Apenas han transcurrido unas cuantas horas de este primero de enero, y ya estamos como quien dice hasta el gorro de pronósticos (la mayoría de ellos pesimistas) en todos los campos, particularmente en el terreno económico: “El 2011 será un año difícil para México”, dicen algunos especialistas con su voz docta y servicial, sin esconder que los pesimistas para eso están: para darle malas noticias a la gente.
Y añaden: “los mexicanos tendremos que ajustarnos aún más el cinturón”, sin detenerse a observar que en el país hay, desde ya hace algunas décadas, ciudadanos que no pueden ajustarse el cinturón simple y sencillamente porque no tienen cinturón: el bicentenario ni siquiera en eso les hizo justicia.
Pronósticos van y pronósticos vienen sobre lo que nos espera durante este preelectoral año. Y en todos salimos perdiendo.
Tal parece que los vaticinadores desearían que viniera un tornado con el permiso de la globalización y nos llevara a todos a algún rincón escondido del mundo.
Sí: tal parece que estos modernos nigromantes gustan cultivar durante los primeros días de enero, y en todos los medios que estén a su alcance, los temas que habrán de cosechar lo que resta del año.
Y acaso esto no podría ser una teoría equivocada: al fin, los profetas del desastre siempre han existido, científicos o no, y han visto en su comercial imaginación que nuestro país y el mundo no soportará los embates de la globalización, del neoliberalismo, de los asteroides que asoman su nariz en lo profundo del universo, o de las ansias de expansión militar y colonial de individuos tocados por la locura, aunque esto último no encierra ningún misterio: mientras las administraciones gringas sigan siendo el portavoz de lo que pasó, pasa y pasará en el planeta (Wikileaks sólo lo ha puesto en evidencia), esta predicción es más un jirón de realidad que de fantasía. En fin.
Yo apelo a la individualidad del ser para hacer del 2011 un verdadero año nuevo.
Sabemos que de un día para otro (digamos que del 31 de diciembre al 1 de enero) el estado de las cosas que vivimos difícilmente llegan a cambiar; sin embargo, los convencionalismos que nos han impuesto nos afirman que cada 1 de enero la vida renace.
Y es posible que esto suceda, pero más que todo en un plano espiritual, sin que necesariamente mezclemos en este renacer a la religión.
Es en esa dimensión, en la espiritual, donde realmente surgen las cosas nuevas como propósitos personales que con tenacidad se convierten en beneficios colectivos.
Dejar de fumar, por ejemplo, impacta de manera positiva no nada más en el ex fumador, también en aquellos que le rodean.
Dejar de beber, perder kilos, ser más simpático o simplemente dejar de mentir, son propósitos que de alcanzarse a todos nos benefician, sobre todo si los que se han propuesto dejar de mentir son aquellos que aspiran a un puesto de elección popular este año, independientemente del partido en el que militen.
Predecir, como se ve, es un acto relativamente fácil, porque si sucede lo que se anticipa, de seguro que ya tendremos bajo la manga un Plan B (acaso morirnos todos y se acabó), y si no sucede (que es lo común), todos seguimos como estábamos (y también se acabó).
Recordemos que en los vaticinios intervienen tantos condicionales (“Si el precio del crudo mexicano...”, “Si la crisis de Singapur...”, “Si USA declara la guerra...”, “Si la exenciones fiscales al agro mexicano...”, “Si todos seguimos con vida...”, y un sinfín de absurdos etcéteras) que difícilmente se cumplen al pie de la letra.
Por el contrario, imponerse como propósito anual cambiar ciertas conductas personales es algo donde ponemos en juego algo de la dignidad propia y un mucho del bienestar ajeno.
Por ello, la enorme mayoría preferimos hacer pronósticos que enumerar propósitos.
Mi deseo para este año es que todos convivamos en paz, y que sigamos siendo complementarios: tú conmigo, yo contigo, porque sólo de esa manera podemos mantener nuestra saludable cercanía y nuestra prudente distancia como seres individuales y sociales.
Y que este año que recién comienza nos acarree ese poquito de felicidad que siempre nos hace falta para ver la vida como un territorio habitable, sobre todo por nuestros hijos.
¿Mi propósito? El de siempre: buscar que se respeten las herramientas de la paz; es decir, la inteligencia, la prudencia, la paciencia y el arte.
La cultura y la vida, en pocas palabras.
¿Quién le entra?
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