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miércoles, 13 de mayo de 2009

Mi amigo Abraham, el cura

Abraham es más papista que el Papa. En serio. Como algunos miembros de la prensa local y ciertos grupos de la ultraderecha, como El Yunque, la agrupación en la que milita Manuel Espino Barrientos, el guía espiritual de algunos panistas que no se han salido del clóset. Aunque también en otros partidos hay individuos más papistas que el Papa, que se dan golpes de pecho para que nadie se entere de sus pecados, igualito que Bush. Como si fuera tan fácil ir por la vida arrastrando la cruz de la infamia y que nadie se dé cuenta. Justo ahora que existe el feliz recurso del video y las grabaciones telefónicas, que son una cruz más pesada que cualquier icono religioso.
Abraham es un amigo mío de la infancia. Vivía por la Quintana Roo, allá en Navojoa, cerca de La Laguna. En tercero de primaria estuvimos en el mismo grupo, con el profesor Moni, en la escuela Centro Escolar Talamante, esa que está junto al templo del Sagrado Corazón de Jesús. A lo mejor ahí fue que Abraham sintió la vocecita de dios llamándolo cuando salíamos al recreo a jugar a las canicas o a los encantados. No sé. Hace tanto de eso, que apenas me acuerdo. El Alzheimer... usted sabe, ¿no?
El caso es que cuando salimos de la secundaria, Abraham se quiso ir al seminario de Esperanza a iniciarse en las filas del sacerdocio. Antes no había escasez de curas. Por el contrario, era un oficio que atraía a muchos muchachos, pero hoy la crisis está fuerte. Ya lo dijo el José Ulises la semana pasada ante unos reporteros atónitos que casi se flagelaban con las grabadoras y se cortaban las venas con la cámara digital. Y es que ahora nadie quiere ir a encerrarse en un claustro a ver pasar los días sin más herramientas que la oración y los estudios teológicos, tan enfadosos como la voz de los comentaristas de los partidos de béisbol que transmiten por ESPN 3; o sea, Telemax.
Es más, la mayoría de los curas ahora son seres más terrenales que las bailarinas de los table dances. Se embriagan como cualquier hijo de vecino y les sueltan el manotazo a todas las muchachas que estén a su alcance. Digo la mayoría, porque no todos. Algunos sí llevan la vocación como estandarte y siguen al pie de la letra las enseñanzas de Cristo, que es el ejemplo a seguir en nuestra sociedad, tan católica y romana como la más pura de las cunas religiosas. Pero en realidad son tan pocos que casi no pintan en el universo de los emisarios de dios. Son como esos garbanzos de a libra que uno encuentra muy de vez en vez y disfruta con ellos del sabor de la filosofía. Exactamente como dicen las chaparritas: De lo bueno, poco. Aunque...
En cambio, la mayoría de los sacerdotes han confundido su apostolado con las más ruines y bajas pasiones humanas, que también existen. Entre ellas, el abuso sexual de infantes y doncellas núbiles. Y no es que el amor carnal sea un asunto de desprecio. No, señor, sino el engaño que tejen algunos representantes de dios en la tierra alrededor de niños indefensos y de jovencitas que caen bajo el arrullo de palabras dichas en tono sedoso y finas maneras, que acaso suele ser la más sucia de las herramientas de la farsa. Sobre todo, cuando presuntamente aquellas palabras están dichas en el nombre de dios. ¡Válgame, dios!
Y qué decir de esos curas que se sienten protegidos por el manto divino. Hace apenas unos días salió en el periódico que, en el estado de Guerrero, un sacerdote en compañía de otro mató a balazos al alcalde de un pueblo vecino e hirió al hijo de éste. Estaban borrachos, desvelados y eufóricos por el festejo a la virgen del lugar. Estaban como cualquier narcotraficante de baja ralea: armados, borrachos y con la presunta impunidad que otorga ser la máxima autoridad espiritual en una tierra donde campea el analfabetismo, la ignorancia y la explotación. Hoy, aquel par de sacerdotes está detenido en la capital guerrerense en espera de ser juzgados por la ley de los hombres, que es menos severa que las leyes del Eterno porque fácilmente se corrompen. De prueba está ese montón de ladrones multicolores y sus secuaces grises que nos han gobernado durante décadas en todos los rincones de México, incluyendo Hermosillo, claro.
Bueno, leyendo esa nota fue que me acordé de Abraham, mi amigo navojoense más papista que el Papa. Y es que el Abraham finalmente se fue a Esperanza a estudiar en el seminario. Después no supe más de él más que lo que me contaba su hermana Ethel, una rubia escandalosamente espectacular que hacía que los huesos se me volvieran de espuma cada vez que me contaba que el Abraham le contaba en sus cartas que ya se había recibido de cura, que ya había ofrecido su primera misa, que ya había enterrado a su primer difunto y que ya le habían encargado su primer parroquia allá en Michoacán, mientras mi corazón relinchaba de pasión por la Ethel y mi imaginación le iba desabotonando la blusa hasta dejar a la vista de mis miserias toda aquella exuberancia que algún día llenó mi sangre de piratas sedientos de carne. ¡Gulp!
Seguro que el Abraham seguirá en Michoacán. O no sé. Lo que sí sé es que la Ethel cayó en las garras de otros piratas, éstos de la religión, y tuvo un hijo de un cura en Pueblo Viejo, ahí en Navojoa, donde dicen que todo puede suceder. De seguro que habrá sido un cura más papista que el Papa, acaso el mismo Papa que ha declarado su pesar por todos esos representantes de la Iglesia Católica que han confundido su quehacer religioso y se han perdido en los remolinos de sus propios demonios internos. ¿Será?