Esta es una historia verdadera. Le sucedió a un amigo del primo del vecino de mi hermana, quien vive en una populosa colonia del norte de nuestra ciudad, la capital de los tinacos, a donde el rotoplas (sin alusión personal alguna, por supuesto) llegó para quedarse como si fuera el chahuixtle en tiempos de López Portillo, con abundancia petrolera y todo eso: ¡Ya nos tandearon, no nos volverán a tandear!
El caso es que el amigo del primo del vecino de mi hermana que vive por allá donde el polvo es algo así como el ambiente Windows en el que despliegan su vida los chiquillos y chiquillas que no han tenido la fortuna de inscribirse al seguro popular (“Ya ves, comadre, en este gobierno ya no venderemos la tele para curar a Chentito... y es que ni tele tenemos, comadre”), ya tiene seis años, ocho meses y 23 días desaparecido, mismo lapso en que su esposa tuvo dos hijos. Pero esa es otra histeria.
Unos dicen que el amigo del primo del vecino de mi hermana se fue de mojado y ahora está triunfando en los campos de California pizcando cítricos, que esa es meramente su especialidad. Otros, perversos como ellos solos, mencionan que huyó de la ciudad tratando de poner algunos continentes de por medio después de haberle atinado al precio junto con la Ceci, su cuñada.
Los menos señalan que se sacó la lotería y que cambió de identidad para que su parentela incómoda no le hiciera de agua embotellada su fortuna. Es más, dicen que ahora se llama Tito Sánchez, y que hasta en la tele sale para placer y disfrute de algunas féminas que tienen un alma de Yoli que no pueden con ella: hasta se visten igualito. “Eres una cruela”, le dijera Juanga a la Laisa, escondiéndose del Benedicto XVI por aquello del nazismo reloaded.
Aunque hay uno que otro que sostiene que el amigo del primo del vecino de mi hermana fue secuestrado por los narcos para que les explicara algunas estrategias de comercialización, pues este muchacho tenía drogas con todo mundo, hasta con el changarrero de la esquina, a quien le debía —según copia certificada de la libretita de deudas— algo así como 450 pesos de cigarros, sabritas y gansitos, que es la dieta común del mexicano, con todo y sus desayunos calientes de leche en polvo, huevo en polvo y PAN hecho polvo, gracias a Espino, Calderón y demás yunqueros ahora atiborrados de poder.
Dicen los que creen firmemente en esta última línea de investigación, que el amigo del primo del vecino de mi hermana tuvo problemas con algunos narcodistribuidores urbanos (yo no sé de dónde sacaron esa loca loca idea: ni que en Hermosillo hubiera narcos (nada más en Guaymas tienen una narca, según dice la letra de la tonada), y que éstos tuvieron miedo a que los delatara. “Por eso lo desaparecieron”, aseguran y después se ponen en posición de por mi culpa por mi culpa por mi gran culpa para juntar firmas y editorializar la realidad con frases hechas y demagogia barata.
Pero no pasan de eso, porque incluso los creyentes de esta última presunción ni siquiera están seguros de ello, así que ni marchas han organizado ni carteles han pegado en los postes ni volantes han repartido en los cruceros ni mantas gigantescas han colgado de los edificios exigiéndole a las corporaciones judiciales que aceleren una investigación que nadie sabe dónde comenzar porque nadie sabe con exactitud qué pasó con el amigo del primo del vecino de mi hermana, que ya tiene casi siete años de haber salido de su casa por cigarros y no ha regresado.
Yo no sé si cosas como estas pasen en otras partes del mundo. En Hermosillo a veces suceden, como le pasó al amigo del primo del vecino de mi hermana. Y es curioso observar qué tan fácil caemos todos en un asunto, real o fabricado, que algunos utilizan para manipular el discurso y dar rienda suelta a sus odios, o aprovecharlo para beneficio particular, construyendo una “opinión popular” en contra de las instituciones encargadas de brindar seguridad a la ciudadanía.
O qué fácil resulta manipularnos amparándose detrás de un oficio para exigir respeto a ese (y sólo a ese) oficio, sin importar los otros: ¿Qué importa que desaparezca un albañil? ¿qué importa que muera a tiros impunes un médico? ¿cuánto puede importar que un ingeniero caiga arrollado por el narco? ¿qué tan importante puede ser que un individuo anónimo, cualquiera que sea su oficio, sea asesinado a mansalva por expresar lo que siente, por manifestar sus ideas, por puntualizar sus inquietudes? Que contesten los que ahora se rasgan las vestiduras a diario, los que se aprovechan de una desaparición más, una entre muchas, dolorosa, cierto, pero hasta ahora es una desaparición que no tiene explicación, y que parece que para algunos resulta mucho mejor que no la tenga, no vaya a ser que...
Bueno, no sé en quién está pensando usted, pero yo estoy hablando del amigo del primo del vecino de mi hermana; ése que hace más de seis años que salió de su casa y no ha vuelto. Unos dicen que se fue de mojado; otros, que huyó de la Ceci; hay quienes señalan que se sacó la lotería y que prefirió cambiar de identidad, aunque también dicen muchos que fue secuestrado por los narcos porque sabía demasiado, aunque nunca terminó la primaria.
Yo no sé que le pasó al amigo del primo del vecino de mi hermana, sólo sé que durante estos años lo han buscado por mar y tierra (por cielo no, porque esta persona no tiene la rara habilidad de volar o, más propiamente, flotar), y no lo han encontrado.
Dicen que ya volverá, cuando le dé hambre o cuando se le acabe la lana y ya nadie le quiera disparar una cheve. Por lo pronto, sus familiares siguen viviendo como siempre, quizá más angustiados, pero viviendo.
Ah, y por cierto, ningún intelectual, ni siquiera el más podrido de los intelectuales locales, se sumó a la angustia de la familia del amigo del primo del vecino de mi hermana. A la mejor porque no era periodista. Digo, a la mejor, ¿no?
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