“El martes a las cinco de la mañana José Arcadio había tomado el café y soltado los perros, cuando Rebeca cerró la ventana se agarró de la cabecera de la cama para no caer. «Ahí lo traen –suspiró–. Qué hermoso está.» José Arcadio se asomó a la ventana, y lo vio, trémulo en la claridad del alba, con unos pantalones que habían sido suyos en la juventud. Estaba ya de espaldas al muro y tenía las manos apoyadas en la cintura porque los nudos ardientes de las axilas le impedían bajar los brazos «Tanto joderse uno –murmuraba el coronel Aureliano Buendía–. Tanto joderse para que lo maten a uno seis maricas si poder hacer nada». Lo repetía con tanta rabia, que casi parece fervor, y el capitán Roque Carnicero se conmovió porque creyó que estaba rezando. Cuando el pelotón lo apuntó, la rabia se había materializado en una sustancia viscosa y amarga que le adormeció la lengua y lo obligó a cerrar los ojos. Entonces desapareció el resplandor de aluminio del amanecer, y volvió verse a sí mismo, muy niño, con pantalones cortos y un lazo en el cuello, y vio a su padre en una tarde espléndida conduciéndolo al interior de la carpa, y vio el hielo. Cuando oyó el grito, creyó que era orden final al pelotón. Abrió los ojos con una curiosidad de escalofrío, esperando encontrarse con la trayectoria incandescente de los proyectiles, pero sólo encontró capitán Roque Carnicero con los brazos en alto, y a José Arcadio atravesando la calle con su escopeta pavorosa lista para disparar.
-No haga fuego –le dijo el capitán a José Arcadio–. Usted viene mandado por la Divina Providencia.”
Yo –ya saben ustedes que tengo una imaginación como gavilán que agarra y pura máuser suelta la idea–, ayer por la mañana, como a las seis o’clock y al borde de una taza de café me senté a ver Milenio Televisión y anda vete que ahí nos endilgaron a los inocentes ciudadanos el sainete que armaron los diputados a nombre de los mexicanos, como definen estos ca’ones al gentil perrerío que somos el 99% más uno de los mexicanos, sobre el asunto ese de dignificar la política: justo ahí fue cuando recordé ese párrafo de Cien años de soledad y el café como que tomó un saborcito medio raro, como si se hubiera agriado con tanta babosada como hablan estos individuos que se sienten la última tecate del desierto, y una vocecita venida de no sé dónde me rebotó entre las tres neuronas que traía funcionando a esa hora: “¡Tanto joderse uno para que estos hijos de Sue anden de teatro en teatro, sin quitarle el freno al país… ¡me lleva la tzingada!”, escuché que gritó una de mis neuronas que se siente sobrina del rey Netzahualcóyotl, y en mi fuero interno –oxímoron pre primaveral que utilizan los psicólogos– como que algo se enchuecó… mta…
No hay caso: los políticos tienen secuestrado al país. Y gracias a nosotros. Cierto como es, guys and gays. Bien dicen los que saben que uno de los factores que mejor explica la crisis que venimos arrastrando como patria y nación es la degradación de la función política y la desarticulación de los partidos, sobre todo cuando se alían. La pérdida de valores y de objetivos, la corrupción de los principios y de las prácticas, la confusión entre fines y medios, la apropiación abusiva de la representatividad y de la voluntad de los ciudadanos llevaron a gruesos sectores de la sociedad a denigrar de la política y de los partidos.
Además, la autoconcentración aisló a los partidos, los debilitó y los arrastró por los caminos del contubernio, la corrupción y la ilegitimidad. Así, urgida de representatividad, la sociedad buscó maneras de cubrir el vacío y lo hizo a través de instituciones como los medios de comunicación, o de liderazgos personalistas vengadores de los partidos o de nuevas formas de organización ciudadana.
Al país le urge una reivindicación de la política, esa actividad que nos hace ciudadanos, coordina voluntades, propone fines y activa los medios para alcanzarlos. Reivindicar al político implica valorar lo que debería ser su distintivo; es decir, su función social, su vocación de servicio, su entusiasmo por la construcción de la sociedad. “Hombres a los cuales las masa presta el enorme poder social que en ella reside”, como dice Hans Neumann, que es otro pseudónimo del Polacas, además de que la función de los políticos es la producción y el debate de ideas, la movilización por las grandes causas, la búsqueda del acuerdo social y de los intereses colectivos. De ellos es preciso esperar, por lo mismo, que actúen siempre movidos por la ética de la convicción y por la ética de la responsabilidad como reclamaría Max Weber –otro pseudónimo del Polacas, sorry–, el mismo que definió las tres cualidades que deberían distinguirlos: pasión, sentido de responsabilidad y sentido de las proporciones.
“¡Tanto joderse uno, tanto, para que vengan los chinches políticos a jugarnos el dedo en la boca y la bocata!”, y aquí la escena no me recordó al coronel Aureliano Buendía sino a myself, porque casi suelto el llanto al verlos, como cuando la Araceli me impone marca personal. Porque yo chillón soy mucho –¿se fijan en ese aire de latín tardío que a veces me contagia su estructura?: ¡quémamuchoelsol!
Y no me pregunten por qué de toda la oscura especie Latrodectus zamoraguirrescae yo soy el único que salió así. Mis hermanos son una fiesta cuando se juntan, y en una suerte de duelo de carrilla se la pasan todo el día, colgando en el alambre de la felicidad risas explosivas como parvadas de palomas atravesando el cielo marrón del atardecer mientras aquellos seres carcajeantes juegan a la lotería o toman chocolate (¡paga lo que debes!) frente a la mirada serena y el oído ruinoso de doña Olga y el silencio atado a la manguerita de la máquina de diálisis de don Salvador…
Acaso sea que mi alma de eterno aspirante a poeta se fundió en el bronce simple de la soledad y sus designios inescrutables, porque desde niño jugaba a inventar mundos extraños con los timbres fantasiosos de las palabras. Tal vez de ahí me vino la desvergüenza por el llanto y la poesía: Como nadie me veía, adquirí un blindaje tipo presupuestal para eso del llanto y los versos.
Posiblemente mi organismo absurdo, en esos caminos invisibles e intrincados que descubre el Dr. House, conectó los conductos lagrimales a la manera de ver y sentir la soledad. Quizámente el llanto, entonces, es un recurso de una solitaria felicidad que estalla cada vez que resbala una gota salada por la mejilla y baja lenta mientras el mundo se reacomoda en mi ranchero concepto de vivir la vida a plenitud y a solas, esperando una mano tierna o un aliento acompasado que deshoje la margarita de los sueños. Pa’ saber, tú…
Yo pregunté alguna vez a mi primo el Chato Peralta, quien tiene un bagaje de conocimientos como si fuera la Encyclopaedia Britannica pero con bastantes errores de ortografía, y me dijo acerca del tema que el llanto es una respuesta audible automática o voluntaria a una situación o experiencia emocionalmente angustiosa que puede incluir sollozos y lágrimas. También, claro está, puede ser una manifestación física de una respuesta emocional a una experiencia o situación angustiosa.
Y le siguió derecho el Chato: “El llanto es una respuesta emocional a una experiencia o situación de sufrimiento. Mira, los niños lloran por muchas razones y el grado de su angustia depende de los niveles de desarrollo y de las experiencias previas. El llanto en los niños es una respuesta al dolor, al temor, a la tristeza, a la frustración, a la confusión, a la ira, a la incapacidad para expresar sus sentimientos de una manera adecuada. Asimismo, el llanto es una respuesta normal de los niños a las situaciones angustiantes que no son capaces de resolver de otra manera y cuando la capacidad de un niño para hacer frente a estas situaciones se agota, el llanto es un comportamiento automático e instintivo.” ¿No les digo, eh?