Eres el tomate de mi más tierno hot-dog, el vaho que me empaña suavemente los anteojos, la rasquera que me agarra, allá abajo, en el talón, la gasolina de mis últimos kilómetros.
Eres el six pack más helado del expendio, la cama que me arropa, las garras que me cubren, el primer rostro de la noche, cuando agarro el sueño, y el frío que me agrede cuando me falta tu lumbre.
Eres el pasajero de mis sueños que hoy no compró boleto y que tendrá que volver mañana a mi ventanilla con el mismo rostro, las mismas manos y el mismo resto que hace que me derrita como al calor la mantequilla.
Eres la canción que me gustaría bailar, el trago de tequila que embriaga con sólo olerlo, el comercial que me lleva hasta ti, el comercial que se te parece, pero que no recuerdo.
Eres el último chorrito de orín por las mañanas, el último, el más feliz de todos los chorritos, el espejo que refleja esas ganas de ti, esas ganas de ir hasta ti, sacudirte, estremecerte y quedar ahíto.
Eres, en fin, el total de mis carencias, todo lo que pude ser y que no he sido (y que no va a ser nunca, lo dice la experiencia: al agua y al aceite juntarlos no han podido).