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viernes, 14 de septiembre de 2012

La investigación asoma a la Universidad...


La función sustantiva que mejor caracteriza a la Universidad, la investigación científica, estuvo plasmada en la Ley de Enseñanza Universitaria, durante los primeros tres lustros, como un bello propósito. Las prioridades se centraban en la atención a necesidades elementales de organización y sobrevivencia.

Muchos de los estudiantes, sobre todo los que venían de las secundarias foráneas, jamás habían asomado al lente de un microscopio. Cuando lo hacían y descubrían los microorganismos que pululaban en la gota de agua de un charco, sentían que habían descubierto otro mundo. Las bibliotecas y los laboratorios estaban en periodo de formación.

El rector Luis Encinas fue el primero en entrarle al toro, aunque con los recursos económicos y humanos limitados, los inicios tuvieron que ser modestos: creó el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) y dio los primeros pasos para la instalación de un observatorio astronómico (al principio, una caseta instalada en el techo del edificio principal) y para la creación de la Escuela de Ciencias Químicas. Pero tenía muy claro el propósito de que la investigación en la Universidad debería estar ligada a los problemas específicos de las actividades productivas de Sonora: la agricultura, la ganadería, la minería, la pesca, etcétera.

El primero de septiembre de 1961 tomó posesión del Poder Ejecutivo del Estado Luis Encinas, que aún era Rector con licencia, y el doctor Moisés Canale Rodríguez, elegido Rector el 21 para el periodo 1961-64.

Durante este periodo fue notable la influencia del gobernador en la vida universitaria, no de manera solapada e indirecta, sino franca y abierta. Encinas solía presidir la ceremonia de los informes rectorales y asistía con frecuencia a los eventos culturales que se celebraban en el auditorio de la Universidad. Por añadidura, ubicó en posiciones destacadas en la estructura de la Casa de Estudios a funcionarios de su gobierno y, a la vez, llevó a trabajara su lado a universitarios que mantenían influencia en diversos ámbitos del Alma Mater.

El ingeniero Manuel Puebla Peralta, director de Promoción y Fomento Industrial del Gobierno del Estado, fue nombrado director de la Escuela de Ciencias Químicas y del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora (CICTUS) que él creó. Sus oficinas de funcionario de gobierno fueron instaladas en el edificio del Museo y Biblioteca, espacio donde hoy trabajan maestros y alumnos de artes plásticas. A través de Puebla y del CICTUS, el gobernador contribuyó a profesionalizar la investigación y a ligarla con el aprovechamiento de los recursos naturales de Sonora.

El ingeniero Antonio Medina Hoyos, que atendía asuntos del campo y fue, en la segunda legislatura del sexenio de Encinas, diputado local por Moctezuma, fue nombrado a principios de diciembre de 1961 director de la Escuela de Agricultura y Ganadería, aunque el rechazo de los estudiantes y algunos maestros lo obligó a renunciar el 15 de enero siguiente.

El ingeniero Armando Hopkins, diputado local por Magdalena, y luego primer director general del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado de Sonora (ISSSTESON) fue, al mismo tiempo, director del Instituto de Estudios Económicos y Sociales recién creado en la Universidad.

El 24 de febrero de 1962 se colocó la primera piedra de la Escuela de Ciencias Químicas, y al iniciarse el ciclo escolar en septiembre, se puso en servicio. A la carrera de Químico Fármaco Biólogo se agregaron las de Ingeniero Industrial, Ingeniero Químico y Químico Industrial. Había la opción, para quienes terminaban Ingeniería Industrial, de convertirse también en ingenieros químicos con un año adicional de otras materias.

En la tercera generación de estudiantes no hubo inscripción en Ingeniería Industrial, que se suspendió, y quedaron Ingeniero Químico e Ingeniero Industrial Administrador, con un programa de cinco años.

En este periodo también se intentó incrementar las 750 hectáreas que el presidente Adolfo López Mateos había cedido a la Universidad, al expropiar el latifundio Green de Cananea; el doctor Canale solicitó al secretario de Agricultura, profesor Juan Gil Preciado, en septiembre de 1965, 2,300 hectáreas en la misma zona que consideraba terreno ideal para realizar estudios forestales. A la postre, se conservaron las 750 que fueron aprovechadas por los alumnos de la Escuela de Administración de Ranchos, mientras ésta funcionó. Se construyeron dormitorios y se llevó ganado de no gran calidad.

De la Secretaría se obtuvieron 200 hectáreas a la altura de la calle 12, en la costa, para experimentación agrícola, pero no se retuvieron. El 23 de septiembre de 1966, el secretario Gil Preciado pidió a la Universidad que pusiera a disposición del Centro de Investigaciones Agrícolas del Noroeste 50 de esas hectáreas, y el 30 de noviembre, el Patronato se dirigió al funcionario para solicitar que se diera por terminado el comodato sobre dicha superficie en virtud de que no tenía nuestra Casa de Estudios presupuesto para utilizarla como se había acordado.


Desde sus inicios, la Universidad consagró, entre sus funciones básicas, la investigación científica (Artículo 7°. de la Ley de Enseñanza Universitaria de 1938). Sin embargo, no contaba con los laboratorios, las bibliotecas y el personal capacitado necesarios. Inclusive cuando se contó con la posibilidad de realizar investigación agropecuaria en el seno de la Escuela de Agricultura y Ganadería, resultó que las carreras que se abrieron no alcanzaban nivel profesional -hasta que el rector Encinas creó la carrera de Ingeniero Agrónomo- y estaban encaminadas a formar técnicos, no científicos.

Llama la atención que el Centro de Investigaciones Agrícolas del Noroeste, ubicado en el Valle del Yaqui, donde desarrolló sus trabajos más relevantes el doctor Norman Borlaug, Premio Nobel, se haya fundado menos de dos años después que la Escuela Agropecuaria y que ésta no hubiera ligado al CIANO sus programas de estudio.

Con una visión clara de lo que tenían qué hacer, el ex rector Luis Encinas y el ingeniero Manuel Puebla arribaron a posiciones ejecutivas. Eficaz procurador de fondos el primero, excelente planificador el segundo, y ambos convencidos de que la Universidad era pieza clave en el Plan de 10 Años para la Industrialización de Sonora, combinaron, como ya se ha dicho, con la promoción gubernamental, la preparación de ingenieros en la Escuela de Ciencias Químicas y la investigación científica. Cómo se inició ésta lo cuenta el propio ingeniero Puebla:

El Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora CICTUS (hoy DICTUS) nace en 1963, dentro de la moderna Escuela de Ciencias Químicas, con motivo de una propuesta que presentamos a la Academia Nacional de Investigación Científica, antecesora del hoy Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología (Conacyt). La propuesta, con un presupuesto de 54 mil pesos, fue aprobada, y con el cheque en la mano se organizó el CICTUS, respaldado por los profesores, el laboratorio de investigación así como todos los laboratorios de la escuela y las modernas instalaciones piloto para el desarrollo de procesos industriales. Fue el primero en fundarse en la provincia mexicana, cuatro meses antes del Instituto de Investigaciones Tecnológicas de la Universidad de Guanajuato.

Los investigadores norteamericanos Carl N. Hodges, director del Laboratorio de Física Atmosférica, y Richard Kassander, director de Investigaciones de la Universidad de Arizona visitaron al Rector. Habían resuelto instalar una planta piloto en Puerto Peñasco pero, por su calidad de extranjeros, no podían adquirir las 20 hectáreas que requerían en la costa; por tanto, propusieron al Rector que la Universidad de Arizona daría a la de Sonora el dinero necesario para la compra, y luego la segunda rentaría el terreno a la primera.

El ingeniero Puebla hizo una contrapropuesta que los americanos aceptaron: la Universidad de Sonora compraría el terreno a través del CICTUS y lo aportaría al proyecto conjunto de ambas Universidades, con la facultad de administrarlo y de asignar investigadores sonorenses al proyecto; además, recibiría parte de las regalías generadas cuando el proyecto estuviera en marcha.

La planta piloto de Puerto Peñasco fue inaugurada el 6 de enero de 1964, ante la presencia de los gobernadores y los rectores de Sonora y Arizona, e invitados especiales, entre ellos los científicos mexicanos Nabor Carrillo Flores y Carlos Graef Fernández. Su primer programa fue la desalinización de agua de mar mediante energía solar. Se producía agua en pequeña escala pero suficiente para el consumo del personal del Ayuntamiento. Luego se emprendió el cultivo de verduras y frutas de gran tamaño en ambiente controlado. Posteriormente se incursionó en la camaronicultura.

En otros campos de la investigación nacieron en el seno del CICTUS, sigue el relato del ingeniero Puebla: “los proyectos para el aprovechamiento de las plantas silvestres de la zona árida de Sonora: la jojoba, recurso renovable capaz de producir el 80% de los productos del petróleo; la cañagria o yerba colorada, para la producción de materiales curtientes para la fabricación de calzado y prendas de vestir y otros artículos; el nacimiento de la acuacultura, basada en las experiencias de la unidad experimental Peñasco sobre cultivos en ambientes controlados; la obtención de diuranato de amonio de los minerales radioactivos del Estado; el aprovechamiento de las aguas carbonatadas de la Bahía de Adair y los procesos de oxidación reducción de minerales metálicos y no metálicos con nuevas tecnologías como los procesos de fluidización, entre otros.”

Se planeó el edificio monumental para el CICTUS que desafortunadamente no llegó a construirse. En 1964 comenzó a cabildear su aceptación el ingeniero Manuel Puebla Peralta, que concebía a esta dependencia universitaria con once divisiones: Biología, Química Inorgánica, Química Orgánica, Investigación Analítica y Control de Calidad, Física, Energía Nuclear, Ingeniería de Procesos, Ingeniería de Proyectos, Ingeniería Económica, Ingeniería Industrial y Bibliografía y Patentes. Estaría bajo la responsabilidad de un Consejo Directivo encabezado por el Rector. Puebla consideró un presupuesto aproximado de $2'300,000.00.

Al finalizar 1966, el CICTUS había probado con holgura su eficacia, de modo que el Gobierno del Estado le propuso al Patronato que aportara $100,000.00 mensuales a partir de febrero del 67 hasta agosto, inclusive, y el Gobierno entregaría otro tanto. Se reunirían así $1 '400,000.00 con los cuales se podría construir el edificio o, al menos, avanzarlo considerablemente. Con fecha 28 de febrero, el Patronato envió un oficio al Gobernador aceptando el trato. Éste fue uno de los proyectos que la huelga no permitió realizar.

El Instituto Sonorense de Antropología e Historia, creado en virtud de un convenio firmado por la  Universidad y el director general del Instituto Nacional de Antropología e  Historia, Antonio Pompa y Pompa, el 17 de diciembre de 1958, comenzó a  funcionar en enero de 1961. Se encargaba de la investigación e incremento  de los testimonios del pasado sonorense. El director era don Fernando Pesqueira.

En realidad, se dio el nombre de Instituto a las oficinas que ya ocupaba don Fernando y a las actividades que siempre había desarrollado como colaborador del Gobierno del Estado. Los frutos que se recogían eran el resultado de sus investigaciones personales. La presencia del INAH fructificó pero años después, y fuera de la órbita de la Universidad.

Bajo el rectorado del doctor Canale, el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales que jefaturaba el ingeniero Armando Hopkins Durazo editó la revista Examen. Se proponía reunir información que pudieran utilizar el Gobierno del Estado, la Universidad y los particulares en general interesados en la planificación del desarrollo de Sonora. Los objetivos eran ambiciosos y los recursos limitados.

El ingeniero Hopkins dedicaba poco tiempo a estas tareas pues era un político en activo con variadas responsabilidades, pero publicó varios números de Examen, un folleto con artículos y datos estadísticos económicos, casi todos de profesores universitarios y algunos de fuentes externas. Esta dependencia universitaria representaba una buena intención, pero sin investigadores a su disposición no le era posible dar mejores frutos.

Ya vendrían tiempos mejores.

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Fuente: Carlos Moncada. Historia General de la Universidad de Sonora. Tomo III.

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