No es que la cosa iba muy bien, pero no estaba tan mal como se encuentra hoy. Si este asunto fuera una persona enferma, ya estaría con un pie en la tumba. Y pese a todo, hay quienes siguen creyendo que el proceso goza de cabal salud. Y es que leen los diarios y ven los informativos. Pero algo de verdad tendrá aquello, porque de otra forma los candidatos difícilmente podrían estar lanzándose con todo a 40 grados, tal como lo están haciendo ahora.
A un spot ciertamente malo de un suspirante, los seguidores de otro le contestan con un anuncio pésimo. A una encuesta con rasgos de imbecilidad le sigue otra con defectos peores. Eso era de esperarse, pero la pregunta es: ¿debemos de soportar esto?
Si ya en la antigüedad se utilizaba lo que los estudiosos llaman hoy las mentiras antes de la batalla, así no sorprende que los gladiadores actuales velen sus armas y se desaten las luchas por el poder a través de los medios. Durante este proceso electoral hemos venido leyendo, escuchando y encontrando una serie de tópicos, medias verdades, mentiras o hechos manipulados por parte de los comités de campaña de todos aquellos que aspiran a gobernar el estado. Y de esto nadie se salva: ni los colores ni las siglas salvan a los seres humanos de la ruindad que aflora en los círculos más viciados de la política. Y como por arte de magia, todos los candidatos se nos presentan como unos verdaderos salvapatrias, aunque utilicen los recursos más vergonzantes que pueden existir dentro del amplio arsenal de recursos y malas mañas para hacer política. Ya hemos tenido bastantes salvapatrias en nuestra pequeña, breve pero nuestra historia. Ni uno más: ahora se requiere un ser humano con sus aciertos y defectos, honesto y que esté dispuesto a llevar a Sonora a planos todavía inéditos en el concierto nacional, a pesar de la altura del tiempo y de todo lo que se ha gastado en publicidad.
Todos requerimos de una toma de conciencia de las crisis partidistas que las campañas políticas han puesto a la luz del día: pese a los múltiples progresos políticos que innegablemente se han vivido (porque nosotros, la ciudadanía, hemos madurado: ya sabemos que se pueden aceptar las despensas y las varillas y los sacos de cemento y todo aquello con lo que nos quieren comprar, y si nos da la gana votar por otro, podemos hacerlo), la magnitud de efectos perversos es tal que estamos en condiciones de hacer balance de las campañas y los candidatos para saber a quien le hemos de dedicar nuestro voto de manera razonada. Insisto que no es con videos mediocres como habrán de ganar la voluntad del electorado. Sin embargo...
En esa lucha por el dominio patrimonial de la verdad (como si la verdad no fuera un valor relativo y, en consecuencia, la verdad absoluta no existiera), las agrupaciones que apoyan a los candidatos, y que se asumen como el ala inteligente de los comités de campaña, han caído en la aberración facilona de tratar de descalificar a los oponentes porque “mienten”. En términos filosóficos, los “creativos” de las campañas intentan en vano pasar del paradigma de la certeza al paradigma de la verdad, que según el modelo que antepone la verdad a la certeza, lo radical no es la objetividad sino la realidad. Pero a la realidad no podemos acceder de manera automática, por la simple aplicación de un método racional o por la grabación de un vídeo rastrero. Tal acceso requiere un trabajoso aprendizaje que se alimenta de una larga tradición de pensamiento.
Recordemos que en rigor no hay pueblo sin historia, sin educación, sin comunidades de investigación, sin componentes éticos y políticos, y aquí es donde todos aquellos que aspiran a gobernar Sonora (y a los sonorenses) habrían de sustentar sus propuestas, no en la descalificación sistemática. “Volvemos a las noticias”, como dicen en los informativos de la estulticia. No le cambie...