Trova y algo más...

lunes, 2 de mayo de 2011

Estamos hechos de momentos...

Los seres humanos estamos hechos de momentos.

Y por culpa de los momentos, a veces se juzga toda una vida.

Ni modo: así somos los humanos y la mayoría de los humanoides.

Que a mí o a la mayoría de los lectores anónimos de ésta u otras columnas electrónicas nos llamen estúpidos por alguna manifestación individual surgida de un momento de emoción particular (como decir que uno le va a Boston y no a los Yankees, o al Barcelona en lugar del Real Madrid, o a Hamilton en vez de Fernando Alonso, por ejemplo), pues vaya y pase.

¿Qué se le hace?, a la mejor y sí somos estúpidos.

Pero nosotros hablamos a título personal sin mayor representatividad que nosotros mismos.

Otros no pueden darse ese lujo.

Lo anterior viene a colación porque hoy he leído en la prensa una nota titulada “Felicita Calderón a Obama por la muerte de Osama Bin Laden”.

Me quedé como pensando, haciendo un cigarro de hoja, y díjeme a mí mismo que esa declaración no estaba del todo correcta.

Sobre todo, viniendo de alguien que se dice sensible, alguien que apenas anteayer estuvo en El Vaticano con el Papa Ratzinger, en la santificación de Juan Pablo II, rezando, con los ojitos como Cleto —el de la canción de Chava Flores— y con las manitas juntitas juntitas porque dicen que así las oraciones se van más rápido al cielo... y ahora nos sale con un desbarre absolutamente pavoroso que hace una apología del crimen: celebra la muerte de un criminal a manos de un grupo de asesinos.

Yo no sé si Felipe de Jesús Calderón Hinojosa sea un estúpido; lo que sí sé es que a lo largo de los últimos cuatro años ha dicho y ha hecho cosas verdaderamente estúpidas.

Entre ellas, esa declaración.

Y es que alguien que se dice presidente de un país no puede dejarse llevar públicamente por su falta de carácter ante un imperio militar.

No puede ni debe mostrarse como un simple lamebotas nacional para quedar bien.

Si quiere hacerlo, que lo haga en privado, en lo oscurito.

Así como arreglan los políticos y los grupos de poder económico el futuro cortoplacista de México y del mundo.

Pero que no lo haga a nombre de todo un país, de millones de ciudadanos que consideramos que las atrocidades que comete el gobierno de una nación como Estados Unidos, que finca su poderío en su ejército y sus ansias de manipular la mitad del mundo, son peores que todas las acciones que se cometen en su contra.

Muchos no han entendido que eso que llaman “políticamente correcto” en no pocas ocasiones se basa en verdaderas torpezas, en una miopía institucional que no permite ver los límites de las razones.

De verdad que la declaración del Felipe Calderón es propia de un imbécil.

¿Cómo es posible que alguien públicamente celebre la muerte de otro individuo?

Dice la nota que Calderón consideró que es muy importante que los gobiernos unan esfuerzos para “terminar con el flagelo de quienes buscan alcanzar sus perversos propósitos a través de la violencia, del terror y la muerte de gente inocente”.

¿Estaba hablando de Osama o de Obama, pues los dos actúan igual? (Ya ven que hasta los noticieros gringos cayeron en un grandísimo error al divulgar la muerte de Obama Bin Laden, en vez de Osama).

La nota de marras, la de la felicitación, agrega que el mexicano consideró que con la —todavía presunta— muerte de Bin Laden se ha dado un paso fundamental porque se trata de un criminal que provocó la muerte de miles de personas inocentes, incluidos mexicanos honrados y trabajadores en distintos atentados, como el ocurrido el 11 de septiembre en el World Trade Center de Nueva York.

Y concluye diciendo que “México reitera su compromiso en la construcción de un mundo más seguro”.

Aunque no estamos de acuerdo con eso último. Habemos muchos ciudadanos que, como Javier González Garza, creemos que lo que debe quedarnos claro es que todas las acciones que individualmente emprendamos para enfrentar la violencia y las omisiones del Estado siempre serán insuficientes.

Al margen del bombardeo informativo sobre la presunta muerte de Osama bin Laden, en México tenemos la puntilla noticiosa en torno a las desapariciones, asesinatos, secuestros y, últimamente, los hallazgos de cientos de cadáveres en fosas clandestinas provocan, además de horror, una sensación de miedo y desamparo.

Lo peor que puede pasar es acostumbrarnos a tragedias como éstas.

Y al parecer Calderón ya se acostumbró y prefiere declarar sobre otras muertes, aunque resulten de un sospechosismo brutal.

Podría suceder que la abrumadora violencia y los incontables acontecimientos sangrientos nos causan una especie de parálisis.

En general, los ciudadanos enfrentamos la violencia por nuestra propia cuenta. En las discusiones en el seno de las familias o entre amigos se encuentran las formas de protección individual.

Las historias de familiares de desaparecidos, que buscan en los depósitos de cadáveres a sus seres queridos, son desgarradoras.

Hoy se encuentran cientos de ellos en calidad de desconocidos en distintos lugares de la República. Algunos de esos cuerpos eran migrantes de centro y sudamérica, muchos otros campesinos pobres de nuestro país que aspiraban a trabajar en Estados Unidos.

Todos migrantes económicos que por no encontrar formas de subsistencia en sus lugares de origen intentan llegar a Estados Unidos. También existen, cada vez más, casos de ciudadanos que sólo "iban pasando por ahí", éstos sí auténticos daños colaterales.

Pero ¿qué importa eso?

Parecería que lo verdaderamente importante es la santificación de Juan Pablo II y el presunto asesinato de Bin Laden. Eso sí es para ofrecer declaraciones, aunque sea a través de twitter.

Aunque tantos desaparecidos, tantas fosas repletas de cadáveres que luego se le achacan a los narcos, ha generado que muchos exijan justicia y que la mayoría implore seguridad.

La propia Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha denunciado la participación de agentes del gobierno, policías o miembros de los servicios de migración del país en estos ataques a los migrantes.

Ante tales denuncias, el secretario de Gobernación, Francisco Blake, se ha apresurado a exculpar públicamente a cualquier representante del gobierno en estos hechos.

En ese mismo tono, Alejandro Poiré defiende al gobierno federal, al tiempo que responsabiliza a los gobiernos de los estados por la violencia.

No, eso no importa.

El gobierno de Calderón no quiere reconocer su responsabilidad en un creciente número de casos en los que miembros del Ejército Mexicano han incurrido en violación de derechos humanos o en francos delitos contra civiles, desafiando así las sentencias de la Corte Interamericana.

Contrariamente, Calderón se queja de que es la debilidad institucional la causa por la que se infiltra el crimen organizado en las propias instituciones. Pero no dice que la PGR, la Secretaría de Seguridad Pública, las Fuerzas Armadas y la Secretaría de Gobernación, incluyendo el Instituto Nacional de Migración, dependen directamente de él.

En última instancia, el propio Calderón ha sido responsable de la confrontación entre estas instituciones y su rápido desgaste, al punto de ser ya irreconocibles.

Nadie desea que la debilidad institucional siga creciendo, tampoco se apuesta por un "acuerdo" con integrantes del crimen organizado.

Todos deseamos la paz, y para que se logre se requiere el respeto irrestricto de los derechos humanos, la protección a todos los mexicanos y migrantes que pasan por nuestro país.

Pero para que la paz sea valedera sólo se puede construir a partir de la justicia.

Pero para Calderón la justicia no existe en México, existe en otra parte del mundo.

La justicia que impone con propia mano el gobierno de Estados Unidos al asesinar a los criminales a domicilio.

Esa es la justicia que importa.

Y es la que hay que reconocer públicamente, aunque al final parezca un acto de subordinación más.

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