PRIMER TIEMPO: ¡Luces! ¡Cámara! ¡Aaaacciióon! Y entonces, el Jey Jey, con su camisa polo, de Polo, con el número dos, compareció frente a frente con Carlos Loret de Mola. “¿Le disparaste a Cabañas?, preguntó a rajatabla, cual ministerio público bisoño. El Jey Jey, a quien mucho menos gente conoce como José Jorge Balderas Garza, provocó que todos los televidentes contuvieran la respiración en espera de la gran revelación. “No”, dijo este hombre, decepcionando al respetable. Luego apareció frente a frente con Javier Alatorre. ¿Y qué hacías antes de dedicarte a lo que te dedicas?, inquirió al Jey Jey, quien no había tenido empacho en aceptar ante las cámaras de televisión que era un narcomenudista. El Jey Jey ya le había contado una pequeñísima parte de su vida cuando chiquito. A su mamá, reveló, le hablaba cada semana durante el año que estuvo prófugo acusado de atentar contra el futbolista Salvador Cabañas, dejando al respetable pensando que si conversaba tanto con la madre y uno creía que los teléfonos de la mamá estaban interceptados, pues los policías deben ser bastante malos, pues nunca se dieron cuenta de la intensa comunicación familiar que les hubiera ahorrado meses de búsqueda. El Jey Jey humano ante Alatorre y utilizando el micrófono que le puso Loret de Mola para introducir la duda razonable, también del respetable, sobre si fue él realmente quien le pegó un tiro en la cabeza a Cabañas, emergió como una celebridad, un poco cínico sí, pero con bolsillos llenos de dinero y el corazón de un bombón colombiano. Gracias a la televisión y al imaginario colectivo que impulsó la política de comunicación social del gobierno, se convirtió en el narcomenudista más famoso en la historia de México, con impacto internacional y nuevos admiradores. Vaya, un presunto delincuente de media ralea dominó la primera pista del escenario que, uno creía de esta guerra contra las drogas, no debía ser trivial.
SEGUNDO TIEMPO: Contra el que no tiene fama de malo, ¡la ignominia! Eso de no ser narcomenudista amigo de los capos del narcotráfico, es tanto en este país como no tener ninguna palanquita para que le resuelvan a uno problemas con la autoridad. Sobre todo si cae en desgracia, acusado de violación de una menor, como sucedió con Kalimba Kadjali Marichal, ex cantante del grupo pop OV7. El mismo Carlos Loret de Mola que entrevistó al Jey Jey, lo tuvo una semana antes en su estudio, donde lo crucificó. A Loret de Mola le costó credibilidad entre el respetable de clase media, pero vaya rating e incremento de popularidad —dice el filósofo de Güemes que no importa que hablen mal de uno pero que hablen— que le dio la entrevista con Kalimba. De ahí, pies en polvorosa rumbo a Estados Unidos. Desde el viernes de la semana pasada se sabía que una vez que girara el juez la orden de aprehensión, irían por él. Los peritajes a la menor que lo acusa de violación arrojaron evidencias de que, en efecto, hubo estupro. El paradero de Kalimba se convirtió en uno de los temas más buscados por la sociedad mexicana, empujando a los medios a voltear de cabeza los antecedentes del cantante y encontrar todas sus conexiones. Los periodistas persiguieron a las autoridades por todo el país hasta que en Texas, donde está el gobernador Rick Perry que no quiere ni indocumentados ni delincuentes en el estado de la estrella solitaria, lo detuvieron el jueves por pasar de ilegal, y lo deportaron. Como decían las autoridades desde la semana pasada, se tendrá que defender desde la cárcel. Será doble su defensa, aunque la parte informal de su juzgador ya lo sentenció. Los medios de comunicación lo tratan como culpable, sin la gracia que tuvieron para el Jey Jey.
TERCER TIEMPO: Gracias a los reflectores, el más malo pasó desapercibido. Durante varias semanas la cancillería mexicana ha estado en conflicto con las cancillerías centroamericanas por un tema doloroso: los centroamericanos indocumentados, 72 de ellos que fueron masacrados el año pasado en Tamaulipas y que puso el foco sobre el ominoso tema. El martes la Policía Federal, en uno de sus más importantes éxitos de los últimos tiempos, presentó detenido a Flavio Méndez. El Amarillo, como lo apodan, es un ave de altos vuelos en el sindicato del narcotráfico. Fue uno de los 33 fundadores de Los Zetas, y su jefe Heriberto Lazcano le había encomendado el sureste del país con la responsabilidad de organizar precisamente el tráfico de indocumentados desde Centroamérica. Un delincuente de carne y hueso, del cártel sanguinario y militarmente mejor capacitado del país, tuvo menos de 15 minutos de fama —metafóricamente hablando a lo Warhol—, pues por la tarde, la Policía Federal presentó a los medios al Jey Jey. El Amarillo, que estaba en la lista original de los 37 delincuentes más buscados por el gobierno del presidente Felipe Calderón, pasó al olvido popular. Ni es guapo, ni tiene novias guapas, ni apareció recién bañado en entrevistas prime time, ni nada glamoroso. Está clarísimo. Para la comunicación social del gobierno, sí hay clases entre los delincuentes. Los que retratan bien y a los que cualquiera repelería con sólo verlo. En todos los países, los malos siempre pierden. En México es al revés. Hasta Méndez, que con el soslayamiento, evitó una fama que seguro no deseaba.
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Raymundo Riva Palacio (rrivapalacio@ejecentral.com.mx)
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