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domingo, 1 de mayo de 2011

Habemus santum...

Dice el periodista Bernardo Barranco que si qué hay detrás de la beatificación de Juan Pablo II. ¿Por qué la iglesia de Benedicto XVI toma tantos riesgos para levantar a los altares a un hombre de fe, indudablemente profunda, pero que al mismo tiempo fue un jefe de Estado, con todas las contingencias que implica el larguísimo tiempo que condujo a la Iglesia católica?

La celeridad con que se gestionó la beatificación de la madre Teresa de Calcuta no tuvo ninguna oposición ni escollos por las características místicas y la naturaleza de su opción, de entrega incondicional hacia los pobres. Es decir, era tal el reconocimiento que no representaba polémicas mayores.

En cambio, la celeridad en el caso de Juan Pablo II se antoja imprudente, pues pueden surgir documentos, testimonios y hechos que pongan en entredicho todo el proceso de la causa de beatificación que ha llevado la Santa Sede con una aparente aureola de rigor.

Parece no importar, pues desde hace tiempo hubo consigna de beatificar por decreto a Karol Wojtyla.

Por ello, el periodista se inclina a pensar que más que una decisión religiosa, es una opción política.

Es que el pontífice, durante 27 años, asumió riesgos en diferentes coyunturas y tomó decisiones polémicas. ¿Por qué la prisa? Sobre todo que aún quedan por evaluar con mayor serenidad la actuación del polaco durante el derrumbe del bloque socialista, las acciones encubiertas de la Iglesia católica durante el fin de la guerra fría; sus alianzas con Reagan, la CIA, como apenas lo registran Carl Bernstein y Marco Politi en su libro Su santidad, Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo (1996).

No podemos poner en duda el don religioso de un personaje fuera de serie, carismático y mediático en extremo, como fue Juan Pablo.

Sin embargo, quedan por evaluar su cerrazón al tema del papel de la mujer dentro de la Iglesia y en la sociedad; los derechos humanos de cientos de sacerdotes progresistas y agentes de pastoral que en algún momento abrazaron el talante de la teología de la liberación: todos sufrieron el embate autoritario que los segregaba, cuestionaba su reflexión y coartaba su libertad de discernimiento.

Años verdaderamente oscuros en la historia moderna de la Iglesia en América Latina.

Y, por supuesto, no se puede pasar por alto el disciplinamiento de aquellos teólogos y teólogas en Estados Unidos y Europa que se atrevieron a explorar temas de género, sexualidad y moral, quienes también padecieron coerción eclesiástica.

Se tendría necesariamente que evaluar el nombramiento de obispos sumisos y disciplinados a Roma, sí, pero sin fortaleza ni convicción pastoral que tienen sumida a la Iglesia en muchos países, como México, en una profunda crisis religiosa.

Brillantes pensadores, como Leonardo Boff, dejan la vida religiosa y gran parte de una valiosa generación de laicos comprometidos entra en una forzada diáspora, fruto del conservadurismo promovido por Juan Pablo II.

Por tanto, la cuestión va más allá del encubrimiento a pederastas y en especial el disimulo y complicidad hacia Marcial Maciel. Estamos obligados a desplegar un discernimiento más profundo y agudo de un hombre que no puede desligarse de su pontificado.

Resulta contradictorio que sea en México, la tierra y nación más fértil para Wojtyla, donde surgen muchas dudas y reproches a su beatificación.

Sin duda, en el caso Maciel resulta hasta ridículo el argumento del desconocimiento y engaño siniestro hacia el Papa.

Recordemos que en nuestro país, Juan Pablo II tuvo una plataforma de lanzamiento mundial, las imágenes marcaron su pontificado: la multitud entregada al pontífice. Aquí descubre y desarrolla su fórmula de Papa viajero, que convoca a muchedumbres y convive con desenfado la diversidad de las culturas. Da la impresión que no gobierna a la Iglesia en Roma, sino desde sus viajes incide en las circunstancias locales, porque se convierte en un actor protagónico en las plazas que visita y posiciona con energía las agendas de las iglesias locales con perspectiva pontifical.

Todos hemos sido testigos cómo la Iglesia en los años recientes ha perdido presencia internacional. Su autoridad moral se ha deteriorado, y a Benedicto XVI se le percibe acosado por el fuego cruzado en las luchas palaciegas del Vaticano, llamado por él mismo “enemigo interno”.

Quizá la Iglesia católica quiera, en medio de esta crisis, recuperar parte del glamour, con la beatificación, de su pasado reciente aunque sea una ilusoria burbuja, y ese triunfalismo de masas. Probablemente también incida la vieja guardia curial de Juan Pablo II, que ante las amenazas y juicios críticos de encubrimiento y corrupción haya empujado para protegerse.

Por tanto, pretenden no sólo la beatificación del personaje, sino del pontificado. También cabe la hipótesis de que sea el propio Benedicto XVI quien quiera enviar una clara señal, con la beatificación, de continuidad. Fortalecer su rol, zarandeado por las tempestades mediáticas y crisis internas que han puesto en cuestión su mando. Legitimar pues, su anunciado proyecto de saneamiento, reforma de la curia, y sobre todo posicionamiento moderado frente al Concilio Vaticano II. Hay, como sabemos, sectores progresistas, muy disminuidos, que le reprochan haber abandonado los principios e inspiración conciliar (Hans Kung) y otros sectores teológicamente ultraconservadores que le presionan para que redacte una especie de Syllabus o colección de errores y abusos de interpretación del mítico espíritu conciliar.

Las polémicas en torno a la beatificación de Juan Pablo II llevan a una reflexión más profunda y serena de su pontificado; a seis años de su muerte nos permite analizar con mayor claridad aciertos y yerros de un pontificado que, independientemente de sesgos, ha marcado profundamente la vida y la historia de la Iglesia católica contemporánea.

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Marcial Maciel y Juan Pablo II: más allá del sexo

Marcial Maciel es el fundador de la orden religiosa "Legionarios de Cristo", a quien está indisolublemente unido el movimiento "Regnum Christi". Nació en México y murió hace un par de años. En su fundación se le conoce con el nombre de "nuestro Padre", ya que los religiosos de dicha orden lo consideran un verdadero padre espiritual.

En el Opus Dei, San Josemaría también es llamado "nuestro Padre".

Ambas instituciones tienen muchas cosas en común; entre otras, una gruesa capa de ortodoxia indestructible, una fidelidad al Magisterio del Vaticano ciega, incondicional y a prueba de bombas (incluidas las mediáticas).

Esta virtud era muy apreciada por Juan Pablo II, que necesitaba personas fieles a su lado. Por ello potenció las relaciones con el Opus Dei y los Legionarios de Cristo durante todo su pontificado.

Juan Pablo II dijo de Maciel el 5 de diciembre de 2004 que era "guía eficaz de la juventud", que "ha querido poner a Cristo como criterio, centro y modelo de toda su vida y labor sacerdotal".

¿No sabía Juan Pablo II todo el escándalo relacionado con este sacerdote?

Sin lugar a dudas lo sabía.

Tras retrasar la investigación, finalmente en el 2001 confió al hoy Benedicto XVI (entonces Joseph Ratzinger) este delicado tema. Mientras tanto, los Legionarios de Cristo y sus afines se afanaron en tratar de tapar (o seguir tapando) todas estas cuestiones y desmintiéndolo todo. Para ello contrataron carísimos abogados americanos que amedrentaran a los ocho ex Legionarios que denunciaron ante el Vaticano los abusos sexuales de Maciel.

El garrotazo se lo llevaron en mayo de 2007, cuando la Congregación para la Doctrina de la fe admitió que había motivos para sancionar a Maciel, y le impuso una renuncia forzosa a su ministerio sacerdotal.

Marcial Maciel tenía al menos media docena de hijos. Un hijo es el resultado de una unión sexual entre un hombre y una mujer y es algo que viene sucediendo desde el inicio de la especie humana. En cambio, las anteriores denuncias, en las que el Vaticano se basó para sancionarle, le incriminaban en actos pedófilos, en consumo de estupefacientes (morfina) y coacciones a menores. Se habló de que la institución debía "cargar con esa Cruz" y "admitir humildemente la voluntad del Santo Padre".

Maciel estaba vivo entonces. No le expulsaron de la orden por todo aquello. Es más, nunca pidió perdón a las víctimas.

Ahora dentro de los Legionarios ya hay voces que plantean si "conservar" a Maciel como "Padre" y, al menos en Internet, han reducido su presencia a la mínima expresión.

Marcial Maciel soñaba con ser proclamado santo universal y acabará en los infiernos más profundos de su iglesia. Los últimos descubrimientos sobre la doble y exagerada vida del famoso fundador de los Legionarios de Cristo y del grupo sacerdotal Regnum Christi no dejan lugar a dudas, y eso que aún no ha concluido la investigación ordenada hace un año por Benedicto XVI. Lo que ya se sabe es demoledor.

El líder de uno de los más exitosos movimientos del nuevo catolicismo no sólo fue notorio pederasta y drogadicto. También tuvo hijos con varias mujeres, para colmo de males, plagió el libro de cabecera legionario, titulado “El Salterio de mis Días”, e impuso a toda la organización un cuarto voto de silencio para guarecerse de denuncias.

Uno de sus antiguos colaboradores le acusa de haber envenenado a su tío abuelo, el obispo Guízar, que avaló la exitosa carrera eclesiástica del ambicioso sobrino en el convulso México de los años 30 del siglo pasado.

“¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!” Este clamor le valió un pontificado al entonces cardenal Joseph Ratzinger. Lo pronunció en un vía crucis en abril de 2005, a punto de reunirse el cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo II.

El todopoderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex santo Oficio de la Inquisición) sabía de qué hablaba. Los cardenales electores, también. Sobre la mesa del Papa Juan Pablo II se habían acumulado acusaciones de pederastia contra miles de sacerdotes, y también quejas por el encubrimiento de esos delitos por algunos jerarcas en EU, Irlanda, Italia, Austria e, incluso, España.

El alemán Ratzinger aparecía como el único de los reunidos con información y autoridad suficientes para atajar tal estado de cosas.

El propio Juan Pablo II no se libraba de críticas. Por citar sólo el caso del fundador de los Legionarios, a la mesa de trabajo del Papa polaco habían llegado durante años cientos de denuncias sobre las andanzas y desviaciones del sacerdote Maciel.

El Pontífice las despreció: Maciel era uno de sus preferidos.

Llenaba plazas y estadios de fútbol en los viajes del líder católico por el mundo, junto al otro movimiento de moda, el Camino Neocatecumenal del español Kiko Argüello.

Cuando el todavía cardenal Ratzinger clamó contra la “suciedad” interna en su Iglesia, los cardenales se convencieron de que era el hombre a elegir.

Dos días más tarde lo hicieron Papa, el 19 de abril de 2005. Fue entonces cuando se empezó a cavar la tumba del hasta entonces intocable fundador de los Legionarios. Una de las primeras medidas anticorrupción del pontífice Benedicto XVI, en mayo de 2006, le alcanzó donde más dolía.

Maciel debía abandonar Roma apresuradamente, y retirarse a su México natal. También debía dejar el poder en manos de alguno de sus colaboradores. La decisión del Vaticano parecía humillante —Maciel era obligado a llevar “una vida reservada de oración y penitencia, renunciando a cualquier forma de ministerio público”, se le ordenaba—, pero no acalló el escándalo. Demasiado poco castigo para documentadas acusaciones de abusos sexuales en varios países.

Como disculpa, Roma apeló a la edad avanzada del encausado, casi nonagenario. Maciel moriría poco más tarde, en enero de 2008, en Cotija (Michoacán, México).

Asunto zanjado, suspiraron sus antiguos amigos en el Vaticano.

Se equivocaban de punta a cabo. Además del clamor dolorido de las víctimas, que pusieron el grito en el cielo por la benevolencia de Benedicto XVI, ahora entraban en escena autoproclamados hijos y mujeres de Maciel reclamando atención y derechos.

A Karol Wojtila ya no le tocó lidiar con eso.

Al final, se libró de castigar a su gran amigo.

Y seguramente que hoy, en la dimensión de la muerte, ambos andarán ideando nuevas maneras de cautivar a los incautos...

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