Han pasado once años de los ataques con aviones comerciales que mataron a casi 3 mil personas, redujeron a escombros las Torres Gemelas de Nueva York y semi destrozaron el centro neurálgico de la defensa estadounidense, el Pentágono, en Virginia, y aún persisten mucho más dudas que certezas, lo que hace suponer que no se ha dicho toda la verdad.
Supuestamente asestados por terroristas de la organización islámica Al Qaeda, estos duros golpes a la soberbia imperialista norteamericana, del 11 de septiembre de 2001 (11-S), mantienen viva la flama de una paranoica guerra contra el terror impuesta por Estados Unidos a nivel internacional y la incertidumbre sobre un eventual próximo ataque, donde sea, a cargo de fuerzas invisibles.
Las teorías sobre una siniestra conspiración dirigida desde dos naciones inofensivas, Afganistán e Irak, aplastadas después de los atentados por la furia de Washington, y las inconsistencias presentadas el 22 de julio de 2004, en el informe oficial de la Comisión que investigó los ataques, atizan aún hoy las polémicas no resueltas por los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama.
Este sospechosismo —como decimos en México— se acrecentó luego de que el 1 de mayo de 2011, Obama anunciara, se congratulara y mostrara todo tipo de evidencias videográficas y animadas de como sus marines capturaron, asesinaron y arrojaron al mar el cadáver de Osama Bin Laden, la cabeza de Al Qaeda y presunto organizador de los sucesos del 11-S.
Las versiones oficiales aseguraron que Bin Laden se refugió en su “mansión blindada” en Pakistán y, tras un intenso tiroteo con un comando de supermanes norteamericanos, se protegió detrás de las faldas de su mujer para no ser capturado. Sin embargo, esas explicaciones han sido desmentidas públicamente.
Nuevas revelaciones
En el libro recién publicado —y convertido en best seller aún antes de salir a la luz—, Un día difícil: el relato de primera mano de la misión que mató a Osama Bin Laden, se aborda la operación del comando de las Us Navy SEALs que acabó con ex líder de Al Qaeda. Matt Bissonnette, un ex integrante de esa fuerza especial, narra ahí cómo a Bin Laden le dispararon en la cabeza en cuanto lo tuvieron a tiro y que en ningún momento trató de huir, como sostiene el gobierno. Y aunque el Pentágono ya amenazó con entablar una demanda en contra del autor del libro, éste asegura que el material empleado proviene de publicaciones desclasificadas.
Distintos analistas han destacado que el 3 de mayo de 2011, es decir, dos días después de que Barack Obama y su gabinete de crisis siguieron en directo, desde el Situation Room de la Casa Blanca, la operación en la que cayó Bin Laden, el entonces director de la CIA y actual secretario de Defensa, Leon Panetta, declaró que las cámaras que llevaban los marines en sus cascos durante el asalto a la guarida del jefe terrorista fallaron durante un lapso de entre 15 y 20 minutos, razón por la que no se vieron imágenes de la parte crucial del ataque. Panetta justificó también que la fotografía difundida por la Presidencia, que mostraba la imagen de Hillary Clinton, aparentemente sorprendida y tapándose la boca con la mano por lo que veía en la transmisión en vivo, no era sino consecuencia de una típica “alergia primaveral”.
Aunado a ese mar de sospechas de ocultamiento de las cosas, los más de mil 500 constructores integrados en la asociación Arquitectos e Ingenieros por la Verdad sobre el 11/9 están solicitando una nueva investigación. Argumentan que durante sus propias indagaciones en la zona derruida, es decir, donde se levantaban las Torres Gemelas, encontraron indicios de explosivos empleados para las demoliciones controladas —conocidas como implosiones—, lo que hace suponer que la caída de los inmuebles fue una acción planeada y no por el efecto del impacto de aviones.
La mayor duda que refieren los miembros de la asociación, está en la caída de un tercer rascacielos, el llamado Edificio No.7 del World Trade Center, de 47 pisos, el cual se desplomó sin ser impactado por ninguna aeronave. Bajo la presión de los arquitectos e ingenieros, el gobierno de Obama reconoció, a través de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y del Instituto Nacional de Estándares y Tecnologías, que el edificio nunca fue colapsado por un avión, pero tampoco dio una explicación científica de su derrumbe.
Tampoco se han hecho del conocimiento público las declaraciones de otro presunto autor intelectual del 11-S, Jalid Sheij Mohamed, y de cuatro de sus cómplices, que, se sabe, han sido sometidos a torturas y amenazas durante casi seis años en la base naval de la Bahía de Guantánamo, Cuba, y otros tres años en cárceles clandestinas de la CIA. Hasta el día de hoy, esos acusados aguardan un juicio.
Otra polémica que ha salido a flote es acerca del lugar en el que se enterrarán los cientos de restos no identificados de los caídos durante los atentados. La asociación Padres y Familias de Bomberos y Víctimas del World Trade Center han manifestado su oposición a que los despojos sean depositados debajo del Museo y Monumento Nacional del 11 de Septiembre. Exigen que se mantengan en una construcción en la superficie, en una especie de Tumba del Soldado Desconocido.
Además, el juez de Nueva York, Alvin Hellerstein, declaró procedente la demanda millonaria que enfrentarán las aerolíneas American Airlines y United Continental —actualmente fusionadas—. Los dueños de las destruidas Torres Gemelas del Word Trade Center exigen como pago de indemnización 2 mil 800 millones de dólares (€ 2.250 millones), pues argumentan graves daños económicos, y acusan a las aerolíneas de haber carecido de controles adecuados de seguridad, lo que permitió a los presuntos 19 islamistas que perpetraron los ataques del 11-S abordar los aviones.
El fatídico día
Aquel 11 de septiembre de 2001, el mundo miró, atónito, el incendio y caída de las emblemáticas Torres Gemelas. Las imágenes en vivo que se transmitían a nivel internacional del derrumbe de los dos rascacielos, ubicados en el Bajo Manhattan, parecían extraídas de una película hollywoodense.
Divididos en cuatro grupos, 19 miembros de Al Qaeda secuestraron aviones de vuelo comercial para impactarlos contra varios objetivos. Los primeros aparatos tomados, los vuelos 11 de American Airlines y 175 de United Airlines, fueron desviados hacia el World Trade Center.
El primero chocó contra la Torre Norte y, 16 minutos después, el segundo avión embistió la Torre Sur. Ambos colosos se derrumbaron en menos de dos horas.
El tercer aparato, perteneciente al vuelo 77 de American Airlines, fue impactado en una de las fachadas del Pentágono, sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
El cuarto avión raptado, que cubría el vuelo 93 de United Airlines, no alcanzó su objetivo (aún no identificado), ya que se estrelló en campo abierto, cerca de Shanksville, Pensilvania, como consecuencia del enfrentamiento de los tripulantes y pasajeros con los terroristas.
Se calcula que ese día, en la hoy llamada “zona cero” de Nueva York, se encontraban alrededor de 16 mil personas, que en su mayoría fueron evacuadas. Las muertes se contabilizaron en 2 mil 973, incluidos los 246 pasajeros de los aviones estrellados. También hubo 6 mil heridos y actualmente se mantiene a 24 personas en la lista de desaparecidos.
Desde el 11-S, y ante el temor generalizado de otro suceso trágico de la misma magnitud, las políticas internacionales de seguridad aérea cambiaron en todo el mundo.
Terrorismo, el gran pretexto
Sin duda, la del 11 de septiembre de 2001 ha sido la mayor embestida terrorista sufrida por Estados Unidos en su historia, la cual supera, incluso, el atentado de Oklahoma City —cometido el 19 de abril de 1995 por los ultraderechistas Timothy McVeigh y Terry Nichols, que causó 168 muertos—, y los ataques realizados por células de Al Qaeda en contra de las embajadas de ese país en Kenia y Tanzania, en 1998.
Ante esa tragedia, un pretexto perfecto para la Imposición del Nuevo Orden Mundial anunciado por Bush desde que asumió el poder, Estados Unidos emprendió una ofensiva internacional —apoyada por varios países integrantes de la OTAN y otros aliados—, para erradicar el terrorismo mundial. La lucha antiterrorista se convirtió así en la parte medular de la política interior y exterior de los gobiernos del propio Bush y de Obama.
Por supuesto que el endurecimiento y aplicación de nuevas medidas antiterroristas han provocado indignación y severas críticas, dado el acotamiento de las libertades individuales y la mayor injerencia del Estado norteamericano en la privacidad de sus ciudadanos.
La primera guerra contra el terrorismo la emprendió Estados Unidos al invadir Afganistán, el 7 de octubre de 2001, ante la negativa del gobernante régimen talibán de entregar a Bin Laden, quien supuestamente se había refugiado en esa nación.
Una segunda guerra se inicio el 20 de marzo de 2003, con la invasión de la Unión Americana a Irak, so pretexto de que ese país poseía ocultas armas de destrucción masiva. Esta guerra provocó el derrocamiento del gobierno encabezado por Saddam Hussein. Y si bien posteriormente se demostró que no había relación alguna entre Al Qaeda y Hussein, el presidente Bush relacionó siempre a Irak con grupos terroristas.
Ya en la administración de Obama, a casi diez años del 11-S, se logró la captura de Bin Laden, lo que supondría el cese de la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, de acuerdo a varias versiones periodísticas —The New York Times, The Guardian— el sucesor de Bush ha iniciado una “guerra secreta”, autorizando ataques con drones —vehículos aéreos no tripulados— contra supuestos militantes de Al Qaeda y grupos islámicos de Yemen, Somalia y Pakistán.
Empecinados en convertirse en los guardianes del mundo, las bajas del ejército estadounidense en la lucha contra el terrorismo han superando, por mucho, el número de vidas perdidas en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y aún la comunidad internacional se pregunta cuál es el próximo país que será acusado por el gran policía de proteger a otros Bin Laden.
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Susana Hernández Espíndola
http://www.siempre.com.mx/2012/09/mar-de-sospechas-a-11-anos-del-tragico-11-s/
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