Trova y algo más...

sábado, 23 de mayo de 2009

¿Tenemos el periodismo que merecemos...?

No es sólo despertar muy temprano, saltar de la cama y sentarse a esperar a que llegue el diario a la puerta de la casa, o encender la radio o la televisión o la computadora para conectarse a internet: prepararse para mantenerse informado es más una actitud que un hecho simple.
Sí, porque, además, el ser humano tiene derecho a la información, esa insoportable levedad del hacer que debería enaltecer la libertad y fincar la democracia...
En términos simples, la esencia del periodismo habría de ser aquella que mueve a la reflexión y a la dinámica simple del ser: la dialéctica integral que en cada instante finca siglos. ¡Ups!
La dualidad información-periodismo, tan antigua como el oficio mismo, conlleva el artificio maravilloso de la investigación y la esquematización de la verdad, cualquiera que sea e independientemente de los bordes que toque o las heridas que abra.
En el periodismo se pueden perdonar ciertos errores de tipografía y cierta economía en el formato, pero la mediocridad informativa, el panfleto ideológico, el mal manejo del lenguaje, el intento de manipulación política, los editoriales débiles, las caricaturas tontas..., en fin, el contenido de textos e ideas cuando es malo, poco inteligente e insensato, resulta imperdonable.
Emmanuel Kant decía que llegamos a ser cultos a través del arte y la ciencia, y que llegamos a ser civilizados logrando una variedad de gracias y refinamientos sociales: el periodista debe afanarse por ser culto.
No es posible pretender dirigir la opinión pública ni formarla cuando una ignorancia circular produce desbarres lingüísticos y de conocimientos: no se puede ser periodista si se carece de cultura general más que aceptable: es indispensable tener una cultura por encima de la que tiene la persona promedio
En fin, esa extraña actividad que realiza el periodista; es decir, el comunicador y generador de noticias y, al mismo tiempo, moldeador o hacedor de opinión pública, es de una enorme carga social e histórica, de ahí la gran responsabilidad de aquellos que participan en los medios.
En palabras más llanas, el periodista tiene una enorme responsabilidad ante la sociedad: ser el vocero de la verdad, el comunicador de la realidad, el testigo fiel de los hechos... aunque hay de verdades a verdades, de realidades a realidades y de fidelidades a fidelidades, sobre todo cuando se trata de proteger intereses políticos.
Y ello no es de extrañar: el periodismo sin escrúpulos se ha practicado desde siempre y en todas las latitudes, no sólo de nuestra patria tan saqueada, sino del mundo entero.
Cierto que en Hermosillo, con sus límites exactos, resulta más fácil detectar la falta de ética en los medios y –créamelo, estimado lector– ninguno se escapa... aunque, en honor a la verdad, algunos han exagerado tanto su incondicionalidad a determinados grupos de poder, que los demás resultan aprendices del oficio, con todos sus aciertos y sus defectos.
Para entender el periodismo, debemos asomarnos a las funciones que Aristóteles encontraba en el lenguaje, a saber:
Función noética, que tiene una finalidad representativa (comunicar, significar, designar), y
Función patética, que tiene una misión expresiva (manifestación de sentimientos, vivencias, emociones).
La poesía, por ejemplo, se basa en la función patética; en cambio el periodismo se sustenta en gran medida en la función noética.
Aunque el periodismo recurre en mucho a los géneros literarios (cuento, ensayo, crónica, lenguaje poético y demás), priva en él la exigencia o expectación del destinatario. Esto es, el periodismo se escribe, fundamentalmente, para que los textos sean entendidos de forma rápida y eficaz, de manera contundente. Así, el objetivo del estilo periodístico es, simplemente, el de captar al lector, interesarle en la lectura.
Podemos, entonces, derivar que dos de los rasgos esenciales que caracterizan al periodismo son su uso utilitario y su propósito de comunicación.
Otro rasgo que define al periodismo es la comprensibilidad; es decir, la claridad de la exposición, libre de inútiles pompas de erudición o de preciosismos en la elección de las palabras, y se funda principalmente en frases y periodos breves y claros. En otras palabras, la comprensibilidad se basa en una prosa ágil, rápida y sobria: funcional.
En la prensa hermosillense encontramos claros ejemplos de lo que no es periodismo y que, sin embargo, continúa practicándose a diario con toda premeditación, alevosía y ventaja.
Asómese a los diarios locales y juzgue por usted mismo en qué grado de periodismo nos encontramos... y todo por nuestra culpa: si coincidimos en que la sociedad en su conjunto exige cada día mejores productos y servicios, mejores servidores y mejores satisfactores, ¿por qué aceptamos la escasa calidad periodística que nos ofrecen a diario los medios hermosillenses, sea radio, televisión, prensa escrita y ahora los medios que se difunden a través de internet?
Al periodismo le han llamado el quinto poder, la mano que mece la cuna, el opio diario de la población, el fútbol de los domingos, la telenovela de las tardes, el género perdido de la literatura... y pese a todo, sigue prevaleciendo en él una mediocridad ética que se esconde bajo una pomposidad técnica que bien puede ser prescindible ante la esencia del periodismo, porque el menosprecio de la información suele desembocar en el menosprecio de los periodistas, pero también el menosprecio de los informadores conduce, antes o después, al menosprecio de la propia información.
Por eso, la urgente y necesaria reforma de la calidad de la información, lo mismo que la urgente y necesaria vivificación de la ética informativa (la de los empresarios y los periodistas), no se puede producir en un clima de hostigamiento, coacción o menosprecio a las empresas y medios informativos, o de éstas hacia los lectores o los actores del escenario de la vida. Esas reformas serán posibles en un ambiente de convicción personal, con medidas libremente asumidas.
En este sentido, tiene mucho interés la práctica voluntaria de lo que Phillip Meyer ha llamado auditorías éticas de los medios, que básicamente tratan de medir anualmente, desde el interior de cada medio concreto, la verdad de los hechos difundidos con los índices de error totales (errores subjetivos y objetivos) por secciones. Cierto: ésta es una prueba que ningún medio local se aplicaría porque de antemano los propietarios del medio se saben reprobados... aunque en el fondo lo que importa es reprobar, hacer escarnio y mofa de quienes alimentan la información…
Piero Ostellino, ex director de “Il Corriere della Sera”, sintetizaba que “la libertad de cada periodista nace de su autonomía cultural, de su competencia, de su preparación profesional. En resumen, la libertad de un periodista se mide por su sabiduría”: por ello ahora podemos entender esa dependencia enfermiza del periodista hacia el poder, y mire usted que la fila es interminable, periodistas unos, simulacros otros, que ofrecen, algunos de ellos, un ejemplo fantástico del concepto que Hildy Johnson, el informador estelar de “The Front Page”, escribió alguna vez acerca del periodista: es el cruce de un contrabandista con una prostituta.
Y por desgracia, ése es el promedio del periodista que nos seguirá describiendo la realidad hasta que exijamos más de los medios por el bien de todos.