Un día, alguien a quien quiero mucho y que ya se quedó muy lejos en el tiempo y en el espacio, me exigió una descripción rápida de mí mismo —de myself, pues— y no pude atinar a decir otra cosa más que: “Yo soy un hombre que está siempre al borde del llanto”. Desde luego que esas palabras hicieron que aquella persona querida soltara la risa y que me calificara con una palabra grosera que no pondré aquí completamente, sólo diré que empieza con eme y termina con Amón, el Padre de los Vientos, aquella deidad cuyo culto se popularizó cuando la ciudad de Tebas pasó a ser una de las más influyentes de Egipto tras la expulsión de los hicsos a manos de los príncipes tebanos que darían origen a la Dinastía XVII. Así nomás, pues...
Yo, viendo y escuchando a aquella persona, y para estar a tono con mi representación oral, sólo solté el llanto. Sí, como el caballo aquel del Piporro, que ya cuando viejo veía yeguas jóvenes, nomás se le corrían las lágrimas.
Así me puse yo porque de cierto soy un tipo chillón que ya no le gusta ver las películas de Pedro Infante pues siempre termino en un pañuelo húmedo y moqueado. Y de Cinema Paradiso mejor ni hablamos ya que con sólo escuchar la música me derramo, en el mejor sentido de la palabra, en un lloriqueo tipo futbolista argentino cuando le sacan la tarjeta roja: ¡Voy, que te quedó jabón!
No me pregunten por qué de toda la oscura especie Latrodectus zamoraguirrescae yo soy el único que salió así.
Mis hermanos son una fiesta cuando se juntan, y en una suerte de duelo de carrilla se la pasan todo el día, colgando en el alambre de la felicidad risas explosivas como parvadas de palomas atravesando el cielo marrón del atardecer mientras aquellos seres carcajeantes juegan a la lotería o toman chocolate (¡paga lo que debes!) frente a la mirada serena y el oído ruinoso de doña Olga y el silencio atado a la manguerita de la máquina de diálisis de don Salvador…
Acaso sea que mi alma de eterno aspirante a poeta se fundió en el bronce simple de la soledad y sus designios inescrutables, porque desde niño jugaba a inventar mundos extraños con los timbres fantasiosos de las palabras.
Tal vez de ahí me vino la desvergüenza por el llanto y la poesía: Como nadie me veía, adquirí un blindaje tipo presupuestal para eso del llanto y los versos.
Posiblemente mi organismo absurdo, en esos caminos invisibles e intrincados que descubre el Dr. House, conectó los conductos lagrimales a la manera de ver y sentir la soledad.
Quizamente el llanto, entonces, es un recurso de una solitaria felicidad que estalla cada vez que resbala una gota salada por la mejilla y baja lenta mientras el mundo se reacomoda en mi ranchero concepto de vivir la vida a plenitud y a solas, sin necesidad de una mano tierna o un aliento acompasado que se deshoja en la margarita de los sueños. Pa’ saber, tú…
Julio Cortázar, en "Instrucciones para llorar", dice: Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Yo pregunté alguna vez a mi primo el Chato Peralta, quien tiene un bagaje de conocimientos como si fuera la Encyclopaedia Britannica pero con bastantes errores de ortografía, y me dijo acerca del tema que el llanto es una respuesta audible automática o voluntaria a una situación o experiencia emocionalmente angustiosa que puede incluir sollozos y lágrimas. También, claro está, puede ser una manifestación física de una respuesta emocional a una experiencia o situación angustiosa.
Y le siguió derecho el Chato: “El llanto es una respuesta emocional a una experiencia o situación de sufrimiento. Mira, los niños lloran por muchas razones y el grado de su angustia depende de los niveles de desarrollo y de las experiencias previas. El llanto en los niños es una respuesta al dolor, al temor, a la tristeza, a la frustración, a la confusión, a la ira, a la incapacidad para expresar sus sentimientos de una manera adecuada. Asimismo, el llanto es una respuesta normal de los niños a las situaciones angustiantes que no son capaces de resolver de otra manera y cuando la capacidad de un niño para hacer frente a estas situaciones se agota, el llanto es un comportamiento automático e instintivo.” ¿No les digo, eh?
Ya se sabe que no todos los días son iguales: Cada uno tiene un color y aroma particular. Hay días perfumados de árboles en flor y días en que los aromas se mezclan en el viento, mientras buscamos un soplo fresco de cara al camino mientras la memoria se llena de referencias por aquellos perjúmenes, mujer...
Y uno abre el pecho para darle cabida a todos los recuerdos que vagan como náufragos en busca de su isla: Rostros y nombres que han quedado desperdigados en el pasado, tal vez bajo la hierba fría de los cementerios; fragancias peregrinas que nos llevan a otros lugares y otros tiempos; Dios en toda su magnitud aleteando tras el cristal de la aurora; la soledad que nos rodea aún cuando estamos acompañados, anhelando el deseo de mariposear un beso a quienes ya no están, a quienes han muerto como países en el mapa del corazón: El Imperio Otomano se esfumó y dio paso a la actual Turquía; Timbuctú se murió y dejó un hueco oscuro en el croquis de la melancolía; la URSS se desmembró en pequeñas repúblicas, y Birmania desapareció y ahora existe una Myanmar extraña y ajena… cosas de la geografía, digo yo…
Y si las regiones y los países se mueren, las personas con mayor razón. Usted, amigo lector, si mira en el fondo de su alma, verá por ahí algún rostro que se ha ido poco al olvido, algún recuerdo que se ha ido deshojando lentamente, alguna situación que se ha ido sedimentando en un polvo fino y grisáceo como el beso de la muerte… y entonces sí, ¿quién nos salva de las lágrimas y la tristeza...?
Ni el Chapulín Colorado, guys… ni el Chapulín…