En la década de 1920 la arquitectura mexicana entró a una nueva etapa identificada como "nacionalista", siguiendo tres corrientes fundamentales: "una basada en lo colonial (neocolonial), la inspirada en lo prehispánico (neoindigenista) y una más de origen revolucionario y actual (la arquitectura Deco)". Las dos primeras se enfrentaron a serios problemas de interpretación y ejecución. La neocolonial llegó a verse como una contradicción al renovar los valores de la dominación española y seguir esquemas demasiado costosos para un país que enfrentaba problemas sociales y económicos producto de una revolución. Por su parte, la neoindigenista, por las características arquitectónicas y urbanísticas propias del esquema prehispánico, presentaba la dificultad de resolver los espacios que dieran solución a las necesidades actuales. Esta corriente aportó al Art Deco motivos ornamentales que permitían su geometrización: "Produjo una arquitectura poco unitaria en donde lo prehispánico se redujo a la ornamentación e incorporación de algunos elementos aislados, sin ser congruentes con las demás partes del edificio".
De las tres vertientes del "nacionalismo" arquitectónico, fue la tercera, el Art Deco, la que contó con más posibilidades de expresión: "la vanguardia arquitectónica que se daba en los Estados Unidos y en Europa con los rascacielos, el uso masivo del cemento armado, el vidrio cubriendo grandes claros, la incorporación de materiales nuevos, como el aluminio y acero, etcétera". Afinidad con la moderna tecnología que permitió el florecimiento del Deco en México, y que se prolongó hasta la década de los 50, a pesar de que a nivel internacional se ubica en el período de 1925 a 1940. Resolvió una serie de espacios que iban desde la vivienda hasta los hospitales, pasando por escuelas, iglesias, cines, centros deportivos, etcétera.
Este esquema ubica los inicios de la arquitectura de la Universidad de Sonora en la vertiente "nacionalista". Por una parte tenemos el Edificio de Rectoría que nos remite a las concepciones ideológicas del maestro oaxaqueño José Vasconcelos. A principios de la década de 1920 se dio la polémica antiporfiriana que alcanzó a la arquitectura. José Vasconcelos, en su apología hispanista, llegó a imponer el neocolonial en un buen número de edificaciones, principalmente en aquellas a cargo de la Secretaría de Educación Pública, que encabezaba. Fue tal el impulso dado al "estilo" que llegó a ser llamado "Renacimiento Arquitectónico Mexicano", lógicamente con más entusiasmo populista que con verdadero rigor analítico. Pasando por alto la fuerte dosis de emotividad que produjo en su momento, se reconoce como una expresión de la revolución mexicana al polemizar y cuestionar el "academicismo" porfirista.
"El neo-colonial es ideológicamente antiacadémico porque se inscribe en la impugnación de la cultura arquitectónica afrancesada. No se trata, como pudiera pensarse superficialmente, de un revival más, sujeto al capricho del comitente o del individualismo del arquitecto".
En defensa de los valores nacionales, la arquitectura postrevolucionaria regresa a los espacios y expresiones de la colonia y del México prehispánico. Regreso que en el centro del país empezó a buscar un sitio en las décadas de 1920 y 1930, compartiéndolo con los últimos suspiros de la arquitectura afrancesada del porfirismo. A la necesidad de una expresión arquitectónica nacionalista, se agregó en Hermosillo su cercanía con los estados fronterizos. Vulnerables a los embates de la cultura anglosajona, la arquitectura rescatará para los sonorenses los valores nacionales. En palabras del arquitecto Leopoldo Palafox Muñoz, autor del edificio de Rectoría, encontramos los móviles del diseño de la fachada de este edificio principal: "El estilo de la fachada será colonial, como símbolo o afirmación de nuestro origen hispánico y estando tan cerca de la frontera norte, servirá de atracción a los intelectuales y turistas norteamericanos, que con mucha frecuencia viajan a nuestro estado".
La fachada principal nos presenta el esquema típico del barroco, al manejar los elementos formales de este estilo. El arco de medio punto rematado en su parte superior por un dintel moldurado, y flanqueado por pilastras adosadas, es la síntesis del barroco mexicano. El uso del tezontle como acabado nos remite a las construcciones de este estilo que diera a la arquitectura mexicana uno de sus momentos de mayor esplendor, así como la elaboración del escudo de la Universidad en base a azulejos de color. Los elementos formales pasan a la categoría de símbolos: "Dan majestad y gracia al frontispicio siete arcos, como símbolo de las siete virtudes y se asciende a su nombre por siete gradas que son como la escala a la sabiduría".
Sin embargo, es importante notar que la solución fue dada exclusivamente en la fachada principal, resolviendo las laterales dentro de un esquema del racionalismo arquitectónico: ventanas de sección cuadrada con antepecho, muros lisos y con molduras en la cornisa que tratan de integrarlas a la fachada principal. Al construirse los cuerpos ponientes, tanto en la sección norte como sur, se marcaron los accesos con un remetimiento flanqueando la pequeña escalinata con macetas volumétricas, que nos recuerda uno de los recursos del Art Deco para estos casos. Otro elemento que llama la atención es el muro ubicado entre los arcos de la fachada principal y la escalera frontal: muro liso con puertas y "ventanas" de sección cuadrada, que representa una combinación de la arquitectura neocolonial con el racionalismo y que, dicho sea de paso, carece de sentido. Por lo que respecta a la estructura del interior, tanto de los pasillos como de los salones, éste viene siendo un retorno al racionalismo al mostrar trabes y losas en su sencilla desnudez.
El edificio de Altos Estudios, construido para albergar la Secundaria de la Universidad, repite el esquema frontal del edificio principal. Pero es importante notar un juego interesante en la composición de la fachada, al colocar el portal o acceso desfasado del eje central y cargado hacia la derecha. La planta repetía en sus inicios la del edificio de rectoría, pero con diferentes proporciones. Posteriormente se construyó una pequeña torre en el lado poniente, cerrando el espacio y dando forma a un claustro.
Estos primeros edificios estaban envueltos por un ambiente semi rural, acequias, montes, casas de adobe dispersas, etcétera. De esta época datan dos construcciones que rompen con las pretensiones estilísticas del nacionalismo arquitectónico: la alberca, al sur del conjunto, y la bodega " dientes de sierra" al noroeste del mismo. El primer ejemplo retoma los valores del racionalismo al construir la estructura según los resultados del cálculo estructural sin importar que las secciones sean diferentes. El trampolín para clavados es el elemento que rompe con el esquema formal presentando un contraste plástico dentro del conjunto. La bodega "dientes de sierra" combina el racionalismo con elementos nacionalistas, los cuerpos adosados en las fachadas oriente y poniente están resueltos con una losa inclinada y teja de barro.
Estos dos elementos, principalmente la alberca, modifican el manejo espacial del conjunto. La comunicación entre la alberca y los primeros edificios es a través de un sendero flanqueado por árboles que parte de la plazoleta frontal del actual edificio de Altos Estudios, dando lugar a un eje transversal al existente. La modificación del manejo espacial esta también dentro de los lineamientos del racionalismo al romper con "el espacio monocéntrico de la perspectiva del Renacimiento" (Renato de Fusco. Historia de la Arquitectura Contemporánea. Tomo II, Ed. Blume, Madrid, 1983). Sin embargo, con la construcción del edificio del Museo y Biblioteca, retornamos a los valores del nacionalismo arquitectónico, al regresar a una de sus tres vertientes, al Ar Deco.
El Museo y Biblioteca participa del parteaguas en la construcción de espacios arquitectónicos públicos en la ciudad de Hermosillo. Es verdad que con la construcción del Hotel Laval, en 1939, y en su primera etapa, se parafrasearon los principios del arquitecto vienés Adolf Loos sobre el "delito" de la ornamentación, por lo que podemos afirmar que este edificio viene siendo la entrada de Hermosillo a los nuevos tiempos. El edificio del Museo y Biblioteca, proyectado por los arquitectos Felipe N. Ortega y Leopoldo Palafox Muñoz, es la reafirmación de una nueva arquitectura que sentará sus reales en la ciudad durante la década de 1940. La presentación del proyecto en las "vitrinas de la Casa Lizárraga" dio pie a una polémica en la que se manifiesta la transición del "neocolonial" al Art Deco.
El periodista Fernando Juvera, después de felicitar a los arquitectos Palafox y Ortega, pasa a hacer sus observaciones sobre el proyecto.
"Tal vez los dos cuerpos salientes de la fachada principal se verían mejor rematados con dos torres de estilo eclesiástico colonial, pues la estilización que se hace en las puertas mayores se pierde en la inmensidad de las líneas rectas que caracteriza el proyecto".
La respuesta del arquitecto Felipe N. Ortega no se hace esperar. Esta refleja uno de los argumentos del funcionalismo en lo que respecta a la función y la forma, el que ésta sea resultado del "destino" para el cual fue planteado: "Si los dos cuerpos salientes de la fachada principal, se hubieran proyectado en un estilo "eclesiástico colonial" que usted propone, el edificio en vez de tener carácter de Museo, lo tendría de Iglesia y no correspondería ni con mucho, a satisfacer el objeto a que está destinado".
Pasa posteriormente a hacer una disertación sobre la arquitectura moderna, y que en cierta forma es parte de la argumentación contra el academicismo decimonónico y la primer respuesta en su contra, el "neocolonial". Los postulados que sostuvieron el neocolonial como una búsqueda de los valores nacionales, pasa a una simple cuestión de imitación: "No es necesario seguir políticas de imitación en la arquitectura, toda burda y mala imitación debe ser evitada. La imitación es casi siempre ingrata. Es necesario tener un ambiente arquitectónico en armonía y lograrlo posiblemente sin ser desleal a nuestra época".
La lealtad a nuestra época, dicho en frente del, tal vez, único edificio que trató de rescatar para Hermosillo los valores nacionales reflejados en la arquitectura, viene siendo la carta de ingreso a la época moderna.
El diseño del edificio comparte algunos elementos propios del Art Deco: "La arquitectura Deco (mexicana) se caracteriza por la sencillez y linealidad en sus formas generales; tanto plantas arquitectónicas como alzados, basan en figuras cuadrangulares en donde las curvas aparecen, a veces y sólo en las aristas para suavizar la excesiva linealidad de sus paramentos".
Aunque carece del juego de algunos elementos propios del estilo, rodapiés, zoclos, fachadas texturizadas, etcétera, probablemente por un "racionalismo" económico, si cumple con otros propios del Deco, tales como la simetría, jerarquización, contraste, ritmo, etcétera.
En cuanto a elementos decorativos y formales, los encontramos "dosificados" en áreas definidas respondiendo al citado racionalismo. Entre los materiales para acabados utilizados por el Deco, sobresale el granito, tanto en pisos como en detalles, jardineras, mostradores, etcétera. Dos son las áreas que fueron "marcadas": el gran vestíbulo frontal que sirve de envolvente a la estatua del general Abelardo L. Rodríguez, y la planta principal de la Biblioteca.
El tratamiento de los pisos exteriores e interiores, así como la colocación de los detalles, nos muestran el racionalismo bajo el cual fue pensado. Subimos las escalinatas hasta llegar a la explanada superior, observando la combinación de pisos rústicos con detalles de mosaicos formando figuras cuadradas. Al ingresar al vestíbulo, el piso rústico cede su lugar a placas de granito pulido, y las esbeltas columnas con recubrimiento del mismo material. En este espacio nos encontramos con la estatua del general Abelardo L. Rodríguez sobre un pedestal de estilo Deco. Los ingresos a la Biblioteca y al Auditorio están flanqueados por un par de jardineras de granito, achaflanadas en la parte superior.
En el interior de la Biblioteca, el diseño del pavimento responde al juego formal del estilo. La combinación de colores en juegos geométricos que se prolongan por los pasillos o marcan áreas de descanso o servicios, que "suben" por las escaleras de planta curvada y flanqueadas por jardineras escalonadas del mismo material, con sus aristas "suavizadas", el acceso al siguiente nivel por dos entradas de planta ovalada, son el juego formal del Art Deco. El acceso a la Biblioteca está marcado por dos volúmenes prismáticos y moldurados geométricamente en su parte superior, y adosados a las columnas. Continuando al interior, dos mostradores, uno a cada lado, de planta curvada y de cantos suavizados, con detalles decorativos formados por franjas del mismo material que los recorren a todo lo largo. El conjunto muestra la simetría propia del Deco.
El manejo espacial del pasillo, que une el ingreso con la planta en elevado al fondo, responde al manejo geométrico del estilo. Un plafón lo recorre a todo lo largo mostrando las líneas circulares y separada de la loza para dar lugar, probablemente, a la iluminación indirecta. Actualmente, y para reducir el volumen a refrigerar, disminuyendo el gasto de energía, lo cubre un falso plafón.
El manejo volumétrico del edificio, combina elementos formales que empezaron a utilizarse durante-la década de 1940, con otros que podríamos considerar "regionales". Característico en el manejo de la volumetría es el uso de los parteluces, como una solución al problema del asoleamiento: "Hacia 1942 se extiende la modalidad de los parteluces de concreto en forma de placa, los marcos de ventanas formados por cuatro lozas de canto y variedades que responden a la misma tendencia".
La arquitectura posterior a 1930 se caracterizaba por la simplicidad y la falta de ornamentación. La celosía con motivos geométricos fue una de las formas de integración plástica experimentadas durante este período. En el edificio del Museo y Biblioteca se cubren amplias superficies en los accesos a la Biblioteca y al Auditorio.
El funcionalismo
La revolución industrial trajo al quehacer constructivo nuevos espacios para resolver una serie de actividades producto de este evento internacional. La arquitectura anterior a la revolución industrial, se limitaba a resolver espacios relacionados con las actividades del poder, ya terrenal o espiritual, de la cual surgen los palacios y catedrales. Estas nuevas actividades se resolvieron utilizando los viejos moldes arquitectónicos durante el siglo XIX, trayendo como consecuencia un movimiento renovador a fines de este siglo y principios del presente.
El cuestionamiento de los viejos esquemas, donde las formas son el factor primordial, motivó toda una corriente de pensamiento que buscaba no sólo nuevas soluciones a las recientes actividades, sino además la utilización de una tecnología constructiva que rebasaba con creces los viejos moldes. La búsqueda de soluciones espaciales en las cuales se mezclaba la irrupción de la clase media como factor de juego político y social con nuevos materiales y técnicas constructivas, trajo como consecuencia un proceso de "racionalización en la actividad constructiva".
Entra en juego la discusión sobre la forma y la función, dando a esta última el papel preponderante en el proceso de diseño, quedando la primera relegada a un "resultado" secundario, proceso que tardó varias décadas para tomar carta de naturalización en nuestro país. Durante la década posterior a la revolución mexicana, la arquitectura "porfirista" compitió con los primeros intentos de llevar a la práctica las teorías europeas que estaban en, contra del "academicismo" decimonónico. Sin una clase media consolidada durante los tiempos en que el funcionalismo internacional hiciera su irrupción en México, la función respondía poco, adoptándose más como una reacción al porfirismo y su muy decimonónica forma de hacer arquitectura. La función, como categoría arquitectónica, ingresa a nuestro país sin la base social que la generara en el viejo continente, siendo substituida por una "masificación" de la política nacional y, por ende, de los espacios arquitectónicos a resolver. Es en este punto, donde encontramos la razón de ser del rescate de las "formas" anteriores, como el colonial o el indígena que vienen a dar un carácter propio al nacionalismo mexicano. El binomio forma-función adquiere en nuestro país una connotación distinta y particular. Aceptada la función como rectora de los espacios y sus relaciones, la memoria recupera las formas para darle una identificación regional.
Le Corbusier estableció, en 1926, los cinco puntos doctrinales para la nueva arquitectura. En torno a éstos giraría la transformación de los espacios, al ser liberados los muros del soporte de las "cargas": "debido a la estructuración a base de apoyos aislados, como en la continuidad espacial de muros, techumbres y vanos, y en el aspecto formal de las fachadas”. Algunos arquitectos mexicanos adoptaron estos principios en busca de una arquitectura racional y funcionalista, en contra "de los anticuados, obsoletos, engañosos y antirracionalistas, neocolonialistas y californianos”. El neocolonial, visto por algunos historiadores de la arquitectura mexicana como "ideológicamente anti-académico ", es reinterpretado por otros autores en los términos señalados.
La polémica parte de apreciaciones ideológicas en sus autores. Mientras los primeros inician la arquitectura pos-revolucionaria como la entrada a una nueva era, los segundos la buscan a partir de los principios del funcionalismo. Sin embargo, las dos corrientes, el neocolonialismo y el Deco, por una parte, y el funcionalismo, por la otra, tienen un arranque paralelo.
El arquitecto Antonio Toca Fernández, en su artículo" Arquitectura moderna de México: la historia oficial ", publicado en enero de 1992, nos aclara sobre el particular.
"En los años cincuenta, consolidada ya como la tendencia principal, el funcionalismo fue el estilo predominante en cualquier país que intentara tener una imagen moderna, y México no fue la excepción (...) el éxito del funcionalismo hizo que, a pesar de ser una tendencia más dentro de las diversas modalidades, pronto se identificó como la única (...) Esta arquitectura moderna fue la que se relacionó directamente con los modelos internacionales. Y se trataron de construir los mismos edificios que la arquitectura internacional había fijado como modelos, en los países avanzados y en los que no lo eran".
La arquitectura de la Universidad de Sonora está, en términos generales, dentro del ambiente estético del funcionalismo. Salvadas algunas consideraciones simbólicas en sus primeros edificios, podemos afirmar que éstos también fueron pensados en términos espaciales de funcionalismo.
A principios de los cincuentas se inauguró el edificio del actual DICTUS (Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora), y que albergó en sus inicios a la Escuela de Agricultura y Ganadería. El funcionalismo es una propuesta de carácter internacional que busca una unificación de los espacios arquitectónicos. Sin embargo, cada una de las regiones del mundo le imprimen su propio carácter utilizando los materiales regionales, dándose la posibilidad de "ampliar inmediatamente el repertorio internacional, recuperando algunos valores de la arquitectura tradicional" (Benevolo. p. 667). Este edificio responde a tal intención utilizando muros de piedra y recubrimientos de cantera. La necesidad de contar con áreas administrativas, auditorios, salones de clases y laboratorios, cada uno de ellos con sus requerimientos específicos, obliga a un esquema arquitectónico en el cual se rompe con el fuerte concepto de simetría manejado por el nacionalismo arquitectónico.
La primera etapa de la historia de la arquitectura de la Universidad de Sonora, gira en torno a los conceptos del nacionalismo arquitectónico, en sus modalidades del Art Deco y del neocolonial, y de un racionalismo con elementos formales del nacionalismo. Empieza con los viejos caudillos regionales y culmina con las primeras aventuras empresariales de agricultores y ganaderos. Transita entre espacios cargados de un simbolismo y de valores morales que buscan como uno de sus objetivos primordiales, el rescate de nuestros valores culturales, hasta edificaciones que obedecen a una política de racionalidad en la construcción. Son espacios con una carga ambiental propia de una sociedad que despega hacia el progreso y ve en sus construcciones una identidad propia.
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Fuente:
Jesús Félix Uribe. Memoria Gráfica de la Arquitectura. Universidad de Sonora. 1996.
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