¿No les digo? Rozando por el lomo me pasó el sartenazo que me tiró la Araceli la tarde del día aquel en el que le dije que iba a renunciar al muy honorable pero igualmente honorífico puesto de señor de la casa, o al menos pedir licencia como su esposo por tres meses, para entrarle de lleno a alguna candidatura por lo que sea, ahorita que parece que están tan baratas, considerando a la mayoría de los suspirantes que ya se anotaron para querer ser alcaldes, diputados locales, diputables federales y hasta gobernador del Estado. De hecho, hasta un par de candidatos a la gubernatura salieron baratitos baratitos, productos de dedazos obscenos, peores que la roqueseñal en aquella memorable escena legislativa: “¡Viva yo, mi amá y el IVA… Tengan, caones!” ¡Brrrr!
Y es que bien mirado, yo, como la esa Claudia, según la encuesta que hizo la Arlyn entre los perros, gatos y ardillas de la Santa Fe, también estoy bien posicionado ahí en el barrio, y malo que yo lo diga, pero también tengo mi humilde capital político. Nomás que yo, a diferencia de la esa Claudia, no tengo partido a quien arrimarle mi deste, así que, parafraseando a Benedetti, bien pudiera decir: “Todo mi partido soy yo mismo”, por lo tanto, sin tanta cobertura mediática y entrevistas imbéciles, yo me doy a mí mismo todo el apoyo que necesito para ocupar un puesto de elección popular, nomás falta quien me preste la bandera y sus colores, ¿no?, aunque en esto me pongo los moños: nada de verde oportunista ni pañal ni demás chiquillada limosnera, ni que estuviera tan necesitado.
Debo decir que tampoco estoy así como que muy obsesionado con ser candidato a algún puesto. A la mejor se me chispoteó decirle lo que le dije a la Araceli por el entusiasmo del momento, y el sartenazo casi me salía gratis. Mi obsesión nomás llega hasta la canción aquella de Pedro Flores, particularmente en el párrafo ese que dice a la letra: “Amor es el pan de la vida, amor es la copa divina, amor es un algo sin nombre que obsesiona al hombre por una mujer”, aunque, acá entre nos, también a las mujeres, ya con unas copas, les obsesiona ese algo sin nombre que parece pan divino remojado en las fórmulas matemáticas del Doctor Byrnes, que por cierto han sido el acabose de muchas parejas universitarias aparentemente bien establecidas en la comunidad y en colectivos sindicales, ya que descubrieron que nomás no les salían las cuentas y no intentaron siquiera volver a calcular… ¡qué flojos… o que truchas, lo que haya ocurrido primero!
Bue… el caso es que no sé si estés de acuerdo conmigo, ex timado lector, en que de ver dan ganas. Y como ahorita lo que rifa (>R<), como dicen los cholos de todas partes, es dejar un puesto para irse a otro, aunque todo mundo haya empeñado su palabra en que haría todo lo que estuviera de su parte para hacer el bien sin fijarse a quien y que nunca de los nunca nuncas iba a dejar su puesto para tarzanearse a otra liana política. Ya ven: hasta el Polacas© es hotdoguero con licencia, porque su pretensión ni tan callada sigue siendo ser el abanderado del Partido de la Unidad Social (PUS) a la alcaldía de Hermosillo, o al menos formar parte del cabildo infantil… lo que salga, chinchumaye.
Ah, pero si revisamos la prensa de hace unos seis meses, la mayoría de los que ahora andan entusiasmados preparando sus campañas en carro, en moto, a caballo o a pie, salían con cara de “Yo no soy como esos…¿cómo creen que voy a faltarle al respeto a los electores?, si por ellos estoy aquí, trabajando infatigablemente en bien de la sociedad” y otros rollos demagógicos por el estilo, desgarrándose las vestiduras y corriéndosele el maquillaje, tanto a hombres como a mujeres, porque sabrá usted que la metrosexualidad al fin ha llegado a nuestros políticos rancheros y vaquereados de todos los días, porque la política es otra cosa... se los juro.
También habrá por ahí declaraciones de los más cínicos que, como seres extraños de otro planeta, se anticiparon a toda convocatoria y, siguiendo el viejo, conocido y policiaco refrán del que pega primero pega dos veces, alzaron su dedito para decir “Yo mero, Simpson”, y dejaron que se les resbalaran todas las opiniones y reclamos de adláteres y contrarios que veían en ese dedito a un vil gandallón disfrazado de candidato adelantado, aunque nada más en los tiempos, porque en conocimientos, sensibilidad y vocación están más que reprobados… ni en la escuelita de la farsa alcanzarían la calificación mínima… ni con maestros barcos.
En fin. De ver dan ganas. Tan cierto como lo es. Y lo que uno ve todos los días en la prensa y en los informativos insulsos son rostros de gente más común y más corriente que cualquiera de nosotros, personas que se siente elegidas por Dios para pastorearnos por las llanuras del bienestar social como borregos inútiles (me imagino que ya se puede decir borregos en las columnas, ¿no?), mientras ellos, los ¿esforzados? candidatos (incluso los más holgazanes de todos, los plurinominales, pues) andan hechos la mocha, con propaganda a todo color, carísima, obviamente, luciendo el rostro más fotochopeado que la Jeniffer Lopez.
“Bendito sea el Señor”, dijo mi amá el otro día que vio la propaganda de la Susy Patrañas, candidata panista a diputada federal plurinominal: “¡Írala!: si es casi de mi edad… no puede ser, si hasta parece su nieta y que tiene la piel de nalga de bebé… ¿qué crema usará?”, preguntó con una inocencia sólo comparable con la de Fernando Valenzuela en los tiempos de la Fernandomanía, y luego le dio otro sorbo al café sin azúcar que le gusta tomar cuando se pone a venenear duro y tupido: “Es que el azúcar y el veneno no se llevan”, me dijo una vez, hace como mil años, cuando le pregunté por qué algunas veces no le ponía azúcar a su café… En fin… así son mamás, sobre todo las mías… es como mi amá es tripolar, pues a verán ustedes…
Pues de ver dan ganas. Aunque a mí luego luego se me quitaron las susodichas. Y es que no me mando solo. Además, ya poniendo en la balanza los sartenazos y los posibles escasos beneficios de un puesto de elección popular, considerando mi probada honestidad (¿así se dice?), pues la Araceli me pegó una sentada como la que le dieron a la esa Claudia. Y ni modo de alegarle al ampayer. Es que a veces calladitos nos vemos más bonitos (aunque debo decir que en mí este refrán sólo se aplica como simple tropo literario, no como destello de realidad). Y encima ¿ya les dije que no me mando solo?, pues no me mando solo. Así que ni siquiera tuve necesidad de pedir licencia, y fue entonces cuando me acordé de uno de los dichos más frescos y frecuentes del marro Almada: “¡Al haber gatos no hay ratones!”. Pues sí.