Al fin terminó la huelga en la Universidad de Sonora.
Yo no sé qué lecciones quedan para los demás en el interior y en el exterior de nuestra máxima casa de estudios después de 57 días de paralización de casi todas las labores académicas.
Lo que al menos para mí queda claro es que dentro del campus hay una comunidad universitaria dividida, que va a ser un largo camino hacia la curación de las heridas, que lo único que puede ponerse por encima de cualquier tendencia política, religiosa y laboral es el compromiso inalienable que tenemos como universitarios para seguir dando nuestro mayor y mejor esfuerzo para que la Universidad siga siendo la luz que todo lo ilumina y el soporte fundamental de su lema integrador: "El saber de mis hijos hará mi grandeza".
No será fácil, pero tampoco es imposible. Casi dos meses de huelga y su consecuente tensión social nos obligan a todos –trabajadores, académicos, administrativos, estudiantes, sociedad sonorense en general– a tomar nota de los aciertos y los errores que hemos vivido como institución, y que hay que hacer un esfuerzo continuo y sostenido para que esta experiencia no se repita… o al menos para que la Universidad no mantenga tanto tiempo sus puertas cerradas porque al final todos perdemos, sobre todo los jóvenes que asisten a diario para darle vida y sentido a las funciones sustantivas de la Universidad de Sonora.
Hacia afuera queda una sociedad igualmente dividida, que estuvo pendiente dentro de lo cabe –no olvidemos que estamos casi en la recta final de un proceso electoral que se ha distinguido por el derroche y su manifestación descarada en miles de spots y de columnas aberrantes– del proceso de negociación contaminado al máximo por los medios y por los foros que los mismos medios pusieron a disposición de las partes en conflicto y de los principales afectados, los estudiantes.
Si bien es cierto que la libertad de expresión es un derecho de todos los ciudadanos –está consagrada en la Constitución y en diversas legislaciones modernas–, también es cierto que en tan solo 57 días muchos de los columnistas y conductores de noticieros e informativos faltaron gravemente al principio fundamental del periodismo: la objetividad. De imparcialidades mejor ni hablamos.
No es gratuito que varios de ellos se hayan ganado no sólo el repudio de los huelguistas, sino de una enorme porción de la sociedad que se hartó de sus comentarios arbitrarios, de una bajeza supina y al mismo tiempo de una superficialidad insultante.
Sí, en sólo 57 días algunos periodistas locales dejaron su prestigio en calidad de desechos orgánicos y otros simplemente alcanzaron su real nivel de eso mismo.
Igualmente quedó claro que el nivel de discusión entre los estudiantes en los foros que se abrieron en internet refleja la escasa preparación que la mayoría de ellos tiene en este rubro y su poca preocupación por ver más allá de su postura personal de no perder el semestre y de quejarse agriamente por tener que asistir a clases en plena canícula.
Extraña que medios tan puritanos como El Imparcial hayan permitido expresiones grotescas y exabruptos vergonzantes de quienes se firmaban como estudiantes, y que tal vez innegablemente lo fueran, considerando su pésima redacción, las agudas faltas de ortografía y lo incoherente de su sintaxis, pero el rating es el rating…
Esta experiencia nos empuja a reflexionar sobre lo volátiles que somos como público cautivo de los medios, cómo nos manipulan tan fácil y cómo nos faltan al respeto de manera descarada. Y ni cómo negar que nosotros los lectores, el público radioescucha y los televidentes tenemos la culpa.
Todavía no comprendemos cabalmente que vivimos en una sociedad moderna que ha crecido en varios aspectos, una sociedad más informada y con un enorme abanico de opciones de donde escoger más allá de la pobreza que nos ofrecen los medios locales. Es nuestra responsabilidad saber escoger bien.
Y ahora que la Universidad de Sonora ha vuelto a la actividad, ahora que sus puertas se han abierto a la educación y a la irrepetible oportunidad de sumar esfuerzos para ampliar nuestros horizontes como individuos y como sociedad, tenemos la obligación de reflexionar sobre los últimos 57 días y aprender las lecciones que un movimiento que nos compete a todos nos ha ofrecido, entre ellas la oportunidad de distinguir entre la información que nos sirve para crecer y aprender una nueva manera de interpretar la realidad para ser mejores ciudadanos, y la información basura que sólo trata de anclarnos a la vieja y politizada tradición de manipular a los incautos para que todo permanezca igual: en esa mediocridad que se refleja en la mayoría de los medios locales.