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lunes, 25 de mayo de 2009

¿Usted les cree a los periodistas? ¡Yo tampoco!

¿Usted le cree a ____________? (en esa línea puede escribir el nombre del o los periodistas que usted guste, de aquí o de allá, que donde quiera se conducen igual). Yo tampoco. Y menos cuando su tema es la política… o mejor dicho: los chismes sobre políticos, que es lo mejor que sabe hacer. Por decirlo así, _____________ es la Paty Chapoy de la farándula politiquera: defiende su empresa (en el caso de ______________, defiende de manera obscena al candidato que más dinero le ha metido al bolsillo: usted sabe, amigo lector, cuestión de ética periodística y de dignidad profesional, dicen) hasta con los dientes; la defiende como López Portillo (el popular Jolopo) juró defender al peso: como un perro… perro presidencial, ciertamente, pero perro al fin.
Así defienden algunos columnistas, editorialistas, conductores de informativos y demás fauna nociva a los candidatos que les han prometido el cielo y las estrellas del dinero: como perros. Y como perros van por la vida esos jirones de periodistas, arrastrando su credibilidad como si fuera su sombra, enlodándola, trapeando con ella lo que alguna vez hicieron de bueno.
Seguro que así terminarán: repudiados por una sociedad que ha crecido, que se ha cultivado, que ha tenido la oportunidad de leer otras páginas, ver otros informativos, escuchar otros programas radiofónicos; de tener internet en casa y acceder a plumas (¿o teclados?) de veras internacionales, que se han preparado, que han trascendido la inmediatez que ofrece la localía de la ignorancia, esa tarjeta de presentación de tantos y tantos individuos rastreros que el cielo de la política nos tiene prometidos y que han llegado a los medios intentando hacerse ricos a costa de su propia ¿dignidad?.
La ciudadanía ha crecido. Sin embargo, parece que la enorme mayoría de los francotiradores ocultos detrás de un medio de comunicación no quiere darse cuenta de ello: intenta seguir el juego de la manipulación mediática, está obsesionada con seguir faltándole el respeto a una sociedad que lo que requiere es precisamente lo contrario, medios y periodistas que le ayude a alcanzar una mejor calidad de vida; profesionales del periodismo que le ofrezcan las herramientas de la inteligencia, motivos para la reflexión, una dosis de filosofía práctica cada día y mucha menos estupidez desarrollada generalmente en párrafos mal escritos y con pésima ortografía, aunque los errores de sintaxis y las faltas ortográficas pueden pasar, pero no –nunca más– el intento por seguir jugando al Goebbels de pacotilla para seguir machacándonos con aquello de: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad», punto central de los 11 principios del ministro de propaganda nazi.
De esas verdades falsas ya estamos hasta la coronilla. Ya estamos hartos de las mentiras de casi todos los políticos y del eco vergonzante que hacen de ellas la mayoría de los periodistas, esa a la que ya le llegaron al precio y que sin empacho asume que los ciudadanos son una manada de bestias que hay que seguir arriando, mientras le paguen adecuadamente el trabajito, obviamente.
Aquí conviene recordar los 11 principios de Goebbels y compararlos con lo que practica la mayoría de los periodistas, especialmente __________________ (ya sabe a quién nos referimos, porque usted tuvo la gentileza de poner el nombre en la raya):
1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan".
4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5. Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada, y su comprensión, escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
6. Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.
7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9. Principio del silencio. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines. (Aquí nos faltarán rayas para poner nombres de medios y de periodistas).
10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.
Y nosotros, como sociedad, tenemos la obligación de hacer a conciencia la diferenciación entre la buena información y la basura que a diario nos ofrecen nuestros medios. Somos corresponsables de lo que nos sucede, y podemos y debemos ponerle un alto a la herencia diaria de desperdicios que los medios creen que vamos a recibir sin chistar.
No necesitamos hacer una revolución armada con pasamontañas para darle un correctivo a los medios: con cambiarle al canal o a la estación o darle vuelta a la hoja es suficiente para que se den cuenta de que hemos dado un paso hacia adelante en busca del respeto que nos merecemos, y que ellos nos necesitan tanto como nosotros a ellos para construir una mejor sociedad, más democrática, más respetuosa de sus instituciones y empresas, y sobre todo más digna para todos. Si los medios no piensan así, devolvámosles la basura, su propia basura, hasta que el silencio los asfixie en sus propias heces mentales.
Con ello, la mayoría de los políticos habrán de cambiar su discurso demagógico por uno de contacto directo con los ciudadanos, un discurso que deje la retórica vacía por las propuestas sólidas que hasta ahora, con las mentiras amparadas bajo el manto de los 11 principios de Goebbels y cacaraqueadas hasta el infinito por los periodistas de la indignidad, no han hecho su aparición…