1. Ha sido mi compañero durante 51 años: conmigo, como dice la canción, ha subido y bajado lomas; ha ido de parranda y se ha enamorado conmigo, ha llorado y reído; conmigo se ha levantado tarde y temprano, ha jugado basketbol y ha caminado conmigo por el Colosio ida y vuelta hasta el Seminario Mayor; ha ido al trabajo conmigo, ha flojeado y ha hecho horas extras sin cobrarlas; ha experimentado dolores terribles conmigo y ha gozado momentos de paz sedosa; ha sufrido conmigo de la vesícula y el riñón, de las rodillas y el alma; ha tocado la guitarra y cantado conmigo con su voz desenfadada; ha perdido agilidad y vista conmigo, y ha empezado a tener problemas dentales; en su cabeza la calvicie ha sentado sus reales y en su cintura se han acumulado veinte kilos de sobrepeso; sin embargo, sigue siendo mi compañero de toda la vida, y yo sigo queriéndolo como, supongo, lo quise desde el primer día.
2. Veo en la televisión cómo atletas famosos y hermosamente constituidos aprovechan su cuerpo para promocionar aparatos de fisicoculturismo, desde los más rudimentarios hasta los más estrambóticos, pero todos con el aparente mismo fin: que uno luzca un abdomen de lavadero, una musculatura propia de Conan el Bárbaro, un piernamen colosal y un derriere prodigioso digno de mejores causas.
Generalmente uno se emociona por los “resultados” que producen aquellos aparatos y la pasmosa facilidad con la que los deportistas de la fama practican sus ejercicios ya sobre una barra deslizable provista de manubrios de manganeso para que los cuadríceps desarrollen de manera formidable, ya sobre una tabla acojinada que se levanta del piso la distancia que uno requiera para quemar cientos y cientos de calorías, ya con palancas asombrosamente ajustadas sobre poleas y cables que hacen que uno adquiera posiciones inimaginables, cercanas a lo pornográfico, al momento de utilizar los aparatos.
Y pues sí: uno se emociona y cae en el garlito de soñarse en esos cuerpos sudorosos y plenamente abrazables, y se abalanza sobre el teléfono, marca el número que está en pantalla para ser uno de los primeros 30 suertudos a los que se les hará una irrepetible rebaja (manual de uso y shorts de licra incluidos), y a la vuelta de una semana “Ñ Chupins” nos envía el maravilloso aparatejo que a los tres días yace moribundo en el rincón del olvido porque para nada que pudimos deslizar la barra, ni la tabla se levantó del suelo y las palancas nos indujeron a una posición corporal más parecida a la que se ilustra en la página 128 del Kamasutra (edición francesa de 1996) que a la foto del atleta sonriente que aparece en la envoltura de esos modernos aparatos de tortura.
Al fin, uno termina haciéndose a la idea de que ya vendrá el futuro no tan lejano en el que al fin nos decidamos a ir a las clases de yoga a las cinco de la mañana para que rinda el tiempo; mientras, el café con leche, los molletes y el diario matutinos nos dan ese consuelo humano tan necesario.
3. En esas largas idas al baño nunca está de más agenciarse una revista de modas o del corazón para hacer más llevadero el soliloquio del bajovientre.
Invariablemente, uno encuentra en esas revistas consejos y dietas para perder cinco kilos en una semana o 15 en un mes, como si fuera uno a apostarlos en algún casino de Las Vegas y listo. “Estas dietas son infalibles”, dicen las revistas, “y quien las sigue al pie de la letra se pone Cameron Diaz” (o su homólogo en varón, que no sé quién diablos será).
¿Y cómo no?, piensa uno al ver lo que hay que consumir: “Desayuno, tres ramitas de bróculi del alto Perú; Merienda, medio pan tostado (integral); Comida, 100 gramos de ternera Yorkshire asada, y Cena, ensalada de jengibre, yinsen y raíz de epazote. Indispensable beber cuatro litros de agua al día”.
La pregunta es: ¿vale la pena agonizar de hambre para perder cinco kilos a la semana (15 en un mes)? ¿es preferible ser un flaco amargado a un gordito feliz? Mientras responde, el café y los molletes siguen brindando consuelo.
4. Cuenta la anécdota que en lo más frío del invierno en la Barranca del Cobre, llegó un tarahumara casi desnudo a una reunión, y un individuo que no pertenecía a la etnia le refirió sobre el intenso frío que sentía, y le preguntó si quería ponerse una cobija para cubrirse, a lo cual el indígena le respondió que no, que él se cubría no porque hiciera frío, “sino para que haga frío”.
Así, surgen otras preguntas: ¿usted es de los que hace ejercicio o se pone a dieta porque está gordito o “para sentirse gordito”? ¿qué hay de sentirse a gusto haciendo ejercicio, sin rebajar ni cinco gramos, sino por el mero gusto de poner en actividad el cuerpo, sudar y bañar la carrocería sintiéndola más suya?
5. Como digo, ha sido mi compañero durante 51 años: conmigo ha subido y bajado lomas; ha ido de parranda y se ha enamorado, ha llorado y reído; se ha levantado tarde y temprano; ha caminado conmigo por el Colosio ida y vuelta hasta el Seminario Mayor; en su cabeza la calvicie ha sentado sus reales y en su cintura se han acumulado veinte kilos de sobrepeso; sin embargo, sigue siendo mi compañero de toda la vida, y yo sigo queriéndolo como, supongo, lo quise desde el primer día... y es que no sé si así es como debe uno querer (y aceptar) a su cuerpo. No lo sé...