Trova y algo más...

martes, 16 de marzo de 2010

El más rico del mundo y sus 80 millones de pobres...

Hace apenas unos cuantos días, la revista Forbes, que entre otras cosas enlista a las personas más ricas del planeta, hizo público que el mexicano Carlos Slim Helú ha desbancado a sus rivales de la última década, Warren Buffet y Bill Gates, en su inevitable carrera por ostentar el primer puesto en la tabla de posiciones, como si fuera el medallero olímpico. Si bien es cierto que la lista resulta algo engañosa —no olvidemos que según sus mecanismos de medida, por el ejemplo el Chapo Guzmán, cuyo oficio es por todos conocido, se incluye como uno de los más adinerados, sin llegar a precisar científicamente cómo le pone precio a su fortuna personal, entre otras joyas incomprensibles—, también resultaría conveniente establecer orígenes legales y/o de esos caudales, que igual como hacen brillar a los personajes, los ponen en la mira de la objetividad real en un mundo que no requiere de muchos argumentos para establecer desigualdades.

De hecho, las sorpresas saltan por cualquier raro, por más incomprensibles que resulten. Así, según la casa encuestadora María de las Heras, la opinión pública mexicana —esa masa amorfa que sirve para muchas cosas, incluso para poner, mantener y defender a los mediocres en el poder— no termina por definir si pensar que la fortuna del ingeniero Carlos Slim es producto del esfuerzo y visión del empresario, o si se ha colocado como el hombre más rico del mundo a costa de cosechar favores y protección del gobierno mexicano. Muchos piensan —dice la María— que su fortuna es producto de las dos vertientes: sin duda es un empresario visionario que ha sabido aprovechar como pocos los favores que ha recibido del gobierno mexicano.

Como quiera que sea, agrega, son más los que tienen una opinión positiva de él que los que confiesan tener una mala opinión del ingeniero. Debería ser un ejemplo para los niños, opinan seis de cada diez personas que dice que entrevistó, aunque paradójicamente una proporción similar dice que tener un mexicano encabezando la lista de Forbes no tendría porqué ser motivo de orgullo para México.

Dice la empresa: “Estas opiniones las hemos recogido a través de una encuesta telefónica y lo que piensan los más desfavorecidos no está debidamente representado en su muestra. De todas formas es curioso cómo nos quejamos constantemente del abuso en las tarifas telefónicas, en lo costoso y malo que es el servicio de internet que tenemos y también protestamos por lo mucho que pagamos por un servicio de telefonía móvil que está lejos de ser de los mejores del mundo y, sin embargo, cuando preguntamos las opiniones sobre la persona de Slim —por todos sabido prestador de tan mal valorados servicios—, entonces casi seis de cada diez confiesan tener muy buena o buena opinión de él, es decir, que los servicios que presta y de los cuales proviene su fortuna pensamos que dejan mucho que desear, pero de Slim como persona…¡ah! él es un encanto”, subraya.

El estudio concluye que en México hay muchos hombres y mujeres que han demostrado que son talentosos y esforzados; pero a la cima sólo llegan los más vivos y no necesariamente los mejores. Somos una sociedad que premia el gandallismo, la simulación y las complicidades antes que el esfuerzo, el talento, la lealtad y la constancia. Eso como sociedad es nuestra culpa, y en ella llevamos también nuestra penitencia. Y ni para dónde hacerse.

No hace mucho, Dennise Dresser (académica y periodista mexicana, doctorada en ciencia política en la Universidad de Princeton), publicó una carta abierta a Carlos Slim que tuvo bastante eco sobre todo en las páginas de la Internet, en la que, según sus palabras, escribía como ciudadana, como consumidora, como mexicana preocupada por el destino de mi país y por el papel que usted juega en su presente y en su futuro.

Dice Dresser en su carta: He leído con detenimiento las palabras que pronunció en el Foro “Qué hacer para crecer”, —realizado en febrero de 2009— y he reflexionado sobre sus implicaciones. Su postura en torno a diversos temas me recordó aquella famosa frase atribuida al presidente de la compañía automotriz General Motors, quien dijo: “lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”. Y creo que usted piensa algo similar: lo que es bueno para Carlos Slim, para Telmex, para Telcel, para el Grupo Carso, es bueno para México.

Pero no es así. Usted se percibe como solución cuando se ha vuelto parte del problema; usted se percibe como estadista con la capacidad de diagnosticar los males del país cuando ha contribuido a producirlos; usted se ve como salvador indispensable cuando se ha convertido en bloqueador criticable. De allí las contradicciones, las lagunas y las distorsiones que plagaron su discurso y menciono las más notables.

Usted dice que es necesario pasar de una sociedad urbana e industrial a una sociedad terciaria, de servicios, tecnológica, de conocimiento. Es cierto. Pero en México ese tránsito se vuelve difícil en la medida en la cual los costos de telecomunicaciones son tan altos, la telefonía es tan cara, la penetración de internet de banda ancha es tan baja. Eso es el resultado del predominio que usted y sus empresas tienen en el mercado. En pocas palabras, ¿en el discurso propone algo que en la práctica se dedica a obstaculizar? Usted subraya el imperativo de fomentar la productividad y la competencia, pero a lo largo de los años se ha amparado en los tribunales ante esfuerzos regulatorios que buscan precisamente eso.

Usted manda el mensaje de que la inversión extranjera debe ser vista con temor, con ambivalencia. Dice que “las empresas modernas son los viejos ejércitos. Los ejércitos conquistaban territorios y cobraban tributos”. Dice que ojalá no entremos a una etapa de “Sell Mexico” a los inversionistas extranjeros y cabildea para que no se permita la inversión extranjera en telefonía fija. Pero al mismo tiempo, usted como inversionista extranjero en Estados Unidos acaba de invertir millones de dólares en The New York Times, en Saks, en Citigroup.

Desde su perspectiva incongruente, la inversión extranjera se vale y debe ser aplaudida cuando usted la encabeza en otro país, pero debe ser rechazada en México. Usted reitera que “necesitamos ser competitivos en esta sociedad del conocimiento y necesitamos competencia; estoy de acuerdo con la competencia”. Pero al mismo tiempo, ha manifestado su abierta oposición a un esfuerzo por fomentarla, descalificando, por ejemplo, el Plan de Interconexión que busca una cancha más pareja de juego.

Usted dice que es indispensable impulsar a las pequeñas y medianas empresas, pero a la vez su empresa Telmex las somete a costos de telecomunicaciones que retrasan su crecimiento y expansión. Usted dice que la clase media se ha achicado, que “la gente no tiene ingreso”, que debe haber una mejor distribución del ingreso. El diagnóstico es correcto, pero sorprende la falta de entendimiento sobre cómo usted mismo contribuye a esa situación.

Desde su punto de vista el modelo está mal, pero no hay que cambiarlo en cuanto a su forma particular de acumular riqueza. La revisión puntual de sus palabras y de su actuación durante más de una década revela entonces un serio problema: hay una brecha entre la percepción que usted tiene de sí mismo y el impacto nocivo de su actuación; hay una contradicción entre lo que propone y cómo actúa; padece una miopía que lo lleva a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Usted se ve como un gran hombre con grandes ideas que merecen ser escuchadas.

Pero ese día ante los diputados, ante los senadores, ante la opinión pública usted no habló de las grandes inversiones que iba a hacer, de los fantásticos proyectos de infraestructura que iba a promover, del empleo que iba a crear, del compromiso social ante la crisis con el cual se iba a comprometer, de las características del nuevo modelo económico que prometería apoyar. En lugar de ello nos amenazó: Nos dijo —palabras más, palabras menos— que la situación económica se pondría peor y que ante ello nadie debía tocarlo, regularlo, cuestionarlo, obligarlo a competir.

Y nadie lo tocó, nadie lo reguló, nadie lo cuestionó, nadie lo obligó a competir: quizá por eso llegó a donde lo puso la revista Forbes sin detallar los monopolios de Slim que han empobrecido a 80 millones de mexicanos, hoy por hoy la corte del nuevo rey Midas del mundo. ¿Un asunto para sentirse orgulloso o morirse de vergüenza? Cuestión de enfoque.
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