La Patricia Iturralde Gámez (la Pig, pues, por sus siglas en mayo) escogió el puro 21 de marzo para declararle su amor al Morgan. Esto sucedió cuando aquella bola de peludos cursábamos el cuarto semestre en la escuela preparatoria de Navojoa, hace la friolera de 36 años. O sea... ya llovió. Y muchas veces. No como ahora, que nomás no cae nada de agua. “Es que hay muchos mayates”, diría alguien de Guaymas —la Cecy, pues—, con todo conocimiento de causa. Mjú.
La Pig, como muchos de ustedes recordarán si son seguidores de antiguo de esta calumnia —¡perdón!: columna, je—, era aquella enorme amiga que tuve en la prepa, y que, sólo por dar un ejemplo bastante hidráulico y retacadamente político, era algo así como la suma de Beatriz Paredes y Xóchitl Gálvez, por su exceso de carnes y su boca de floristería. Para decirlo como se dicen las cosas en la región del mayo, directito y a la cabeza, la Pig es una mujer gorda y malhablada. Y punto. Lo demás es literatura. Y también punto.
No diré aquí que el Morgan al escuchar que la Pig le declaraba su amor con sobrepeso creyó escuchar campanitas como el homosexual del Peter Pan, porque mentiría vilmente. Por el contrario, el Morgan al escuchar la declaración de aquella persona física ante Hacienda, la CFE y demás tentáculos del gobierno, quien por sus dimensiones más parecía una persona moral, puso pies en regional polvorosa rumbo al estadio municipal de béisbol, que todavía no se bautizaba como Manuel “Ciclón” Echeverría.
Dicen que el Morgan salió corriendo de la prepa, que estaba sobre la salida a Huatabampo, cruzó los campos trigueros de la curva de la muerte, pasó zumbando por el Colegio del Pacífico, tomó la desviación hacia Etchojoa, siguió derecho rumbo a Villa Juárez, tomó el camino mal pavimentado hacia Ciudad Obregón y se regresó por la carretera federal número 15 a Navojoa, y que al pasar por el canal de Los Bahuises se echó a sus bravas aguas con la nada sana intención de perderse para siempre de la faz de la Tierra, pero tuvo tan mala suerte que aguas adelante lo sacaron dos ejidatarios y lo echaron a un lado del canal para que basqueara (del celta “waskā”, opresión; cf. galés “gwâsg” y bretón “gwask”: Ansia, desazón e inquietud que se experimenta en el estómago —mmmm…— cuando se quiere vomitar) toda el agua que se había tragado. En serio. Se los juro, chinga’o…
Dijeron aquellos hombres del campo (curtidos, serios y trabajadores, como todo buen mayo, exceptuando a Fernando Valenzuela y al Paulo Moroyoqui, el lenón de todas las gallinas de la región) que sacaron a al muchacho de las aguas no para salvarlo de una muerte segura, sino para que no contaminara el vital líquido pues de esa agua bebían los animales, y no era cosa de poner en riesgo la salud de las vacas y los cochis. “¡En la máuser, bróders an sisters!”, decía el cantante del grupo musical La luz Roja, del Bacame Nuevo, cuando ya andaba atravesado por el alcohol.
Tiempo después, al saber la Pig todo el recorrido seguido por el Morgan con tal de huir de ella, sólo dijo: “¡Qué simple, con sólo pararse en medio de las vías del tren que va a Huatabampo hubiera bastado!” Y sí, la Pig tenía razón porque las vías estaban como a 250 metros de la escuela y el Morgan no hubiera necesitado correr aquellas locas locas aventuras como el poblano Marín, “el gober precisoso”, cuando se encuentra periodistas en su camino y huye por la puerta de atrás para que ya no le pregunten por su amigo Kamel Nacif, el de las botellas aladas, diría Homero en La Ilíada.
Bueno. El caso es que a partir de entonces, la Pig dejó de hablarle al Morgan, quien volvió a sus estudios medio superiores con digamos que la cola entre las patas por haberle hecho caso a su ímpetu animal de seguir el instinto y determinaciones al primer impulso sin razonar muy bien qué consecuencias puede acarrearle dicha animalada.
Y en eso estamos, pues, de cometer animaladas a la primera provocación, y ciertamente los mexicanos estamos siendo testigos de una de las peores desempeños políticas de sujetos (y sujetas, diría el Fox, sin soltar a la Señora Marta, su lavadora de dos patas particular) que buscan con ansias la presidencia de la República el 2012. Y usted, amigo lector, sabe quiénes son esos tipos de cuidado, como Jorge Bueno y Pedro Malo, cantando décimas para dejar en ridículo al de enfrente y a los aliados.
Es más, el Felipe Calderón ya salió a decir que se necesita no sólo dignificar sino redignificar la política en el país, aunque para a fuer de ser sinceros, él sería el último que tendría que salir a defender las prácticas políticas en México, considerando que Hildebrando, Fox y el terrorismo de los medios lo pusieron en Los Pinos, y él solito se ha encargado de irse yendo despacito —como el pañuelo que Julio Iglesias tirara al río hace ya un montón de años— y se ha convertido en algo difuso que —como la Chimoltrufia, ésa sí: una verdadera filósofa, no pacotillas— así como dice una cosa, dice otra.
No sólo estamos viendo que hay una desesperante falta de propuestas concretas para hacer de México un país verdaderamente habitable para todos, sino que a diario comprobamos la pobreza de quienes se dejan llevar por el primer impulso y se vituperan con adjetivos (y sustantivos, que son la carnita del idioma, para que me entiendan los que no van al curso: je) que dejarían gélido al Morgan.
No podemos decir que eso que hacía hace unos cuantos años López Obrador de llamar chachalacas a sus contrincantes sea política de altura, ni el hecho de que en ese mismo proceso electoral del 2006 Madrazo retara como vil mara salvatrucha al Peje a debatir mil veces para que todos supiéramos que él sí decía la verdad (menos a la hora de correr maratones, porque toma unos atajos que en este momento a cualquier automovilista hermosillense le supieran a gloria, considerando el montón de puentes inútiles que nos heredaron para pagarlos toda la vida), ni mucho menos la complacencia de entonces candidato Calderón —cuando presumía de tener las manos limpias y prometía que eliminaría el pago de tenencia: “El prometer no empobrece…”, dicen) al aceptar las dádivas de los discursos de extranjeros que vinieron a violar la Constitución justo en nuestro país, más violada que sabrá dios...
Eso —en el 2006, como en el 2000 con Fox— no fue política de altura. Ni siquiera fue política. Fue simple instinto animal. Y lo que vemos hoy día no se queda atrás: es una cena de negros en la que el canibalismo está a la orden del día. Y por cualquier quítame estas pajas se desatan las tormentas estúpidas a las que los legisladores nos han acostumbrado en todos los rumbos del país, porque no sólo los diputados federales y los senadores caen en el juego de decirse sus verdades a medias, como si los mexicanos no tuviéramos memoria de largo alcance: ya sabemos que el futbol y la selección mexicana son elementos para la distracción diaria, pero no todos caemos en el garlito de la taradez institucionalizada y vestida de verde: “Como la mois”, dicen los estudiosos de la cannabis indica o sativa, y también dicen los mariguanos, que se la llevan haciendo estudios de campo en esa materia: “Bsssss: qué machín, mi güen… Mochis dos, Timbuctú cero…”
Nomás falta que todos aquellos individuos que se creen elegidos por el gran tlatoani del IFE y algunos políticos menores salgan corriendo rumbo a Huatabampo, crucen los campos trigueros de la curva de la muerte, pasen zumbando por donde estaba el Colegio del Pacífico, tomen la desviación hacia Etchojoa, sigan derecho rumbo a Villa Juárez (hoy Benito Juárez), tomen el camino todavía mal pavimentado hacia Ciudad Obregón y se regresen por la carretera federal número 15 a Navojoa, y que al pasar por el canal de Los Bahuises se echen a sus ahora mansas y apestosas aguas.