Cuentan que una mañana de marzo, mi primo el Chato Peralta —quien había sido abandonado por su mujer once meses antes—, ya en pleno paroxismo de la sola soledad de una mano amiga y cariñosa, invitó a platicar a una gallinita de ahí del rancho con aviesas intenciones, pero el pueblo lo descubrió y...
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