Era mediados de la década del 70 cuando en aquellas viejas clases de redacción que nos impartía el inolvidable maestro José Sapién en la escuela de Altos Estudios de la Universidad de Sonora, nos decía que como estudiantes de Letras debíamos leer de todo para poder establecer las comparaciones necesarias y estar en condiciones de entender las diferencias que existen entre la buena y la mala literatura. Y esto era válido para todo lo que estaba impreso.
Lo que nuestro querido maestro no previó era que también aquello es válido ahora para todo lo que nos transmiten los medios, cualquiera que sea su soporte: radio, televisión, prensa escrita e internet… más los que se acumulen en la semana…
"Deben leer desde los clásicos griegos y latinos hasta las novelitas de vaqueros, pasando por Corín Tellado y Selecciones del Reader's Digest. Sólo eso les dará elementos para entender lo extenso de las técnicas de la redacción y además aprenderán a leer entre líneas. Por eso tienen la obligación de leer hasta basura...", decía aquel individuo enorme, con su mirada luminosa de esperanza, con una sonrisa cálida y abrigadora y con un entusiasmo propio de seres mesiánicos que buscaban salvarnos de la perdición maravillosa y hormonal de los 18 años bien cumplidos y unas ansias funestas por ampliar el curriculum vitae en más de un sentido.
Debo confesar que desde entonces he seguido al pie de la letra las recomendaciones del maestro Sapién, en parte para honrar su memoria y en parte para seguir cultivando la práctica de buscar las diferencias entre lo que se considera basura literaria o periodística y lo que realmente vale la pena leer porque nos deja el sedimento fundamental con el que enriquecemos nuestra vida cotidiana.
Y entre la basura que ocasionalmente leo, veo o escucho —porque tampoco se trata de amargarse el día: ni que fuera uno un redentor— se encuentran todas esas intervenciones de los periodistas y/o no que en un intento desesperado tratan de manipular a la ciudadanía multiplicando mecánicamente, sin cambiarle una sola coma, los boletines de prensa que salen del escritorio de los expertos en marketing político de los partidos.
Uno enciende la radio, la televisión, se conecta a internet o lee la prensa, y ve claros y burdos ejemplos que dan fe de ello.
Incluso, hasta viendo un partido de beisbol de las grandes ligas por Megacable le bajan a uno el entusiasmo por los Medias Rojas de Boston (no de Arizpe) al ponernos de repente, y sin anestesia, el comentario editorial de Víctor Mendoza o de Marcelo Beyliss, o “Las 5inco” con Cristal Mendívil (nombre del segmento que tal vez tiene como referencia el incendio de la Guardería ABC, acaecido el 5 de junio, en recuerdo amargo de la tragedia y que irónicamente provoca sentimientos contrarios a los mensajes que la llamada Cristal trata de infiltrarnos de manera por demás grosera).
Los televidentes no podemos evitar que nos pongan cápsulas manipuladoras de repente, pero lo menos que pedimos es que dichos comentarios cumplan con tres requisitos: 1. Que estén bien redactados y mejor leídos; 2. Que el mensaje sea objetivo en su afán descalificador; es decir, que no sean simples vómitos políticos contra la oposición, y 3. Que el comentarista sea más inteligente que el televidente, o al menos que tenga más capacidad moral que el público, porque no se vale que cualquier patán quiera venir a dictarnos lecciones de urbanidad política y de zancadillas a los contrarios si no tiene calidad moral ni siquiera para defender tímidamente su dignidad de periodista y/o no.
Y de plano, sin mucha retórica, las cápsulas no cumplen con ninguno de esos requisitos. Y donde se resbalan es precisamente en el punto 3: es que la escasez de talento local obliga a tomar decisiones precipitadas que finalmente arrojan resultados inversos: “Les sale el deste por la tirata”, diría un zurdo.
“Pues más pior”, respondería Porfirio “La Jacaranda” Rodríguez, presidenta del club de fans de El Polacas©.
El caso es que mutatis mutandi hemos llegado al meollo de esta entrega:
Sin quererlo, o quizá sin saberlo —que ya es el colmo de la torpeza—, la enorme mayoría de los medios locales, gracias a eso que los científicos sociales llaman la “Lógica inversa de Bart Simpson”, está presagiando desde ya el color del partido que gobernará Sonora a partir de septiembre próximo, el partido que ganará el domingo 5 de julio… sin que esto sea necesariamente bueno.
Sólo basta leer o escuchar entre líneas las señales que están mandando a la ciudadanía todos los medios que los sonorenses han bautizado acertadamente como los alineados (ya sabe usted cuáles, estimado amigo: aquellos que bajo el saco o la camisa traen un color rojo chillante —como si fueran demonios escapados del averno— a cambio de estratosféricas sumas de dinero que les han venido abonando desde hace más de cuatro años para fueran preparando el terreno desde entonces y para que hoy arropen al candidato priísta ocultando sus graves, terribles deficiencias, su falta de carisma político, su pobreza comunicativa y su escaso arrastre pese a los millones que le han invertido a su figura).
Y en la medida que se acerca el día de la elección, y ante la desesperación por sufrir una derrota inminente, esos medios han subido y multiplicado los calificativos para denostar a quien tácitamente dan como triunfador: entre más angustia, más comentarios a favor de los candidatos a quienes les vendieron el alma, más llamadas al celular tratando de inducir el voto, más correos electrónicos con ese lenguaje cobarde y soberbio a la vez de los que han tenido todo y están a punto de perderlo…
En su torpe intento de descalificar al candidato de la oposición que más oportunidad tiene de desbancar al PRI del gobierno del estado, y que ciertamente no es el mejor, los alineados cometieron y siguen cometiendo el error de irse a la cargada en las zancadillas provocando precisamente un ánimo contrario al que buscan: que la ciudadanía se canse, se harte de ver, escuchar y leer a esos comunicadores que han descuidado las formas con tal de señalar la paja en el ojo del candidato ajeno, sin detenerse a mirar las incapacidades en todo el organismo social del abanderado “de casa”.
Los alineados han desvirtuado lo poco de dignidad que le quedaba a las campañas enalteciendo bravuconadas, ciñéndose a guiones torpemente razonados, levantando cortinas de humo frente a las cortinas de humo, justificando tonos de hablar golpeado dignos de mejores causas y, en fin, con el fin de seguir haciendo negocios, blindando a individuos cuyo único mérito ha sido pertenecer a una subespecie de la realeza política cuyo hermetismo aristocrático ha provocado que el inevitable cruce de sangre entre parentela cercana y subrogada haya dado como fruto a una generación marcada por la taradez y la ausencia de ideas y de un verdadero compromiso con la sociedad: ellos son el mejor ejemplo, y eso no se puede ocultar, por más porras que les echen en las columnas, en los comentarios editoriales, en las páginas web y en los programas radiales de gruperos, que son el fiel reflejo del nivel cultural de muchos que desde ahora han adoptado un sombrero como moda de un sexenio fabricado en la fantasía del marketing político y las encuestas de un siguiente nivel que se ha convertido en el lugar común del choteo ciudadano común y corriente, esa gente, como nos dicen ahora...
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