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sábado, 22 de septiembre de 2012

Asesinatos en aras de la ideología...

Homenaje a Moralitos frente a su estatua

Los incidentes de la vida universitaria se desvanecieron ante el brutal asesinato de varios agentes de la policía. El 18 de febrero de 1974 dispararon al agente Enrique Morales Alcántar Moralitos cuando se dirigía a casa. No murió en el acto. Fue operado y se aferró a la vida durante una semana, pero a las 19:38 horas del 27 dejó de existir.

Si los autores del homicidio planearon llamar la atención, escogieron a la víctima más apropiada. Moralitos llevaba algunas décadas dirigiendo el tránsito por la calle Rosales, frente a la Escuela Alberto Gutiérrez, y se había hecho acreedor a premios y menciones de la corporación y de la sociedad por su celo en el cuidado de los niños. No fue el único policía asesinado.

El 18 de enero un gran número de estudiantes que alborotaban sobre la calle Rosales, cerca del Museo y Biblioteca, detuvieron tres camiones del servicio de transporte urbano y obligaron a los choferes a bajar. Los operarios pidieron el auxilio del policía Gilberto Acuña Figueroa, que se hallaba cerca, pero fue agredido con palos y piedras por los jóvenes.

La policía localizó poco después los vehículos y los detuvo frente a la Escuela Lázaro Mercado en el barrio de El Coloso. De uno de ellos salieron disparos de arma de fuego y el sargento 2° de la policía cayó gravemente herido. Sus compañeros detuvieron inmediatamente a José Alberto Guerrero Ortiz, que estaba en posesión de la pistola y confesó que había disparado con la intención de provocar confusión, no de herir a nadie. El agente, casado y padre de diez hijos, murió el día 22 en el Hospital General.

El 20 de febrero, dos días después del atentado contra Moralitos, se reportó a la comandancia de policía que varios jóvenes exhortaban a los albañiles que trabajaban en obras de construcción en Villa Satélite, a levantarse en armas contra la burguesía. Emprendieron la retirada al advertir que se aproximaban varias patrullas, pero sólo para resguardarse. El estudiante Andrés Peña Dessens, de Ingeniería, disparó sin acertar, y el agente que repelió el ataque le infirió una herida mortal, aunque se mantuvo con vida hasta el día 24. Tenía una bala alojada en el cerebro y no fue posible operarlo.

Otros agentes acorralaron a los demás jóvenes en Monteverde y Amado Nervo. José Shepperd Vega, de Ciencias Químicas, fue el siguiente caído. En un informe preliminar se dijo que se había herido a sí mismo por falta de experiencia en el manejo de las armas, y luego se informó abiertamente que se había suicidado. Los demás, dos mujeres y un hombre, Manuel Hiram Rodríguez Piña, que ya no era estudiante, fueron detenidos y consignados. Rodríguez confesó que él le había disparado a Moralitos.

También fueron asesinados en fechas cercanas los agentes Ramón Camargo Zepeda y Ramón Franco Islas. La muerte de este último ofrece aspectos dramáticos. Estaba comisionado para investigar el atentado contra su compañero Ramón Camargo, cuyo cadáver había sido hallado al amanecer del 21 de abril, ultimado a balazos, en la esquina de las calles Arreola y Nogales. El sábado 24, Franco Islas tripulaba una patrulla cuando lo rebasó a gran velocidad un taxi; lo siguió, y cuando estaba a punto de darle alcance recibió una ráfaga de balas.

Herido de muerte continuó la persecución un trecho más y tuvo fuerzas para avisar por radio a la central qué dirección llevaba el vehículo. La policía se movilizó rápidamente al sitio indicado y descubrió que los responsables, Samuel Oroz Cital, alumno de Altos Estudios, de 18 años, y Rodolfo Godoy Rosas, de Agricultura, de 20 años, se habían refugiado en dos casas distintas, luego de abandonar el taxi y un segundo carro, ambos robados. Los agentes de la autoridad los capturaron luego de una breve refriega en la que resultó herido el joven Oroz. Les recogieron dos pistolas calibre 38 con el número de serie limado (Información, 25 de abril).

Todos los detenidos fueron sujetos a proceso y sentenciados, inclusive maestros y estudiantes que habían participado en la planeación de los crímenes. Sólo mencionaré aquí los casos de Hiram Rodríguez y Rodolfo Flores Rosas, a quienes halló la justicia responsables de la muerte del agente Enrique Morales. Sus sentencias fueron de 28 y 30 años. Antes de que transcurrieran nueve fueron puestos en libertad al operar en su beneficio una ley de amnistía federal.

El procurador de justicia Francisco Acuña Griego declaró que habían actuado por razones ideológicas, las que difundía la Liga 23 de Septiembre, pero no eran individuos peligrosos, según 10 probaban diversos estudios psicológicos.

Estos hechos sangrientos pusieron en evidencia que algunos universitarios -no la mayoría, por fortuna- consideraban que la lucha debería salir de los límites del campus y conducirse por la vía de la violencia, según las tácticas de los guerrilleros de otros países. En un mitin realizado frente a la Escuela de Ciencias Químicas a fines de octubre de 1975, el orador principal produjo estos conceptos que eran moneda corriente entre los jóvenes:

Los estudiantes debemos pugnar por organizar un movimiento independiente de los sectores burgueses que se han manifestado en pugna a nivel nacional y estatal... Se abre ahora una coyuntura para tumbar al rector Castellanos, pero después de habernos organizado los grupos de vanguardia que existen en la Universidad (Información, 29 de octubre de 1975).

Es importante destacar que estos actos criminales coinciden con los que llevaron al cabo en forma casi simultánea algunos miembros de la Liga 19 de Septiembre, como el secuestro y posterior asesinato del cónsul norteamericano John Patterson, en abril de 1974. En 1971, algunos estudiantes del Instituto Tecnológico de Sonora, de Ciudad Obregón, asaltaron un banco en Empalme y se enfrentaron a tiros con la policía que localizó su escondite.

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Fuente:
• Carlos Moncada Ochoa. Historia General de la Universidad de Sonora. Tomo IV.

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