Buenas noches a todos:
Antes que nada, quiero agradecer la presencia de tanta gente querida por nosotros que decidió sacrificar parte de su tiempo para acompañarnos y celebrar juntos los 15 años de Arlyn.
Ya saben, bien que saben que agradecemos de corazón que estén aquí.
También quiero recordar en estas palabras a nuestra gente amada que no está con nosotros: a Josefa y a Amanda, que seguramente desde su pedacito de cielo estarán viendo hacia acá, quizá sonriendo con orgullo porque Arlyn ha llegado con toda su belleza a esta edad, y también pensando que todavía no se me quita ese aire de franciscano harapiento que siempre he tenido.
Ni modo, ni que fuera resfriado.
También recuerdo a Olga y Salvador, que en su pedacito de tierra —ella sentada en su mecedora rezando y él conectado a la máquina de diálisis— de seguro estarán pensando en Arlyn y sus maravillosos 15 años.
Gracias a ellos y gracias a ustedes por hacer de esta noche una ocasión especial para nuestra hija más pequeña, que no la más chica.
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Quiero decirles que estas breves palabras son a título personal: son mi visión cotidiana de un ser maravilloso que ha llenado nuestras vidas con su existencia.
Pero también estas palabras son un tren: quien quiera subirse a lo que digo, bienvenido sea.
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La historia de la concepción de Arlyn tal vez no tiene nada de extraordinario; es decir, nació como hemos nacido todos: producto de un zangoloteo amoroso ejecutado casi siempre nueve meses antes del parto, de ese mágico instante de salir y saludar al mundo en medio de dolores, gritos y maldiciones de la madre porque, imagínense: el nacimiento es como sacar una sandía por donde entra un limón. Ni al caso con la naturaleza.
Lo maravilloso viene después, cuando los hijos empiezan a ser personas, individuos con rasgos definidos, con gustos y disgustos, con pasiones y odios, con aciertos y defectos, porque uno es frecuentemente un testigo silencioso del paso de los años, y de cómo esos años van moldeando a nuestros hijos, y también de cómo nos vamos moldeando nosotros junto a ellos.
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Arely nació hace 25 años. Alí nació hace 24. Arlyn nació hace 15. Y todos son tan iguales y tan diferentes que Araceli y yo hemos vuelto a nacer con cada uno de ellos.
Y también quienes nos han acompañado en esta larga aventura familiar han vuelto a nacer.
Tal vez a eso se reduce la vida, ese territorio donde todos somos transitorios, donde nacemos cada mañana y morimos al anochecer para volver a nacer con las primeras luces del sol del nuevo día.
Y los hijos nos acompañan en ese nacer y morir cotidiano.
Se van con nosotros a dormir y son el primer rayo de luz por la mañana, el primer pensamiento, la primer palabra que pronunciamos.
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Les diré que entre Johnny Depp y yo hay muchas coincidencias, fuera de la belleza natural con la que estamos dotados, pero quizá lo más sobresaliente es que pensamos lo mismo con respecto a los hijos: antes de su nacimiento sólo habíamos existido —como existe un árbol, un ornitorrico o un macaco—, pero después de que los hijos vinieron al mundo, empezamos a vivir, aunque todavía no sé si eso sea bueno o malo. Ya lo veremos después.
Yo he aprendido que llega un momento en la vida en que los hijos no dependen de uno, sino al revés: uno se vuelve un dependiente de ellos: los busca, los observa, los cuida en silencio más con plegarias que con hechos, y enloquece cuando los extraña, cuando no están al alcance de la vista, cuando no escuchan nuestra voz.
Y llega el instante en que se convierten en nuestros héroes, aunque nunca se lo digamos, porque nos hacen sentir que pueden cambiar al mundo con todo lo que saben, con todo la fuerza que emanan, con todo el valor acumulado.
Gracias, Arely y Alí, por estar aquí en esta edad, en este tiempo, en este lugar del corazón.
Y gracias a ti, Arlyn, por ser quien eres y por ser quien serás.
Gracias por llegar a mi vida —a nuestras vidas— cuando muchas luces se habían apagado yo creía que para siempre, pero que tú has vuelto a encender con tu sonrisa y tu voz y tu suave estar en medio de todas las tormentas cotidianas.
Gracias a ti y a todas las A de mi vida, de mi mano, de mi antebrazo y de mi pecho, por ser mis héroes, por ser el aire bajo mis alas que me han elevado a alturas que nunca sospeché.
Muchas gracias por existir.
Brindo por ti, Arlyn.
Brindo por ti hoy y siempre.
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(Palabras pronunciadas por el padre de la quinceañera, quien rodeado de sus A más queridas --corazón, pecho, antebrazo, mmmmano-- dijo aquello que dijo aquella noche de aquéllas...)
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