Sabe si se acuerdan de mi primo el Chato Peralta, aquel a quien dejó su mujer por un repartidor de la Coca Cola que a su vez fue abandonado por un repartidor de la Bimbo. El caso es que mi primo, que últimamente se dedica a la albañilería y que “es albañil las 24 horas del día”, la noche del viernes pasado, cuando venía a bordo de su bicicletón 28 en completo estado de ebriedad, fue impactado como a las dos de la mañana (del sábado, pues, diría López Dóriga) por un vochito que a duras penas iba subiendo la Niños Héroes, allá por las lomas de la Cinco de Mayo.
Y hasta allá fue a dar mi primo, borracho como andaba, y ya que el chofer del vochito no se detuvo ni para burlarse de él, pues mi primo, que cuando le hierve la sagre sube la temperatura en la ciudad como unos 15 grados, le salió toda su corajuda genealogía, se subió mal que bien en su bicicleta, la que por fortuna sólo sufrió ligeros raspones, y ahí se fue detrás del vochito, zigzagueando como ratero a media noche con un tambo de gas en el lomo.
No sé si fue por la nada afortunada comparación anterior o porque por ahí estaban unos oficiales de tránsito municipal con unas chicas que recogieron en el Parque Madero, besuqueándose y haciendo cosas malas que parecen malas bajo los yucatecos que están casi esquina con la Aldama, pero el caso es que los genízaros vieron pasar primero al vochito y calcularon que, dado el estado tan destartalado en que se veía, difícilmente podrían sacarle unas monedas al conductor para entregarle a las eventuales acompañantes, y casi enseguida vieron a un hombre que zigzagueaba tristemente detrás del alemán vehículo sobre una bicicleta. Sí, exacto, era el Chato.
Como gavilán que agarra y suelta no es gavilán, los gendarmes pensaron para lo poquito que les quedaba de sí: “Uno pasa, pero dos no”, y encendieron la torreta y la sirena de la patrulla, que de inmediato se convirtió de hotel de paso en vehículo oficial, y le pusieron cola a mi Primo. En cosa de 15 metros le dieron alcance porque, al verlos, el ciclista detuvo su marcha con objetivo preciso de interponer la denuncia contra la persona que iba manejando el vocho, y los tránsitos, que a veces les sale el Adrián Fernández que todos llevamos dentro, le clavaron el fierro a la máquina, así que se pasaron por un buen trecho y hubieron de meter reversa para empatarse con mi primo.
Para no hacer largo el cuento, los oficiales se bajaron de la patrulla, encararon al Chato y al verlo a los ojos nomás le dijeron, como si fueran el Piporro: “Uh, mi amigo, vienes franco: traes una beodez que le alcanzaría a toda la corporación”, y enseguida procedieron a detenerlo y, por supuesto, confiscarle sus pertenencias.
Cuando mi primo quiso decirles que en realidad iba persiguiendo a quien momentos antes lo había atropellado, los municipales sólo se rieron y le dijeron en evidente son de burla: “¡Ay, sí!: Ahora vas a salir con que eres diputado. ¡Jálele!”, le gritaron y lo echaron sobre las damas, quienes ya habían ocupado estratégicamente el asiento trasero, por lo que mi primo no tuvo más que hacer como que las manitas se le iban a los lados, tentaleando a las chicas y provocando sus chillidos de risa. Y es que este muchacho es así: mañosón, mañosón.
Mientras mi primo subía y bajaba (como el poema de José Martí) montes de espuma con las manos, los tránsitos revisaban el bote en el que se supondría que el Chato traería sus implementos albañilísticos, pero con el changazo que se había dado, producto del alcance del vochito, la cuchara y el nivel (que es lo único que tiene) quedaron regados sobre la calle. “Pues de lo perdido, lo que aparezca”, murmuraron los oficiales, y como pudieron, acomodaron la bicicleta en la cajuela.
En seguida, enfilaron rumbo al Parque Madero a dejar a las doncellas en su área de trabajo, donde también bajaron la bicla de mi primo, con la que pagaron los servicios de las féminas, y con el astrolabio de su municipal imaginación pusieron rumbo hacia la Comandancia de la Juárez, a la que llegaron raudos y veloces, y presentaron a mi cosanguíneo ante el juez calificador, quien les preguntó el motivo, causa u razón de la detención del aquí presunto implicado (ni modo, el funcionario de esa noche era un popero evadido de la década del 90).
“Mire usted, licenciado, resulta que aquí el detenido venía por la calle en completo estado de ebriedad, causando mucho ruido estertóneo (sic) y molestaba a la tranquilidá de los vecinos, ¿verdá?, y cuando le solicitamos, eso sí amablemente claro, que le bajara el volumen a su canto, el sujeto, haciendo caso omiso a nuestra observación, le subió más el tono a su melodía, y pos nosotros procedimos a detenerlo”, mientras el Chato luchaba contra las leyes de la física para mantenerse erguido y contra la versión de los representantes de la ley porque nada de lo que decían era verdad.
En su momento, mi primo dio su versión de los hechos, incluyendo el choque con el vochito, la persecusión a alta velocidad y su posterior detención (olvidó mencionar a las damiselas, sabe por qué), y en su defensa subrayó que, en esa historia, él era la víctima, no el victimario.
Ante tales palabras, el juez sólo esbozó una sonrisa ladeada y socarrona y dijo, como lo habían dicho antes los genízaros: “Ahora va a salir Usted con que es diputado, que goza de fuero y que los que estamos equivocados somos nosotros, ¿no? Órale, va pa’ dentro con todo y chivas”, y después señaló: “aquí nomás tiene vara alta el arzobispo, porque es el delegado de dios las 24 horas del día; o sea, hasta cuando duerme es un dios pequeño: Usted nomás es un hombre cualquiera”. Y luego lo echaron cual bulto en la celda...