No recuerdo cuál fue el primer poema que yo leí de Mario Benedetti ni mucho menos recuerdo quien me convocó a leerlo, pero el año de seguro debe haber sido 1976, cuando este lento animal que soy, que siempre he sido, ingresó a la Escuela de Altos Estudios de la Universidad de Sonora en calidad de joven, bello e indocumentado estudiante de Letras, rasgos que se han ido diluyendo dramáticamente con el tiempo, hasta quedar en estas rüinas que véis, bohemios, bohemitos y bohemiones…
¿Fue Daríoh? ¿Fue el César Briceño? ¿Fue nuestro bienamado José Sapién quien me pidió que leyera a Benedetti? No lo sé. Y ya nunca lo sabré porque ellos ahora mismo ya se han reencontrado con el escritor uruguayo que falleciera ayer víctima de una insuficiencia renal.
Daríoh, Briceño, Sapién, Benedetti… ¡ufff! Qué póker de personajes de la nostalgia, ¿no? Ahora mismo han de estar jugando una partida de dominó en alguna de las aulas del paraíso mientras tocan la campana para dar inicio la clase de las siete de la mañana, mientras el Roque y el Pedro Julián los miran en silencio pero pegándose la roña como los niños chiquitos que nunca dejaron de ser…
O acaso aquel cuarteto se ha perdido desde ayer en los vericuetos fantásticos de la literatura, tratando de dilucidar qué es el momento poético, qué motiva al escritor a despojarse de su mortalidad para convertirse en un semidiós transitorio que hace y deshace universos sobre el papel, cómo se contagia esa magia omnipotente que es la literatura a los simples seres humanos y los convierte en un soplo del aire ante cuya presencia parece que los ángeles desfilan en silencio…
Ya sabremos algún día, cuando nos volvamos a ver, qué estaban haciendo justo en esta fecha… nomás para salir de dudas. Y abrazo de por medio, trataremos de ir en busca del tiempo perdido para construir de nuevo la vieja y cálida amistad que se quedó trunca por obvias razones.
Ya me perdí. Yo les decía que no recuerdo el primer poema de Benedetti que leí ni recuerdo quién me encargo esa amorosa tarea. El caso es que leer a Benedetti y quedar fascinado con aquellos poemas tan simples, tan cotidianos, tan abiertos, fue una sola cosa. Después, Mario Benedetti fue uno de mis escritores de cabecera, una de las primeras influencias formales que reconozco cuando me dio la ventolera por escribir poemas.
Benedetti y Pablo Neruda fueron los culpables de que yo escribiera lo que escribí en aquellos primeros años de inconsciencia literaria, cuando armado con unos cuantos recursos poéticos me lancé una noche de diciembre, del brazo del Conrado y del Lauro, a cantar “Todos juntos ya… ¡todos juntos ya!”, y a reclamarle a la luna aquello de: “A veces es otoño y es abril, a veces es preciso despertarse entre las sombras y mirar que en el reloj de los sueños tu presencia es una hora interminable…”, y justo antes de que el alcohol nos degollara los sentidos, gritamos a la rosa de los vientos: “¡Y nos vale verso lo que piensen…!” O témpora, o mores…
Años después Benedetti dejó de ser influencia para convertirse en una compañía amorosa que me sacó de tantas barrancas de la melancolía como al buey aquel de la canción, y ocupó un lugar privilegiado en el costado izquierdo de mi alma, si se le puede decir así a mi falta de vesícula, para ir y venir de cuando en cuando, como la ola en la playa, a traerme los recuerdos vitales de “La tregua”, por ejemplo, con una Avellaneda que se nos murió a todos y nos dejó con la garganta reseca, puteándole a la vida todo aquello que la literatura nos tenía prometido y se nos fue como agua entre los dedos…
Pero el mismo Benedetti nos dio la revancha en otros libros, en otros poemas, en otras lecturas, y nos heredó la filosofía fundamental contenida en una frase maravillosa que se convirtió en toda una arte poética: “Usted es la respuesta que esperaba a una pregunta que nunca he formulado…” y las noches volvieron a tener el aroma de los azahares de la esperanza que mañana o pasado darían el fruto justo que requería nuestra melancolía adolescente porque el sur también existe…
“Ha muerto Benedetti”, dicen los diarios. Pero en el fondo todos sabemos que los grandes poetas no mueren nunca: se quedan con nosotros para siempre, y seguirán ahí aún después de que nos vayamos a otras dimensiones a meter los pies descalzos en los lentos ríos de la muerte mientras el tiempo va moldeando nuevas realidades forjadas con la arcilla antigua de todas las generaciones que han caminado sobre la faz de la tierra…
Nosotros sabemos que Benedetti no ha muerto porque es de los autores que te dicen con una sonrisa melancólica debajo del tupido bigote manchado por los años: “…todos estamos rotos pero enteros, diezmados por perdones y resabios, un poco más gastados y más sabios, más viejos y sinceros…”
Y además tenemos esa inabarcable herencia de su poesía.
Y aquí les comparto ésta que me gusta tanto:
Compañera usted sabe
que puede contar conmigo
no hasta dos o hasta diez
sino contar conmigo.
Si alguna vez advierte que la miro a los ojos
y una veta de amor reconoce en los míos
no alerte sus fusiles ni piense qué delirio
a pesar de la veta o tal vez porque existe
usted puede contar conmigo.
Si otras veces me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted es tan lindo
saber que usted existe uno se siente vivo
y cuando digo esto quiero decir contar
aunque sea hasta dos aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda presurosa en mi auxilio
sino para saber a ciencia cierta
que usted sabe que puede contar conmigo…