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domingo, 19 de agosto de 2012

El deporte en la Universidad de Sonora: los inicios...

Las primeras canchas: sobre tierra y con postes y tableros de madera (1943)

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De antiquísima y probada puntería, la educación conjunta de cuerpo, mente y espíritu ha sido anhelo coincidente en el correr de las civilizaciones.

La historia, al respecto, que toma a la Grecia de Pericles como representativa matriz, recoge además multiplicados ejemplos: desde las primeras escuelas y universidades que emergen de los fondos de le Edad media a las luces del Renacimiento (París, Bolonia, Salamanca…) hasta las contemporáneas y menos lejanas instituciones (Yale, UCLA, Universidad Autónoma de México…) para citar sólo algunas de inmediata resonancia, muestras todas ellas visibles antecedentes y continuada adhesión al mencionado ideal educativo.

Al lado de la impartición de conocimientos científicos y humanísticos, éstos y otros centros dedican tiempos y espacios de pública trascendencia para la práctica del deporte y la consecuente vinculación social producida en sus entornos.

Al lado de las luces y la admiración causadas por la ciencia, al lado de la embriaguez y resplandor originados por el humanismo y el arte, nace paralelamente la preocupación por el adiestramiento del físico, la preocupación por la conquista de blasones en el campo del deporte, la preocupación por esa habilidad del hombre que terminará por convertirse en una estrella más en el prestigio de la institución.

Así, pues, la práctica del deporte en las escuelas, a la vez que imprime sus beneficios en la construcción de cuerpos y de caracteres, convoca y especializa a los más aptos y de mayor vocación para representar de forma individual o en equipos a la propia institución educativa y, no pocas veces, a toda la comunidad, a la entidad o al mismo país que les da razón y origen.

Vinculación natural y directa, por tanto, con el hombre en su significación más amplia. Con el hombre de aquí y el de allá… El de la colonia, el del barrio, el obrero, el funcionario, el chamaco, el soñador, el ama de casa… De todo hombre que, independiente de una relación escolar o no con el centro de estudios en cuestión, se ve representado e identificado con los logros, con las luchas, con la entrega y el orgullo del atleta y el equipo de esa casa escolar que de muchas maneras también le pertenece.

Y tal es el caso, en honrosa medida, de la Universidad de Sonora.

Desde sus primeros meses de vida, ciclo 1942-1942, la Universidad de Sonora abrió campos deportivos y horarios para aquella juventud que asistió al estreno.

Eligió los colores amarillo y azul y una cabeza de búho iluminado en el escudo, tonos y símbolos que la identificarían tanto en el aula, en el arte y en el laboratorio, como en la pista y en la alberca, en la red y en el aro, en el estadio y en toda línea trazada sobre un campo deportivo.

Y sus atletas y equipos incluyeron a la gente de Hermosillo, incluyeron a la gente de Sonora, y la siguen incluyendo en cada laurel conquistado y en cada presencia competitiva.

Los renglones se han llenado de nombres.

Los de los maestros en el punto de arranque, por supuesto: Carlos Espinoza, Alberto Córdova, Miguel Castro Servín, Constancio García, Gustavo Hodgers… para sólo mencionar, de momento, a los que antes y en completa entrega dijeron cómo desafiar el sol, las ventiscas y las polvaredas, los que dijeron antes cómo desafiar los rigores y cómo encontrar recompensas del esfuerzo que lleva a la victoria.

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Fuente: Memoria Gráfica del Deporte Universitario. Luis Enrique García.

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