La oscuridad de la noche camina por las calles. El viento juguetea entre los árboles. Un hombre se retuerce en su cama. Siente un pesado sudor que le baja del cuello. Un sudor caliente y espeso. El frío de la noche callejera le va secando el sudor. El hombre se retuerce, trata de avivar su mirada: entreabre los ojos. Murmura algo lejano, palabras sin sentido, huecas. La ventana está abierta. Cierra los ojos. El aire de la medianoche produce un ruido como de pasos. El hombre escucha el ruido a su alrededor. Una pesada neblina le va cubriendo la memoria: un manto como pantalla, en la que se mira. Los sueños se le acumulan, se suceden locamente: se mira ladrón. Entra en una casa. Lleva un cuchillo. Encuentra a un hombre, lo ataca. De un tajo lo hace agonizar... una rápida agonía cubierta de sangre. Ahora es la víctima: la muerte se acerca con rapidez. Trata de gritar pero la sangre lo asfixia, le invade la garganta. Ahora es el ladrón: camina a los lados del hombre. Registra la recámara. El hombre yace en su lecho con la agonía en el pecho, en el cuello, en la garganta. Toma las cosas de valor. Va hacia la ventana... Ya no es el ladrón, ahora es la víctima: la muerte lo tiene atrapado, los espasmos contraen su cuerpo, un frío congelante le cubre la respiración. El último aliento va huyendo sin prisa.
La oscuridad se mete en la medianoche. Un hombre salta hacia la calle por la ventana. Dentro, en el cuarto, sobre la cama, un hombre se retuerce: un sueño sin fin lo va paralizando, mientras la espesa y caliente sangre le baja del cuello...
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(A.Z. 1977)
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