimiento: a raíz de eso se propuso promover programas mediante los cuales pudiera compartir lo aprendido con gente interesada en esa información.


Así era Antonio Sánchez. Así fue siempre: un hombre que prodigó su conocimiento en beneficio de los demás.


Y en esa generosidad humana, el poco tiempo que Antonio vivió lo pasó haciendo bien a los demás y no dejó aquí sino buenos recuerdos y un ejército de amigos que con su muerte también murieron también un poquito.


Porque en esas coincidencias tan extrañas de la vida uno se llega a encontrar estrellas fugaces como Antonio Sánchez Ibarra que retroalimentan la curiosidad científica o interaccionan con los rasgos cotidianos de todos o revaloran las cosas pequeñas del día para sembrar las maravillas que nos impulsan a ir un poco más allá a través de un telescopio o de la imaginación o de los sueños para ubicarnos en el tiempo y el espacio como seres sociales y comunes: tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir…


A un año de su muerte, se dijo:


Como todos saben, hoy conmemoramos un año de la despedida física de un entrañable amigo, un distinguido universitario y un excelente compañero: Antonio Sánchez Ibarra.


Digo despedida física, porque el espíritu de Antonio sigue con nosotros, permanece en estas paredes, es el alma del observatorio y es la piedra angular de muchas acciones que hoy mismo siguen realizándose en el campo de la astronomía en nuestra institución.


Hablar de Antonio aquí y ahora es como referirse al aire que en este momento estamos respirando, porque él sigue estando tan presente como el primer día que pisó la Universidad de Sonora, en la primera mitad de la década del setenta.


En aquel tiempo, en sus viajes constantes de Nogales a Hermosillo para establecer un sólido contacto cultural con los artistas y científicos de la Universidad, Antonio tal vez sin saberlo fue mudándose poco a poco a esta ciudad, que le abrió los brazos y le ofreció el corazón hasta hacerlo uno de sus hijos predilectos: recordemos que en el año 2000, el cabildo hermosillense le otorgó el reconocimiento al Mérito Ciudadano.


Mentiría si les dijera que al pasar por estos pasillos no viene a la mente el recuerdo de Antonio Sánchez, el hombre que impulsó la construcción y puesta en marcha de este observatorio.


La Universidad de Sonora estará en deuda con Antonio para siempre porque abrió el campo y fortaleció el trabajo del área de Astronomía, que se ha vuelto un punto de contacto permanente con la sociedad, con niños y jóvenes que durante muchos años se han acercado para conocer los invisibles caminos de los astros en el territorio celeste; niños y jóvenes que Antonio atendió con paciencia, que instruyó con inteligencia y que, al paso del tiempo, con satisfacción vio ingresar a las aulas universitarias para aprender los misterios de todas las ciencias.


Aún podemos recordarlo con su larga cabellera al aire, como un cometa de todos los días cruzando el campus, caminando inquieto por la Universidad, reflexionando en las mil y una cosas que podrían hacerse para seguir la ruta del sol y continuar trazando el mapa del cielo desde nuestra pequeña ventana de sueños y, sobre todo, de esfuerzos.


De esfuerzos, sí, porque nada de lo que se hace aquí, nada de lo que hizo Antonio a lo largo de su vida fue cosa fácil: todos sus logros, que al final fueron su invaluable y amorosa herencia para la Universidad de Sonora, se basó en un trabajo constante, infatigable, transparente, honesto, aún a costa de todos los retos que implicaba el no haber una tradición astronómica en esta ciudad y en este estado.


Antonio como muchos universitarios antes que él, y como muchos otros que han seguido enalteciendo su obra fue el ejemplo vivo de lo que nos dice nuestro glorioso himno: “No nos arredra el porvenir ni nos arredra el más allá…”, porque sin sentir temor, los retos los convirtió en metas, y las metas las cristalizó en realidades: basta con asomarse a parte de su historia de vida para dar fe de su inagotable paso por el mundo y por nuestras vidas.


Sólo la muerte, lo digo con tristeza y dolor, pudo cortarle a Antonio la marcha por estos rincones tan apreciados por él, pero no pudo borrarlo de nuestro corazón, porque él sigue aquí con nosotros, es parte de nuestra Universidad, de este Departamento, de este observatorio, de todos y cada uno de nosotros, como es la luz y el aire que respiramos.


Y es que hablar de Antonio Sánchez es como hablar del sol, de ese cielo cada vez con menos misterios en el que él se perdió de niño, y que al salir de ese laberinto de estrellas, supo que ya nunca más sería el mismo.


Cuentan quienes lo conocen desde siempre, que desde niño se enamoró del sol, trazó su propia órbita en torno a él, y ya de adulto enseñó a pueblos enteros a mirar las estrellas, provocando el mismo asombro de los primeros tiempos de la astronomía, porque la capacidad del ser humano de hoy para maravillarse con lo cotidiano de los astros y sus movimientos aparentemente imperceptibles es exactamente la misma que la de nuestros remotos ancestros.


Es verdad, hay circunstancias en la vida que uno no puede elegir de nacimiento: el origen, la familia, el nombre o el color de piel. Sin embargo, al paso del tiempo cada quien decide cómo escribir su propia historia, y en el caso de Antonio, para fortuna nuestra, escogió ser un hombre bueno, un hombre de muchos ejemplos.


Esposo tenaz y padre amoroso, Antonio fue y sigue siendo en nuestra memoria una persona de palabra fácil, divulgador natural, que compartía sin egoísmos sus interminables anécdotas; un amigo repetido y múltiple, multiplicador de los abrazos y de los buenos sabores de la vida; un ser sin egoísmos que lo mismo brindaba una receta que la ruta de los astros a la sombra de los telescopios.


Estaremos de acuerdo en que el tiempo que Antonio vivió lo pasó haciendo bien a los demás, que no dejó aquí sino buenos recuerdos y una legión de amigos que con su muerte también morimos un poco, porque en esa interacción por tratar de hacer de este planeta un mundo mejor para todos, compartimos tantos sueños y esperanzas que, inevitablemente, alguno se fue con él.


Así era Antonio Sánchez. Así fue siempre: un hombre que se prodigó en beneficio de los demás, tanto en el campo de la amistad como en el de la docencia y la investigación, que siempre le agradeceremos.


Ahora Antonio es una leyenda, un hombre que se ganó la inmortalidad a pulso porque aun desde la muerte nos sigue abrazando con sus palabras y nos sigue guiando con la presencia intangible de su recuerdo permanente.


Nos sigue brindando su luz, esa luz que desde este lugar pedimos que siga brillando, que brille tu luz, luz de verdad, por siempre así, Antonio Sánchez; por siempre así….


Muchas gracias, Antonio, donde quiera el sol que estés…
 
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Fuente:
Tomado de un texto preparado por Aleyda Gutiérrez y Armando Zamora para una edición especial del Museo Regional de la Universidad de Sonora.
 
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