Don Richard (Foto: Ezequiel Silva)
Originario de Sahuaripa, entró a trabajar a la Universidad de Sonora en 1945 y ahí permaneció hasta 1994. Cuarenta y nueve años de servicios: esto también habrá de ser incluido en el libro de los récords. Cuarenta y nueve años de servicios constituyen el mejor trofeo de Richard, valga decir Ricardo Ruiz.
¿Quién de los universitarios del primer entonces, o de más acá, o de ahora mismo no conoce a Richard? Hombre tranquilo, de palabra sencilla y cordial, decir Richard significa decir campos deportivos de la Universidad de Sonora.
Richard representa las primeras canchas, los primeros campos de beis, de futbol, de softbol, la primera alberca... Richard forma un solo espíritu y un cuerpo con las primeras pistas y campos de atletismo. De su ojo y mano firme y de su trote infatigable salieron los primeros y muchos de los siguientes trazos de cal sobre la tierra exigidos por los reglamentos. De su brazo dependió el mantenimiento de las superficies: libres de piedras, basura o desperfectos, de su celo dependió el cuidado que las áreas del noble combate -el deportivo- requieren para el óptimo desempeño.
¿Quién de aquellos años no recuerda a Richard, cuando no a pie, trepado atrás en la caja del pickup manejado por Miguel el “Güero” Castro Servín, en otra de las técnicas insuperables de trazado? Así repintaba y mantenía los carriles de la pista de atletismo: primeramente el triángulo para aplanar, y luego, bote en mano repleto de cal y agujero al fondo, a vueltas de rueda del viejo Chevrolet la raya volvía a aparecer blanca y exacta como si la hubieran sembrado con teodolito.
Richard se asoma a los años del cuarenta. Habla de las primeras canchas de voli y de basquet, de la alberca, de las pistas y las fosas para salto, del campo de softbol -otro de sus orgullos-. Todo orientado en aquel tiempo hacia el costado sur de la antigua Escuela Secundaria. Todo el terreno disponible hasta llegar a las aguas de la acequia, hasta el mero alambrado de las viejas huertas, hasta los rumbos del primer Gimnasio, el de la calle Rosales, e inaugurado en 1959. Se asoma a los años de la otra pista, la segunda, la que estaba en los terrenos del ahora comedor universitario. Al Estadio Olímpico, aquella esperada construcción que comenzó a funcionar en el año del sesenta.
Richard recuerda nombres de atletas y de equipos: tantos, como él mismo dice, que prefiere no citarlos porque a lo mejor sería el cuento de nunca acabar; recuerda hazañas y anécdotas, como aquélla de la perra pinta (propiedad del “Güero” Castro), un animal que de repente salía de quién sabe dónde y se echaba a correr al lado de los atletas; a veces la perra tomaba un solo carril y no daba problemas, pero en otras perseguía tobillos -a menudo en plenas competencias- y el atleta entonces tenía que cuidarse más de los mordiscos que de los rivales. ¡Se enojaba tanto el “Güero”! -asegura-.
Memoria larga: Richard, él solo, tiene material para más de un libro entero.
Richard es parte de los nombres de maestros e instructores de Deportes y Educación Física, es parte de la muchachada de calzones cortos y sudadas camisetas que acudían al terreno a devorar las marcas.
Es parte de cada primer gran suceso y de cada primera vez. Es parte y memoria de cada huella y cada recoveco de estos campos que han dado y seguirán dando asiento al deporte de la Universidad de Sonora.
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Fuente: Luis Enrique García. Memoria Gráfica del Deporte Universitario.
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