El doctor Moisés Canale Rodríguez nunca pudo abrir caminos de confianza y afecto en la juventud. Serio, formal, hecho en la vieja escuela del respeto absoluto a la autoridad ya los mayores, dejó que se levantaran y crecieran los muros que 10 separaron de los estudiantes. Su actitud no sólo era hija de los tiempos sino de su psicología personal. Tan serios como él fueron los rectores Norberto Aguirre Palancares y Luis Encinas, y alrededor de ambos se formaron grupos de estudiantes que alentaron hacia ellos un leal afecto de toda la vida.
Sólo habían pasado dos meses de su toma de posesión, en 1961, cuando brotó la primera diferencia con los estudiantes de la Escuela de Agricultura y Ganadería.
A fines de 1964 se presentó un problema más serio. Los estudiantes de Derecho se pusieron en pie de lucha contra el acuerdo del Consejo Técnico para contabilizar las faltas de asistencia. El Reglamento otorgaba el beneficio del examen ordinario a quienes hubieran asistido al 80% de las clases, pero mientras el Consejo Técnico decidió que dicho porcentaje se calculara sobre el total de las clases programadas en el año, los estudiantes, con justa lógica, exigieron que se calculara sobre el número de clases que efectivamente habían sido impartidas por el maestro. Era absurdo que las faltas de éste se consideraran clases dadas.
Como si faltaran gotas para derramar el agua del vaso, también se acordó que las boletas de calificación y el informe sobre asistencia de los alumnos se enviaran a los padres, como en la época en que sólo había Secundaria y Preparatoria en la Universidad.
Dado que el Consejo Universitario apoyó a las autoridades del plantel, los estudiantes realizaron el 28 de noviembre una manifestación en el campus universitario, con la que ridiculizaron el acuerdo. Las muchachas llevaban muñecas y biberones, y los varones portaban pantalones cortos y gorras de marinero, y saltaban la cuerda y simulaban otros juegos infantiles. La prensa se encargó de difundir el pintoresco desfile, sin contar con que, como tuvo lugar a plena luz del día, quienes pasaban por las calles aledañas a la Casa de Estudios se detenían a verlo.
El Rector se manifestó francamente encolerizado. El día 29 envió una nota al presidente de la Sociedad de Estudiantes de Derecho, Alfonso Ávila Salazar, calificando los sucesos de lamentables, y expresando la más penosa preocupación y bochorno.
La protesta de los estudiantes, hasta entonces una pequeña hoguera, pues no se les habían unido los de otras escuelas, recibió aquellas palabras como un chorro de gasolina. Las protestas se endurecieron. Hubo un mitin frente al Museo y luego los estudiantes recorrieron las calles céntricas con ostentosas mordazas; al frente llevaban una gran manta con esta leyenda: Así nos quiere Canale.
El resto del año y el de 1965, hasta la reelección del Rector, no hubo conflictos de relieve con los estudiantes. Pero al finalizar el primer año de su segundo periodo, se hizo evidente la preocupación de las autoridades universitarias -reflejo de la del Gobierno del Estado- ante la posible participación de estudiantes y maestros en la campaña política de 1967.
Origen político de la huelga
Algunos cronistas confunden el procedimiento aplicado por el PRI para designar candidato a gobernador en 1967 con el de 1961. Ese año se autorizó a los aspirantes, con el pretexto de realizar un "experimento democrático", que salieran a escena sin ocultar el propósito de obtener la candidatura y que llevaran al cabo actividades proselitistas. Dadas las complicaciones que ocasionó ese experimento, seis años más tarde regresó el PRI al procedimiento ortodoxo del cabildeo en la ciudad de México, las alianzas en la sombra y la espera disciplinada de la decisión final de la Presidencia de la República (el "dedazo").
Ciertamente, los dos primeros autodestapados iniciaron el juego como si aún estuvieran vigentes las reglas de 1961. El ganadero Enrique Cubillas formó un comité de apoyo el 29 de diciembre de 1966, y al día siguiente, arribó de México el licenciado Fausto Acosta Romo y fue objeto de un ruidoso recibimiento por parte de amigos y políticos que creyeron que era el bueno, dicho con la terminología de la época.
Acosta Romo dejó su cargo de subprocurador de la Procuraduría General de Justicia antes de que comenzara a correr el término de seis meses que el Artículo 70 de la Constitución Política de Sonora exigía a quienes tenían su residencia fuera del Estado, para restablecerla aquí. Como se sabría después, lo hizo por su cuenta y riesgo, no porque el presidente Díaz Ordaz le hubiera dado ya el visto bueno; pero que los sonorenses creyeran que ya era el candidato de Los Pinos le dio una aureola de triunfo anticipado, aunque falsa. Naturalmente, políticos y aficionados a la política lucharon por un sitio junto a quien suponían futuro gobernador y comenzaron a tejer ilusiones para el futuro.
Entre esos madrugadores figuraban muchos maestros universitarios y estudiantes avanzados a punto de terminar sus carreras; nada menos que el director de la Escuela de Derecho y Ciencias Sociales y futuro Rector, Alfonso Castellanos Idiáquez, aceptó la vicepresidencia del comité pro Acosta Romo. Era inevitable que la Universidad se viera envuelta en la contienda política.
Pasaron siete semanas para que el PRI indicara con claridad quién sería el candidato: el diputado federal Faustino Félix Serna, a quien señalaron como el bueno los líderes de los tres sectores del partido el 19 de febrero de 1967. Sin embargo, se habían tantos forjado tantas ilusiones que se resistieron a reconocer la verdad y respondieron al destape con expresiones de burla e incredulidad. Cuando el precandidato llegó a Hermosillo el día 26 y fue recibido por miles de personas en un mitin que tuvo lugar en la calle Rosales, a pocas cuadras de la Universidad, aquellas expresiones se transformaron en ira contra el PRI.
Frente al edificio principal de la Casa de Estudios, varios individuos quemaron un camión que habían estacionado ahí, luego de transportar una cincuentena de partidarios de Félix Serna. Más tarde, cuando hablaba el precandidato, un automóvil se lanzó a toda velocidad contra la multitud que, afortunadamente, abrió paso al vehículo sin que hubiera víctimas. Al concluir el mitin, una turba atacó con palos y piedras las oficinas del comité y no penetraron a ellas gracias a la intervención de la policía, que la dispersó con gases lacrimógenos.
Los atacantes buscaron refugio, en la huida, en la Universidad y hasta allá fueron perseguidos por los agentes de la autoridad. Varios de ellos fueron fotografiados en el momento en que pasan sobre la cadena de hierro de la puerta de entrada al campus, cadena que los días feriados impide el paso de vehículos. Esa foto fue reproducida mil veces como prueba de que la autonomía de la Universidad había sido violada.
Los incidentes serios, graves y pintorescos que se sucedieron en los tres meses siguientes, las actitudes, declaraciones y anécdotas, han sido tema de varios libros, ensayos y conferencias.
El 4 de marzo se integró el Frente Estudiantil Universitario Anti Imposicionista que se instaló en una tienda de campaña, en el jardín donde se encuentra hoy la estatua ecuestre del capitán Juan Francisco de Anza. La Federación de Estudiantes de la Universidad de Sonora, que se declaró apolítica, pidió y logró que el FEUAI eliminara la palabra Universitario, aunque casi todos los integrantes lo eran.
Los sectores popular, campesino y obrero del PRI declararon su candidato a Félix Serna en sendas asambleas. En cada ocasión, exceptuada la del sector campesino, que se llevó al cabo en Cajeme, los adversarios de la imposición organizaron ataques contra el comité del candidato y fueron repelidos con violencia por un grupo de choque conocido como la ola verde; llevaban sombrero de palma de ese color para identificarse en la confusión de la batalla. Uno de los contraataques de este pequeño ejército (se cree que eran unos 500) llegó hasta la tienda del FEAI, la destruyó y puso en fuga a sus ocupantes; al mismo tiempo, otro grupo desalojó a los estudiantes que sostenían una huelga de hambre en la Plaza Zaragoza, frente al palacio de gobierno.
El 26 de marzo, la convención estatal del PRI confirmó candidato a Félix Serna. Esa tarde la embestida contra las oficinas del comité fue más enconada, y como los atacantes no hallaron resistencia pues la ola verde había sido retirada, entraron al local y al restaurante contiguo, sacaron a la calle muebles y papeles, y los incendiaron. La policía no intervino. Esta acción violenta no fue realizada por los estudiantes: fue el desquite de la masa anónima ante hechos políticos opuestos a sus preferencias.
Hasta esa fecha, había sido exigencia de los universitarios que se cancelara la candidatura de Faustino Félix. Si bien no sostenían expresamente el nombre de otro candidato, los simpatizantes de Acosta Romo daban por un hecho que debería ser éste el favorecido. Pero cuando vieron que la elección interna del PRI era irreversible, cambiaron la bandera y pidieron que el gobernador Luis Encinas renunciara. Como éste dice en sus memorias, los oposicionistas pensaban sacudir la palmera para tumbar al chango. Con ese nuevo objetivo, el 29 de marzo la FEUS declaró en huelga a la Universidad.
El movimiento contó con la simpatía de una parte del magisterio y, en general, de la población de varios municipios, especialmente Hermosillo.
Salvo excepciones en el sur del Estado, las escuelas fueron cerradas como señal de protesta. Los líderes del movimiento, muchos de ellos acantonados en la Universidad, entrevistaron dos o tres veces al secretario de Gobernación, Luis Echeverría, que nunca les dio la más leve esperanza de que pudieran cambiar al candidato o desconocer al gobernador. Con mayor claridad, e inclusive con aspereza, les repitió lo mismo el Presidente de la República, durante una audiencia que les concedió en Mexicali el 23 de abril. Lo malo es que El Imparcial, que combatía al gobierno de Encinas, o no daba estas noticias o las publicaba adulteradas.
El presidente de la FEUS Hilario Valenzuela Corrales planteó, dado que no había posibilidades de triunfo, dar por terminada la huelga, pero en una asamblea general la mayoría optó por continuar. El 5 de mayo, el Rector y los directores de las escuelas invitaron a los estudiantes a volver a clases el día 8, pero ninguno respondió al llamado. Finalmente, el 17 de ese mes un regimiento de paracaidistas al mando del general José Hernández Toledo entró a la Universidad y desalojó a los huelguistas.
Una vez que los edificios de la Universidad fueron sometidos a una detenida tarea de limpieza, el personal administrativo reinició sus labores.
El Rector y los directores, que habían actuado como un organismo de toma de decisiones en aquellos meses de crisis, dado que el Consejo Universitario no se había reunido desde el 10 de febrero, invitaron a los maestros y estudiantes a continuar las clases. La respuesta fue exigua.
Por tanto, acordaron no reanudarlas hasta septiembre, cuando Luis Encinas no estaría ya en el poder. Según la FEUS, se repondrían entonces los dos meses perdidos y en octubre se realizarían los exámenes que deberían haberse aplicado en junio. En cuanto al ciclo 1967-68, comenzaría en noviembre y se extendería a junio, para efectuarse los exámenes en julio; de ser necesario, se eliminarían las vacaciones de verano.
El acuerdo no se cumplió. En septiembre volvieron los estudiantes y convencieron a buen número de maestros de que dieran "por visto" lo que había faltado en cada curso, y aplicaran los exámenes inmediatamente. Salvo algunos que dieron cinco o seis clases de reposición, la mayoría accedió. La terrible masacre de Tlatelo1co, el 2 de octubre, no tuvo eco, de momento, en la conciencia universitaria. Ciertamente, los medios de comunicación, bajo .el control del gobierno federal, no difundieron con la amplitud periodística necesaria los hechos; pero por otro lado, quizás los líderes y los grupos de oposición estaban preocupados por la normalización de sus actividades. Varios de ellos se habían autodesterrado, temerosos de que se ejecutaran órdenes de aprehensión en su contra, y acababan de regresar a sus hogares.
Y bien, la toma de la Universidad no había sido el último acto del drama. Faltaba la renuncia del rector Moisés Canale.
La tarde del 3 de septiembre, varios individuos jamás identificados secuestraron al Rector y lo condujeron al puente de La Poza, a unos veinte kilómetros al sur de Hermosillo, bajo el cual lo sometieron a violencia y vejaciones, de las que tomaron fotografías. El doctor Canale denunció los hechos ante las autoridades y al día siguiente, en sesión extraordinaria del Consejo Universitario, la primera que se celebraba después de la huelga, presentó su renuncia el 4 de septiembre de 1967.
La aceptación de la renuncia se mantuvo en suspenso, aunque el sentimiento general de indignación por el atentado movía a rechazarla.
La fecha para consumar el atropello había sido escogida con perversidad, pues el 3 de septiembre ya no era gobernador Luis Encinas y tampoco había tomado posesión Faustino Félix; ocupaba el Ejecutivo, como interino, Carlos Lafontaine pues la toma de posesión se había cambiado, mediante la reforma pertinente de la Constitución, al día 13. Por otro lado, en el curso del mes de agosto, el Rector había celebrado una entrevista con el Gobernador electo que el periodista Carlos Argüelles, director de El Sonorense, que estuvo presente, había calificado de "cordial". Era difícil, pues, identificar al autor intelectual de la villanía, que finalmente quedó impune.
El Consejo Universitario celebró varias sesiones extraordinarias en septiembre, el 4, desde luego, para conocer la renuncia y responder al doctor Canale que reconsiderara su decisión; también para informar al Presidente de la República lo sucedido, por la vía telegráfica, y solicitarle su apoyo para localizar a los culpables; el día 7, para informar sobre las gestiones realizadas ante las autoridades.
En aquella misma asamblea se supo que la Federación Médica ofrecía $50,000.00 por información que condujera a la detención de los maleantes, y el Consejo pidió al Patronato que hiciera un ofrecimiento similar. Hubo sesiones el 15, para integrar una comisión de consejeros que fueran a México para entrevistar al Presidente de la República (el viaje no llegó a efectuarse porque mientras se gestionaba la cita con el mandatario los acontecimientos se precipitaron); el 23 se propuso formar una comisión coadyuvante del Ministerio Público e insistir al doctor Canale que regresara a su cargo; y el 27, en la que el Rector ratificó su renuncia.
--
Fuente:
Carlos Moncada. Historia General de la Universidad de Sonora. Tomo III.
--
--