Trova y algo más...

domingo, 22 de mayo de 2011

Con calzoncillos limpios...

¡Utamadre!: yo creí que efectivamente el 21 de mayo (o sea, ayer) se acabaría el mundo, y en mi convencimiento de ese final decidí embriagarme hasta perder el sentido.

Nunca lo hubiera hecho.

Déjame que te cuente, limeña: empecé a beber el viernes (20 de mayo) por la tarde para esperar el fin del mundo en calidad de bulto (en calidad de bulto yo, no el fin del mundo, se entiende, ¿no?), pero nada pasó a las 12 de la noche, hora en la que pensé que acabarían las penas para toda la humanidad.

Como nada sucedió a esa hora, continué bebiendo todo el sábado 21, creyendo que en cualquier instante, sin avisar nada ni nadie, una luz cegadora o un disparo de fuego (gracias, Silvio) terminaría de golpe y tajo con el mundo y sus alrededores.

Pero no pasaba nada, sólo escuchaba los gritos de la Araceli diciéndome que lo mejor que podía pasar era que se acabara el mundo de a deveras, porque si no, a mí se me iba a acabar el mundo, el cráneo y el lomo de tanto coscorrón, arañazo y mordizco que me iban a dar (mujeres, gato y perros que habitan la noble casa donde vivo), pues ya los tenía hartos a todos con tanto salmo cristiano puesto a todo volumen en el fondo del patio, junto a la hielera colmada de cerveza helada helada… mientras le daba una lavada (una última lavada, según yo) a mi moto Vento Rebellian, que según el velocímetro alcanza 140 kilómetros por hora…

Harto de beber por más de un día, empecé a dudar si en realidad el mundo terminaría el sábado 21 de mayo, y en mi pendejez naturalita nunca imaginé siquiera que en las islas "Kiribati", conocidas originalmente como las islas Gilbert, ayer sábado ya era como la madrugada del lunes.

Total: el mundo no se acabó (al menos el mundo como lo conocemos, con deudas, corrupción, impunidad y todas esas imperfecciones que no quita ni una tonelada de Angel Face) y ando ahora mismo con un crudón (resaca, para los muy cultos) espantoso… y todavía me faltan los coscorrones de las chicas superpoderosas, los arañazos del gato (que es el más enojado, ciertamente porque no lo dejé dormir felinamente) y las mordidas de los perros, que esos sí con unas cuantas galletas los puedo sobornar como a viles cuicos…

Y ¿saben qué?

Lo peor de todo es que se me olvidó lo que Rubén Blades dice en “La canción del final del mundo”: que hay que esperar este evento con calzoncillos limpios…

Total: el mundo ya se iba a acabar y no era cosa de andar con fruslerías aristócratas… ni que fuera uno de la realeza europea, que dicen que es la más rancia, jeje…

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(Ya saben, para ver el video deben pedirle permiso a Silvio allá abajo: sólo ponerlo en pausa y listo).

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