Trova y algo más...

lunes, 17 de enero de 2011

Habrá gato encerrado...

En Estados Unidos las cosas están puestas patas pa’rriba, diría mi abuela (o ha de seguir diciendo allá, donde se encuentra instalada a la diestra del Señor, tomando café con el Todopoderoso y haciendo tortillas de harina sobaqueras):

Mientras que por un lado viene un fanático de los miles que habitan y cohabitan ese país y se suelta, —gracias a esa mal entendida libertad constitucional para adquirir armas— tirando balazos a diestra y siniestra con el consabido resultado de 6 muertos y 14 heridos, y los héroes que nunca deben faltar en los sucesos gringos; por el otro, la burocracia estadounidense comete las peores pendejadas en nombre de una democracia razonada con las nalgas… y no precisamente de JLo o de Beyoncé

M’explico, decía la Chimoltrufia antes de casarse con el pendejo del Cheispirito para ganarle de manera inexplicable su fama, feria y fortuna:

Como los gringos son republicanos up to the móder, aunque sean demócratas, incluyen en su deber cívico hasta a los animales domésticos.

Y como allá las mascotas son de primer nivel (ozea: hay niveles, dirían ahí junto al Victorio), para cumplir y hacer cumplir que la maquinaria de la demagogia en inglés, llaman hasta a los perros y gatos, cuantimás a las lagartijas, para que se sienten en un estrado y cumplan con el papel que el pueblo les tiene concedido.

Y ha sido así que el gato Sal, habitante de Boston, ha sido convocado como miembro de un jurado popular en la corte Suprema de Suffolk.

Su propietaria, Anna Esposito, lo inscribió en el censo de 2010, especificando —como debe de ser, pues— que se trataba de un peludo felino, hecho que probablemente haya pasado desapercibido en la burocrática y pendeja administración estadounidense.

Pese a las reclamaciones enviadas por la señora Esposito aclarando que su mascota no está calificada para servir en un jurado, la comisión del jurado obliga a Sal a presentarse en un juicio que se celebrará el 23 de marzo.

La propietaria se pregunta irónicamente cómo hará el gato para ponderar en pleno a las cuestiones que planteen los abogados en la sala.

«Cuando le pregunten si el acusado es inocente o culpable, ¿qué dirá…? ¿miau?».

(Mi primo, el Chato Peralta, dice que “Seguro que siempre responderá miau, pero para que los demás miembros del jurado sepan que quiere decir ese miau va a estar medio cabrón”. Y sí, mi primo, como casi siempre que anda borracho, tiene razón).

Bueno. El caso es que al gato Sal le gusta sentarse encima de las rodillas de su ama mientras ven series policiacas, pero a pesar de esto, Anna no cree que esté en disposición de hacer el juramento sobre la Biblia, y mucho menos discernir si la parte o contraparte es culpable o inocente de los cargos que se le imputan.

O sea: ahí nomás va a haber gato encerrado… ni más ni menos… al modo de la democracia gringa, pues…

--

--