Trova y algo más...

lunes, 1 de marzo de 2010

Él no es rencoroso, tiene buena memoria...

Se le recuerda por muchas cosas, entre ellas la Ley 4 universitaria y, sobre todo, por la frase aquella: “Yo no soy rencoroso, pero tengo buena memoria”.

Y esto último supongo que será la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, porque después de un montón de años en el candelero político, al menos la memoria debe fortalecerse por tantos asuntos que hay que proponer y modificar, además de cambiar discursos al vuelo; es decir, todo eso que es como el bagaje memorial que debe estar a buen recaudo…

Sí. El senador Manlio Fabio Beltrones vino el viernes a un supuesto encuentro con estudiantes de Derecho de la Universidad de Sonora, en el que ofrecería la conferencia sobre la “Reforma del Estado”, y el lugar, como era de esperarse, se convirtió en un verdadero hormiguero, como aquel que el Chava Flores describiera en su festejada canción “Sábado, Distrito Federal”, y lo curioso es que había menos de una treintena de universitarios, estudiantes de Leyes, de la máxima casa de estudios.

Los demás —casi mil, según la crónica de sociales de los diarios del día siguiente—, fueron los mismos rostros de siempre, muchos de esos que se veían desfilar en los besamanos del primero de enero en Palacio de Gobierno, cuadrándose como Luis Serrato en su cartel, y como Cantinflas en la película El Patrullero 777, para seguir gozando de las mieles de la nómina oficial, y algunos políticos de la nueva horneada que llegaron a tratar de aprender algo de lo mucho que les falta, aunque su principal falencia es precisamente su desconocimiento de la filosofía política, porque los idearios de su partido se los conocen al dedillo pues no pasan de tres artículos fundamentales y algunos transitorios. Y así, cualquiera…

¿Y los demás personajes que se dieron cita en el Centro de las Artes?, se preguntará usted, ex timado amigo: pues eran periodistas de viejo cuño, muchos más que se creen y que juran que son periodistas, y desde luego que los que se sienten periodistas porque escriben una columna de chismes de y sobre políticos, porque su visión estratégica, su falta de preparación en la profesión y su escaso conocimiento de las normas básicas de redacción periodística no les da para más, sino simplemente para llenar párrafos de incoherencias y alabanzas a la guapura, caballerosidad, inteligencia o amistad de tal o cual individuo que se acerque a ellos. De ese pelo su mediocridad.

Ni modo: allá ellos y quien les crea.

Pues se llenó el Centro de las Artes: y es que vino gente de onde quiera, como dirían en el Moro de Cumpas, y desde luego que se reavivaron las escenas de aquellos actos tumultuosos, como en los buenos tiempos de los acarreos políticos, cuando el Estado no se reformaba, casualmente.

Se entiende que hoy esas prácticas ya no existen… al menos no existían hasta antes del viernes. Quizá por eso no se vio la torta y la soda, ni las doñitas de invasiones de la periferia gritando loas a los personajes que pagan y consignas contra todo aquello que haya que zancadillear, porque de que hay línea, hay línea… así como lo lee usted, acalambrado amigo.

Pero ya fuera del evento en sí, lejos de las crónicas de la vanagloria pedestre, de las charlas informales y subjetivas sustentadas en apreciaciones muy personales, de las decenas de horas de grabación con las que se podrían armar una buena cantidad de programas especiales para ahora y para cuando llegue el momento, y al margen de las fotografías de los diarios, con mensajes que han cambiado de al tiro el concepto de subliminal, a la hora de tomar en serio las palabras y reflexionar sobre lo que se dijo, lo que se quiso decir, lo que creo que se dijo veladamente y sobre lo que no se dijo, en estos momentos hablar de la reforma del Estado es un lugar común tan vago que ni siquiera se puede perfilar como un asunto importante en México, como no sea un tema que se ligue a la elección presidencial del 2012, en la que todos quieren estar, pero a la que muy pocos llegarán, sólo un puñado —y de esos poquitos, nada más dos tendrán oportunidades reales—, y siendo así, todos los temas, hasta el mundial de futbol, son “importantes”, para ponerles un calificativo que llame la atención y que convoque a unos cuantos y que justifique a los cientos de acarreados, incluyendo a los que se creen periodistas, je.

Y, bueno, lo anterior no lo digo yo —nomás lo de los que se creen periodistas, otra vez je—, sino los verdaderos estudiosos del asunto, académicos prestigiados, analistas serios y uno que otro despistado que se la lleva tomando café en el VIP’s, quienes señalan que el concepto de Reforma del Estado es muy extenso, ya que incluye una gran cantidad de temas que pertenecen a los ámbitos de política económica, política social, administración pública, política electoral, a la naturaleza del Estado, y siendo pues un concepto tan vasto, termina por perder su significado, por lo que desde las distintas disciplinas se intenta precisar su significado acotándolo a campos más definidos.

Ojo y recontra ojo: no nada más desde el punto de vista de los políticos.

Además, dicen que las reformas al Estado son procesos inducidos, cuyos objetivos esenciales buscan que el Estado asegure su supervivencia y su funcionalidad ante los incesantes cambios económicos, políticos y sociales de cada país. La referencia a reformas estatales en otros países permite identificar logros, fracasos y deficiencias, por ello es esencial incluir en la propuesta de Reforma del Estado el tipo de administración pública que se requiere para responder y atender de manera eficaz las demandas de la sociedad.

Si bien es cierto entonces que no es viable un Estado que conserva una administración pública tradicional, en la cual la ciudadanía no confía, que considera ineficiente, corrupta y desvinculada de los problemas sociales, como el que hemos sobrevivido desde que el PRI era gobierno en todas las instancias —no nada más desde que el PAN empezó con su fiesta aristocrática en Los Pinos y le siguió con sus repetidas muestras de ineficacia e ineficiencia hasta el día de hoy—, no debemos de olvidar eso, también es cierto que las propuestas de reforma no son privativas de un partido o de un solo individuo: nadie tiene la patente ni la paternidad de una reforma al Estado, ni la tienen ahora aunque eventos como el del viernes nos hagan creer que así es ni la han tenido nunca en ninguna parte del mundo.

Con todo, nos guste o no, la mayoría de los mexicanos no somos como Beltrones: tenemos tan poca memoria que aquí cualquiera puede ser una estrella en el campo que se le antoje, aunque tres o cuatro años atrás estuviera en la cárcel o demandado con justa razón por lo que sea, pues, como digo, tenemos tan poquita memoria que parece que nos contagiamos desde siempre por la fiebre del olvido, que García Márquez describe tan bien en Cien años de soledad, y que para salvarnos de ello tendríamos que ponerle una etiqueta a todo y a todos, sobre todo a los corruptos para que no se nos olvide quienes son, pero sobre todo, lo que son: “Esta es una vaca. La vaca da leche. La leche nos sirve para ponerle al café y hacer café con leche…”

Los mexicanos somos más bien rencorosos. Y ese es un rasgo que la iglesia y nuestras raíces indígenas han atesorado en nuestros genes sociales: ante cualquier provocación, por mínima que sea, nos liamos a golpes, a machetazos, a cuernazos de chivo (que ya parece neologismo, ¿no?), a periodicazos o a improperios que avergonzarían a cualquier gallego, que —según los propios españoles— además de güeyones, son muy pero muy malhablados, los hijos de la tzingada.

Pero hay excepciones como Manlio Fabio, y mi abuelo tampoco era rencoroso.

En la adolescencia, yo le robaba sus cigarros y él sabía muy bien que yo lo hacía. Y aun sabiéndolo, todos lo días me pedía que lo acompañara a comprar una cajetilla de Delicados a la tienda de una señora, a dos cuadras de la casa. Yo no sé si mi abuelo era un alma de dios o quería que me enfermara de los pulmones o estaba enamorado de aquella señora. Yo qué sé: yo era un joven que ni tenía memoria ni sabía que tzingaos era el rencor.

Pero ahora sí sé qué es una cosa y qué la otra.

Yo le tengo rencor a tantas personas que se la pasan haciendo cochinadas con la gente: no cabría en esta colaboración ni siquiera un ejemplo pequeño de ese ejército de mal nacidos. Como en la canción de Serrat: No hay nada personal, pero bien pueden ir a checar su máuser esos tipos.

Ytambién tengo buena memoria: todavía recuerdo los poemas que leía en el Tesoro de la Juventud en mi más lejana infancia: Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar tu acento. Margarita, me muero por darte un beso…” o algo así…

Y, bueno, aunque hay que reconocer que ni mi abuelo ni yo juntos llenaríamos el Centro de las Artes: ni tenemos la estructura ni somos precandidatos a lo que sea ni nos andamos placeando… de hecho, mi abuelo ya se murió… y sin rencor… sin andar haciendo actos multitudinarios... nomás se murió calmadito calmadito, porque además de tener buena memoria y no ser rencoroso, siempre tuvo la conciencia tranquila...
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