Trova y algo más...

lunes, 16 de mayo de 2011

Ser chapo, prieto, feo, pobre y miope tiene sus ventajas…

Todavía lo recuerdo como si fuera ayer. La voz tronó en plena clase de Biología: “Me resisto a ser sólo una cara bonita”, dijo la Damiana Anguamea a todo volumen en medio del aula de tercero de secundaria en el Instituto de Contadores, allá en Navojoa.

Y sí, su resistencia tuvo frutos, pues la Damiana, la “Miana”, para los muy amigos, no tenía una cara bonita, sino francamente horrorosa, que le hacía juego con todo lo demás.

La Miana era, para el gusto de toda la bola de seres despreciables que éramos en aquel entonces, una chamaca francamente fea que con el tiempo nada más se hizo vieja.

Y fue todo.

No es por nada, pero los que somos así como feones tenemos muchas cosas a favor para transitar por la vida sin que nos atropellen los traumas que seguramente les aquejan a los chicos de plástico que aparecen en las telenovelas juveniles cuando les sale un barrito que no pueden eliminar ni con Ángel Face.

Pero, dicen, que los feos traemos una gracia y un salero como ese valor agregado que equilibra la balanza ante los bonitos. En serio. O sea: consuelo de muchos...

El Isidro, que estaba en aquel grupo de secundarianos sin tacto del Instituto de Contadores, era igual de horroroso que la Damiana; sin embargo, tenía un sentido del humor a toda prueba.

Era como cinco años mayor que el promedio de güeyones que íbamos al Contadores, y ya andaba juntando dinero para casarse. Y es que como para cada roto hay un descosido, pues el Isidro ya había encontrado a su mal de amores.

Imagínense nomás como era el Isidro: chapito como ya saben quién, prieto, con lentes, pobre por supuesto, con los labios como Memín Pingüín, lampiño y, además, era gangoso.

Algo así como el Erasmo Catarino, el ganador de la Academia hace algunos años, pero sin 3.5 millones de pesos en el banco.

Y, bueno, el Isidro decía: “Mira, loco: ser chapo, prieto, feo, pobre y miope tiene sus ventajas, pues si eso no te trauma, nada en la vida lo hará”. Y después se alejaba chiflando la “Flor de Capomo” al aula. Y en lengua mayo yoreme.

Buscando en la basura de los recuerdos, me encontré unas palabras que vienen como anillo al dedo: "Si quieres ser feliz, no te mires en el espejo", estereotipó Confucio en una de sus más bellas parábolas. "En ti está el secreto de cambiar tu cuerpo y tu alma", añadió Pitágoras.

Y el refrán popular dio forma definitiva al paradigma: "El hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso".

El gracejo popular canta: "Que se mueran los feos", y señala las características del macho: "feo, fuerte y formal".

Y más, cuando penetramos en la vida de los grandes genios humanos y constatamos que su complejo de inferioridad se debió a una notoria fealdad física, sentimos un alivio espiritual al ver con que vigor y fe supieron compensar su menos valer, con una superación de su talento, hasta el punto de opacar sus deficiencias fisiológicas con el esplendor de sus creaciones intelectuales.

¿Ejemplo, mi güen?

A través de veintisiete comedias, Juan Ruiz de Alarcón pugna heroicamente por dominar su fealdad física que en trauma de natalicio le dio dos jorobas en pecho y espalda el capricho del destino y, como secuela, una serie de afecciones durante toda su existencia.

Esta aspiración se expresa en "Las paredes oyen":

- Cómo podrán dar esperanza al deseo de un hombre tan pobre y feo y de mal talle, Beltrán.

- (Beltrán calla para que no le raspen los muebles, me imagino).

Ruiz de Alarcón —corazón de oro— es un hombre de amor malogrado por su figura.

En todas sus comedias revela una tremenda ansiedad amorosa insatisfecha, que se solaza con suplantaciones, exactamente como las del sobradamente narigón Cyrano de Bergerac en la obra de Rostand.

Intenta, humilde y pasivo, sustituir a los amantes, para llegar, aunque sea por breves instantes, hasta las manos de las doncellas y dejar en ellas un silencioso y apasionado beso.

El esfuerzo literario compensa el complejo y logra la inmortalidad a costa del drama del desahucio de amor.

En León Tolstoi se agudiza el complejo.

En "La historia de mi infancia" dice:

"Me imaginaba que no había felicidad posible sobre la tierra para un hombre como yo, que tenía nariz tan grande, lo labios tan gruesos y los ojos tan pequeños, y le pedía a la Providencia que hiciera un milagro y me convirtiera en una belleza; que me quitara todo lo que tengo en el presente y pudiera tener en el futuro a cambio de una cara bella".

Y en "La guerra y la paz" dice: "La belleza y el amor son las dos razones de vivir".

El genio de Tolstoi logró vencer su debilidad, las fluctuaciones de su temperamento, su terrible fealdad física (faz leonina, por cierto) con obras magistrales, aunque en Miguel Ángel se acentúa el desequilibrio entre el cuerpo y el espíritu.

Miguel Ángel era deforme de la espalda, con el rostro achatado por el golpe que le propinó Torrigiano, los ojos pequeños y sombríos, la faz surcada por grandes arrugas y el andar vacilante, desde su infancia estuvo esclavizado por el dolor: neuralgias, insomnios, terror, pánico, fiebres constantes, odontalgias… y todo lo sufrió estoicamente… porque no le quedaba de otra, pues.

“Es peor andar crudo”, dicen que decía a menudo. Pero eso no lo sabemos de cierto.

El mismo temperamento de Alarcón y de Tolstoi: tímido, humillado, simulado con accesos de luz y de tinieblas. Un feroz impulso artístico pudo vencer la obra de la carne. Pero su obra está surcada de lágrimas. Cada golpe de cincel, cada pincelada en la capilla Sextina encierran meses de amargura lancinante, de soledad, de misantropía.

Leyendo a Platón, el escultor recuerda a Sócrates, cuya fealdad física contrasta con su luminosidad estética: "Era tan feo como yo, pero permaneció largas horas meditando en la Academia sin comer ni dormir hasta encontrar la Verdad. ¿Por qué no imitarlo?"

Así, Miguel Ángel, el genio rebelde del Renacimiento y el artista más genial del mármol, logró, atado al dolor, cumplir su destino.

"La verdad sospechosa", "La guerra y la paz" y "Moisés" son la conquista victoriosa de la voluntad de tres hombres en fiera pugna con su envoltura mortal.

Y podemos incluir, sin tratar de empatar genialidades, esta humilde columna, por supuesto.

Bueno, como consuelo que nos quede que los feos sobrevivimos a pesar de los espejos.

Verá, asómese al espejo, amigo lector.

Y que le sea leve el calor de este día...

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