De verdad, a mí Fausto Soto Silva me cayó mal desde que yo era un niño, cuando oía allá en Navojoa las transmisiones de los juegos de béisbol que hacían cuando Los Mayos jugaban en Hermosillo contra Los Naranjeros y una voz un tanto chillona y diría que hasta libidinosa en el mejor sentido de la palabra navegaba por las ondas invisibles del espacio, bajaba por la antena de conejo de la radio, se colaba por entre los bulbos y salía por las bocinas de aquel viejo aparato que nos acompañó durante las mágicas noches de la infancia, sentados alrededor de doña Olga, quien mientras nos arreglaba la ropa ya mil veces remendada en la vieja máquina Singer de pedales, escuchaba la paliza que invariablemente el equipo capitalino le propinaba a la novena de nuestros amores.
Después, cuando en mi adolescencia y juventud, el Fausto arrastraba una fama de vocero del gobierno que no podía con ella, las voces de la revolución cubanasonorense lo repudiaron acremente, porque no se puede repudiar dulcemente, según dicen los hijos de la cultura del esfuerzo: “Es un vendido, un manipulador, un soldado del PRI”, decían muchos militantes de la izquierda trasnochada de mediados de los setenta que ahora han superado con creces aquella vieja fama de Fausto, dejándola en calidad de chiste infantil, y negándole la razón al viejo apotegma de Fidel Castro: “La historia me absolverá” porque la ideología saltimbanqui de aquellos antiguos simpatizantes del socialismo tiene un rango tan amplio como su cuenta bancaria, aunque en su descargo, hoy la historia tiene tan poca memoria que absuelve a cualquiera, porque lo de ayer quedó sepultado por las noticias de hoy, independientemente de que cada quien puede hacer con su voz un papalote y convertirse en vocero de quien le pegue la gana siempre y cuando no lesione a terceras personas…
Y luego no sé qué pasó. Aquel hombre me empezó a caer bien. No sé si Fausto se hizo viejo o me hice viejo yo, pero mi percepción sobre aquel hombre empezó a cambiar. . Tengo la impresión de que Fausto también empezó a cambiar: se hizo un poco más cínico a la hora de tener que lidiar con tanto adulador y tanto gatillero escondido tras una línea telefónica. Y es que si no lo hacía no podía haber durado mucho en la radio.
Creo que fue en esa época cuando el Cutberto López escribió la obra “Dios lo bendiga”, que según esto retrataba desde los pies hasta el micrófono a Fausto, y la puesta en escena generó un breve barullo que no llegó a más porque por desgracia a los sonorenses no les gusta el teatro, nomás las cabalgatas, según repiten los merolicos ahora.
Fue también en esa etapa cuando sucedió lo del “A-ñil”. Una mañana, dicen, habló una señora muy enojada porque ahí en su colonia ya tenían días en los que sólo venía agua, y muy poquita, por las noches, por lo que tenían que estar abusados para llenar baldes y botes, a lo cual el Fausto, con esa malicia inocente que tienen los nativos de Cananea, le preguntó a la doñita: “¿Y cogió anoche?”, y la señora ni tarda ni perezosa le respondió con una sonrisa degollándole el recuerdo: “¡A-ñil!” “Le pregunto si cogió agua”, aclaró Fausto, a lo que ella contestó: “Ah… también”, dijo y colgó, dejando un olor como de azufre en la cabina.
Cierto que Fausto marcó toda una época en la radio en Sonora. No sé si en la región o en México, pero al menos en Hermosillo sí. Y es que estar en una cabina durante cinco décadas no es cosa fácil, imagínense: en medio siglo el agua es capaz de perforar piedras, algunos hombres son capaces de salirse del clóset, y claro que ser la voz oficial de Los Naranjeros durante tantos años tiene su mérito, además de ir todas las mañanas a leer el diario y esperar las llamadas de la canalla para denunciar tirios y troyanos aunque no se haya sabido que esos desahogos telefónicos hayan resuelto los problemas que la gente planteó con toda esa indignidad que permite marcar un número y esperar pacientemente a que entre la llamada. Mjú.
Hoy Fausto ya se fue. Duró la friolera de 53 años frente al micrófono. Yo todavía ni siquiera era un proyecto de vida cuando Fausto ya estaba en la cabina. Por eso puedo decir que duró toda una vida ahí, a veces solo y a veces mal acompañado. Y con un séquito de lambiscones que en este momento no saben qué decirle porque ya se fue, y que ignoran que muchas veces no se requiere decir nada cuando alguien se harta de algo y se larga. Creo que eso le pasó a Fausto. Y creo que lo que menos le caería bien en este momento son discursos lisonjeros y palabras de aliento, como si su despedida significara su muerte.
Yo nunca fui un ferviente radioescucha de Fausto. Ni siquiera fui un regular radioescucha del hombre de Cananea. Debo confesar que yo prefería escuchar en aquellas mañanas frías cuando trabajaba en el CIANO, y tenía que levantarme a las cinco de la mañana para irme a la Costa de Hermosillo, a un locutor apellidado Terán, quien imitaba a Pedro Infante y cantaba en vivo cada mañana.
Después llegó aquel locutor a quien le decían el Tío Lolo y arrasó las mañanas con sus babosadas al aire (iba a decir “pendejadas”, pero sabe qué me da), y entonces yo alternaba la frecuencia entre las imitaciones de Pedro Infante y las locuras de aquel individuo que fue, a mi parecer, el precursor de tantos simulacros de locutores de hoy en día que con marcado acento regional dicen sus tonterías al aire con una impudicia propia de una teibolera en pleno desvestimiento erótico, tipos que a las primeras de cambio se pusieron un sombrero y se fueron a la cargada obscena de una política que ya no necesita de más individuos imbéciles, sino de gente inteligente y culta, que proponga proyectos de vida que se vuelvan realidad de verdad.
A la mejor por eso se fue Fausto: porque se hartó de tanto merolico de radio, prensa escrita y televisión, ahora que las noticias tienen un nuevo sabor, como si fueran carnitas de puerco para el montón de caníbales que gustan de las marranadas, empezando por supuesto por quienes están de aquel lado del monitor.
A la mejor por eso se fue el Fausto: porque para compartir el manejo noticioso con tanta gente que no vale la pena, mejor retirarse a disfrutar de la tranquilidad que ofrece un buen libro en el silencio de un estudio todavía no contaminado por las campañas negras que se acercan como el célebre relámpago del Mocorito.
Y en el fondo, a mí no me interesa mucho si alguien se queda o no en el lugar de Fausto: yo no enciendo el radio ni siquiera para escuchar la hora, y gracias a la magia del mp3 tengo toda la música que me gusta en un rinconcito de mi pc, y gracias a esa pc y al internet tengo acceso a verdaderos comunicadores de otras regiones que nos ofrecen una mirada integral de las cosas que nos suceden acá, en este pequeño pedazo de mundo que nos tocó habitar.
Como sea, que te vaya bien, Fausto, que a veces es mejor ser parte de una buena noticia que ser el comunicador corrupto que ha vendido su alma por un pedazo de gloria pasajera, como esos que ya han cubierto los espacios posibles del periodismo en nuestra región y que ya nos tienen hartos… ¡Ay, nanita!