Todo está en internet, dije aquella vez y me miraron con odio. Pero como yo tengo algo de sangre apache, lo que obviamente se nota en el greñero (¡utamá!: ya ni la burla me perdono), simplemente me valió gorro la mirada y continué como si nada mi viaje de circunavegación de la tierra, como un nuevo Fernando de Magallanes, cruzando por el Cabo de la Buena Esperanza, siguiendo (gerundios, pues el Fernando y el Armando, je) el fulgor de la Cruz del Sur, que dicen que parece un ángel que pide desde el fondo del silencio que lo abracen con rabia primero y después con ternura, como si fuera oxímoron el asunto...
Pero es cierto: todo está en internet. Aunque todavía no sé si eso es bueno o es malo.
Y una vez más he comprobado como cierto mi dicho.
Verán, déjenme decirles.
Ayer comenté, palabras más palabras menos, que uno tiene la certeza científica de que los sábados después de las dos de la tarde todo adquiere un cada vez más sólido aroma y sabor a cheve, degenere y reventón, que no necesariamente en ese orden, aunque en el buen sentido de la palabra, se entiende... si eso tiene buen sentido, claro.
Y también dije que al menos yo creía que antes de las dos, los sábados eran días para la pedagogía y la hueva, lo que en algunos países del tercer mundo y muchos de África central, negra obviamente (que son como países del quinto o sexto mundo, según los clasistas globalizados), es exactamente lo mismo: una clase sabatina es la hueva absoluta, total y completa... y más si es de posgrado: ¡A la bestia!, dicen los morros de diez años con la soltura propia de quien se sabe de punta a punta en pequeño Larousse ilustrado.
Bueno, eso creía yo... lo de la pedagogía y la hueva, no lo otro, aclaro porque luego así se hacen los chismes.
El caso es que yo comentaba ayer en esta misma ciudad y con esta misma gente (¡ay, Juanga, ¿dónde estás que no estás?!) que yo vide una película francesa en la que los protagonistas se desataban los cuerpos, se desabrochaban las almas y echaban a la lavadora de una cama generosa y supongo que feliz todo el ropaje de la moral y la cotidianidad para darle un nuevo significado a la mañana de los sábados...
"¿Quién lo diría?", pensé (sin ánimo de presumir) al ver la película: yo creía que todo eso (junto o por separado) le correspondía a la noche de los sábados... después de unos tragos porque ni que uno fuera Supermán, se los juro; o ya, en un lance arriesgado, a la mañana de los domingos, antes de misa y del futbol, para no dejar sentidas a las dos religiones que nos masacran con su doctrina inmisericorde.
Y ahí estaba aquel par de franchutes levantando un monumento a las mañanas de los sábados, y acá estaba uno babeando cual babosa, imaginando todo lo imaginable cuando dos (o tres, pues como dicen que donde comen --así escuché, eh-- dos, comen tres) que se quieren bien pueden hacer con el aval de su propio amor, que para alimentar la fe de los cuerpos no se requieren sotanas ni testigos ni gritos destemplados, sólo jirón de oscuridad cómplice, un rayito de soledad, como 18,000 besos y dejar las manos en libertad para que digan con caricias todo lo que las palabras no alcanzan a decir.
Y el temblor que no acaba, decían una y otra vez ahí en la pantalla del televisor.
Pues, como decía: todo está en internet. Más tardé en poner los datos precisos que en tener respuesta. La película, según alcancé a leer se llama Besos sabatinos, según mi francés haitiano, pero en una página en español, leí que en México la titularon, con todo ese ingenio que caracteriza a los mercadólogos y a los políticos y sus alianzas: Historia de amor a la francesa.
Así nomás. Más tarados no se puede.
Bueno, yo cumplo con las personas que vía emilio me preguntaron sobre la película de marras.
Sobre todo, agradezco a quien me envió la dirección electrónica donde podría encontrar más información sobre la citada vista. Gracias, eh...
Digamos que, para estar a tono con esos franceses sabatinos de Besos ídems, ja, si pudiera le enviaría un beso de domingo, que más bien sería como una escuálida sombra ante la gigantez de aquellos que en la película han hecho de los besos una forma diferente de sobrevivir la cotidianidad y de sentirse queridos nuevamente...
Yo les tendría envidia, pero pues... mmm...
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