Dice mi tía Clodomira que el Chato Peralta (su hijo y mi primo, respectivamente, y al mismo tiempo) es tan pendejo que por poquito y nace en calidad de bulto de ropa sucia.
En realidad, mi primo no es tan wey como asegura mi tía: en realidad, tiene momentos de lucidez en los que podría competir de tú a tú con cualquier diputado que se le ponga enfrente… o funcionario con derecho a réplica que busca con ahínco ganarse el fuero que le tienen prometido en un puesto de elección popular… y de ésos hay muchos…
“Ay, Armandito —me dice mi tía como si estuviera en medio de misa y enfrente del arzobispo—, te lo juro que yo quería tener un hijo genio, pero parí a este pendejo…” y luego se le queda mirando fijamente al susodicho Chato, quien nomás para aguantar la gelidez de la mirada, tiene que echarse una cahuama más fría que el deste de un pingüino…
“Es por aquello de que lo único que mata al frío es algo más frío”, dice, nada pendejito, mi primo de marras… o sea, muy tontito no es…
Pero mi tía todavía tiene un rayito de esperanza con el Chato, según he leído un interesante artículo que deja muy mal parado el dicho aquel de: “Si a los 15 años no eres genio, ya te chingaste…”
Y es que hay quienes afirman que quienes piensan que los genios nacen y no se hacen podrían estar equivocados.
A ver: ¿de dónde provienen las habilidades científicas, atléticas y artísticas?
Con frases como "músico dotado", "atleta natural" e "inteligencia innata", desde hace tiempo hemos asumido que el talento es un atributo genético que algunos de nosotros (la mosca dixit) tenemos y otros no.
Pero nuevos estudios científicos sugieren que la fuente de las habilidades es mucho más interesante y hasta improvisada. Resulta ser que todo lo que somos proviene de un proceso evolutivo de desarrollo, y ello incluye lo que obtenemos de nuestros genes.
Un siglo atrás, los genetistas consideraban a los genes como actores autómatas que repetían eternamente las mismas líneas exactamente de la misma manera, y la mayor parte del público está aún sujeto a esta idea.
Sin embargo, en años recientes, ha habido una dramática mejoría en el entendimiento de lo que es la herencia.
Ahora los científicos (los científicos buenos, claro, no los mediocres, que también existen al amparo de la retórica sin sentido) saben que los genes interactúan con su entorno, activándose y desactivándose continuamente.
En efecto, los mismos genes tienen diferentes efectos dependiendo a quién le estén hablando.
"No existen los factores genéticos que puedan ser estudiados independientemente de su ambiente", dijo el Polacas© una tarde de noviembre en la mesa 6 del Pluma Blanca. Y agregó: "No hay factores ambientales que puedan ser estudiados independientemente de su genoma. (Un atributo) emerge solamente de la interacción del gen y del ambiente".
Ello significa que todo acerca de nosotros —nuestra personalidad, inteligencia y habilidades— es realmente determinado por la vida que llevamos.
O sea, como dicen las chicas hellos: La noción misma de "innato" ya no se sostiene porque en cada caso, cada individuo comienza su vida con la capacidad de desarrollarse de varias formas distintivamente diferentes.
"Como si fuera un i-pod, el individuo tiene el potencial de tocar un sinnúmero de diferentes melodías evolutivas. Cada melodía particular de desarrollo que es tocada es seleccionada por el entorno en el cual el individuo esta creciendo", subrayó el Polacas© aquella tarde, enfundando en una camiseta Polo, como la Barbie y el JotaJota, nomás que de color fiucha porque se está preparando para salirse del closet, confesó.
¿Significa esto que los genes no importan?
No es así. Somos todos diferentes y tenemos teóricamente diferentes tipos de potencial.
Yo, por ejemplo, nunca habría podido ser como Héctor Espino. Sólo un pequeño Héctor Espino tenía la posibilidad de convertirse en el Héctor Espino que conocemos.
Pero debemos entender que Espino podría haber sido una persona completamente diferente, reconocido por habilidades diferentes. Su magnificencia en el beisbol no estaba tallada en piedra.
Como sea, este nuevo paradigma de desarrollo evolutivo es difícil de asimilar, considerando cuanto esfuerzo se ha puesto en persuadirnos de que cada uno de nosotros heredó una cantidad específica de inteligencia y que la mayoría de nosotros estamos condenados a ser mediocres.
La noción de grado fijo de IQ ha estado con nosotros por ya casi un siglo. Con todo y eso, el inventor original del test de IQ, Alfred Binet, tenía una opinión contrapuesta, y la ciencia ahora se demuestra a favor de Binet.
"La inteligencia representa un set de competencias en desarrollo", afirmó un investigador en el año 2005 luego de varias décadas de estudio. Y muchos otros investigadores del talento concuerdan con esta afirmación.
Y eso nos lleva a pensar que las personas con un alto récord académico no necesariamente han nacido más inteligentes que otras, lo que pasa es que trabajan más duro y desarrollan mayor autodisciplina.
El neozelandés James Flynn ha documentado cómo los puntajes de IQ han aumentado sostenidamente a lo largo de los siglos, lo cual, tras cuidadoso análisis, adscribe a la sofisticación cultural.
En otras palabras, nos hemos vuelto más listos a medida que nuestra cultura nos ha refinado intelectualmente.
O acaso el existen más referencias, tanto reales como cibernéticas, que los niños y jóvenes han llegado al menos a conocer, que las motivaciones originales del IQ han sido rebasadas de manera paulatina.
La norteamericana Carol Dweck ha demostrado que los estudiantes que entienden que la inteligencia es maleable y no está prefijada, son mucho más ambiciosos intelectualmente y exitosos.
Y la misma dinámica se aplica al talento.
Esto explica por qué los número uno —nadadores, ciclistas, jugadores de ajedrez, violinistas y demás— son mucho más habilidosos de lo que fueron en generaciones anteriores.
Todas estas habilidades son dependientes en un lento proceso incremental en el cual varias microculturas han descubierto como perfeccionarse. Hasta hace poco, la naturaleza de este perfeccionamiento era meramente intuitiva pero invisible a los científicos y otros observadores.
Pero en los últimos años, ha emergido un nuevo campo de "estudios de la pericia", y está documentando ingeniosamente los recursos y métodos de tales pequeños progresos incrementales.
De a poco, están logrando entender mejor cómo las diferentes actitudes, estilos de enseñanza y tipos precisos de prácticas y ejercicios hacen avanzar a las personas hacia diferentes caminos.
Y ante la pregunta de si ¿tiene un niño el potencial de desarrollarse en un atleta de clase mundial, un músico virtuoso, o un brillante científico ganador del premio Nobel?, sería insensato sugerir que cualquiera puede literalmente hacer o transformarse en cualquier tipo de cosa.
Pero la nueva ciencia nos muestra que es igualmente imprudente pensar que la mediocridad está cimentada en la mayoría de nosotros, o que cualquiera de nosotros puede conocer sus verdaderos límites antes de haber aplicado numerosos recursos e invertido una vasta cantidad de tiempo.
Nuestras habilidades no están genéticamente predeterminadas.
Son flexibles y maleables, incluso en la edad adulta. Con humildad, esperanza y con extraordinaria determinación, grandeza es algo a lo que cualquier niño —de cualquier edad— puede aspirar.
Y grandeza es a lo que aspira el Chato Peralta: romper récords cada vez de mayor envergadura; es decir, el mayor número de cervezas en menor tiempo, romper la marca mundial de ver televisión sin levantarse del sofá, permanecer más horas en la misma posición… o sea, puros retos que parecen imposibles pero que lo motivan a vivir…
Yo digo —acá entre nos y sin que lo sepa mi tía Clodomira— que el Chato es un genio en potencia que algún día entrará a los libros de récords… si no me creen, tiempo al tiempo…
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