Trova y algo más...

jueves, 18 de marzo de 2010

Como un globo que flota a la diestra de dios…

Recuerdo como si hubiera sido hace como once años (porque en realidad ocurrió hace once años), en un Informe de Gobierno del doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, estas aladas palabras: “Con toda confianza, hoy puedo afirmar que gracias al esfuerzo de todos los mexicanos el país superó la etapa de emergencia económica y ha iniciado claramente la recuperación...” ¡Hace once años!: Cuando yo era joven y bello.

Bueno, pero ese discurso era el discurso de todos los presidentes que en este país han sido. Y uno se lo traga. En serio. Lo dijo Fox después y es el pan nuestro de cada día del Felipe Calderón. Y antes de Zedillo lo dijo Salinas y todos los mandatarios que ya registra nuestra historia nacional entre la C, de cínicos, y O, de optimistas, pasando por la D, de demagogos. Se los juro.

Pero la realidad es otra: una que pega más duro que una esposa encabritada. Porque, a ver, usted, sí, usted, estimado lector atribulado por las deudas, por el gasto diario, por el costo de los útiles escolares, por los requerimientos del banco, por las llamadas de los abogados de las tiendas departamentales que lo hostigan sin pudor con la amenaza de un inminente embargo, ¿en qué México vive? ¿Cuál México le han dejado para sobrevivir, para echarse a llorar bajo la almohada para que no lo escuchen los niños ni su mujer ni el vecino que vive pendiente del sufrimiento ajeno? ¿Qué jirón de México le han arrojado a los pies para que lo habite y se olvide que sobre Usted pende la espada de un Damocles cotidiano, michoacano y con lentes, que lo tiene en la mira y que a la menor provocación soltará el golpe y silbará el filo en el aire para finalmente destrozarle ese último hálito de esperanza que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón...?

¿Acaso despertó este pre inicio de primavera con las mismas palabras que en otro tiempo y en otras circunstancias nos hubieran vuelto locos de ilusión; palabras que en mitad de la mañana anochecen la fe y la paciencia tan manipulada por los patrioteros del rumor? (palabras que se resumen en un simple “gracias por existir”, nomás, que no se necesita más para atemperar los ánimos y volverse una bestia de pasión).

Uno va por la vida, vaga y divaga, piensa, sueña, recapacita, comete errores, corrige el rumbo, ama y odia, es amado y odiado, sufre, es feliz, se apasiona por los amores imposibles (tiririririiiii), enferma de ánimo, agoniza de anhelos y, ya entrada la noche, se sume en un sueño muy parecido a la muerte en el que nada le falta: come bien, se rodea de lo mejor, todo es una espantosa felicidad que sale por los poros e inunda ese pedazo de vida que somos durante unas breves, solitarias y anónimas horas, y luego el inclemente despertar, la vuelta a esa realidad donde las cucarachas resisten más que nuestros hijos, donde las ratas comen mejor que nuestros hijos, donde los perros transitan más felices que nuestros hijos.

Se acerca uno a las vitrinas de lo imposible, y ahí, detrás del cristal, a sólo un pequeño paso, está todo aquello que comíamos y bebíamos y vestíamos y manipulábamos en nuestro dolorosamente hermoso sueño de hace apenas unos minutos.

Uno, como ser humano, pero también como país, ha experimentado esa rara sensación de vivir en el limbo, en esa realidad onírica a la que septiembre nos transporta: “en nuestras enormes capacidades como país, acreditadas a plenitud al vencer la emergencia, está el hacer que la presente recuperación constituya un paso sólido hacia un desarrollo económico”, dijo alguna vez la voz del heraldo del bienestar, mientras un policía nos ordena violentamente alejarnos de las vitrinas...

Yo no sé. “Para acceder al bienestar es esencial la dotación de servicios básicos y vivir en un ambiente limpio”, dijo el hombre aquel de la televisión el 1 de septiembre de hace once años. Bienestar y ambiente limpio: he ahí la cuestión.

¿Qué debemos entender por un ambiente limpio, si estamos de acuerdo, al menos en lo elemental, que los servicios básicos son aquello que, cuando hay (y a veces cuando no hay, también), nos los cobran (y bien cobrados)? ¿Acaso un ambiente limpio es poder respirar el aroma revitalizador que emana del basurero o de lo que alguna vez fue la presa ALR? ¿O es aquel ambiente donde no existen contaminantes socioculturales? ¿O será acaso ese ambiente aún no mancillado por policías ni ladrones? ¿o el raro ambiente de los hospitales?

Yo no lo sé de cierto. Dicen los que saben que el ambiente más limpio está en las salas del Departamento de Medicina Forense: ahí se respira una calma absoluta, una paz como de ultratumba y una tranquilidad que nadie se atreve a perturbar. ¿Acaso ahí radicará el verdadero bienestar al que nos han transferido durante tantos años?

Y sí, estimado lector, ¿cuál México le han arrojado a los pies para que sobreviva en él? ¿Qué trozo de país le ha tocado acariciar como a un perro, encariñarse con él, alimentarlo con las sobras de la esperanza mal habida durante tantos años, limpiarle con ternura sus partes pudibundas para que no pesque una infección de crisis moral y económica y social? ¿En qué México vive usted, informado lector? ¿Qué nación, qué patria le hincha el pecho para gritar con todas las fuerzas de la inocencia ¡Viva México!? ¿La patria de los comerciales de televisión, la de los niños pulcros que se paran frente a maestras pulcras para decirles pulcramente que debemos amar a nuestra patria porque como vivimos en el extranjero durante muchos años nos hemos dado cuenta de que acá somos más cariñosos y más fiesteros y más cálidos con nuestros ídolos deportivos, y de que tenemos chalupas en Xochimilco y bebemos refresco de jamaica mientras escuchamos a unos pobres músicos muertos de hambre que nos tocan «México lindo y querido» en un xilófono desafinado? ¿O la patria en la que habitan oficialmente más de cuarenta millones de mexicanos oficiales en pobreza extrema, familias que no tienen la más mínima fuerza moral o física para vitorear a los héroes que nos dieron patria y libertad?

¿En qué México vive usted, lector amigo? ¿En el México de las películas de Tito Guízar o en la patria de barriadas y callejones miserables de los que fantasmas enfermos de hambre y miseria salen sólo de día a enfrentarse a la cuchilla cotidiana de la muerte en cada esquina que es la vida que nos ha tocado vivir?

Después de todo, aún nos queda ese otro México que ni políticos ni sacerdotes ni maestros de escuela ni policías ni ladrones pueden arrebatarnos: ese que nos arde en las venas sin necesidad del tequila y que nos sofoca de esperanza sin necesidad de discursos patrioteros y que nos hace llorar a solas sin necesidad de las interminables Margas López de la nostalgia. Ese México que habita en nosotros y que nos sustenta como el aire que respiramos y el bocado que nos alimenta y el agua que nos sacia la sed de felicidad.

¿Comparte acaso el México de los comerciales de un falso bicentenario, de un aletargado centenario que no termina nunca de terminar? ¿Ese México de televisión en el que las estrellas máximas son los futbolistas y los comentaristas, los dueños de las empresas que no pagan impuestos, el rostro de Carlos Slim como un sol que todo lo ilumina, como el globo Telcel que flota a la diestra de dios? ¿Ese es el México que la historia nos tiene prometido para seguir picando piedra, seguir soñando a jugar a la esperanza, seguir huyendo de él por entre las veredas de un país que discrimina como piedra de toque constitucional? ¿Ese México que ni siquiera nos tiene un fosa en la que caer muertos hoy, mañana, el 31 de febrero… yo qué sé…?

Sí, lector: ¡Viva “ese” México! (¡Ay tú!) (Es que ando triste porque dicen que se murió Colosio).

--

--