Eran las 5:45 de la tarde, y me dije a mí mismo: "Mimismo, está haciendo mucho calor, yo creo que mejor no voy a la marcha", pero después de acordé del siniestro, de todo el calor y el fuego y la ceniza que tuvieron que soportar aquellos hombres y mujeres que entraron a la Guardería en busca de niños para arrebatárselos a la muerte; me imaginé el intenso calor que sofocó el aliento de los bebés y pensé que la temperatura y la sensación térmica de esta tarde no eran nada comparadas con el escenario donde danzaron por momentos la vida y la muerte en actos sucesivos, coronado por el dolor inmenso que se fraguó sobre la ciudad por todos los niños que fallecieron en esa cueva ardiente.
Y allá fuimos la Araceli y yo a la Plaza Emiliana de Zubeldía. Antes de salir, la Arely y la Arlyn, cada una en su mundo respectivo, nos recomendaron que lleváramos alguna prenda blanca. Araceli cumplió con la blusa que portaba; yo, con lo blanco de los ojos, porque ya ni los dientes los tengo blancos.
En fin. Llegamos a la Plaza y vimos un mar de gente preparada para iniciar la marcha bajo una tarde que se nos unió y permitió que la temperatura se portara generosa con todos.
Partimos lentamente, en silencio, compartiendo el dolor social de una ciudadanía que empieza a demostrar su hartazgo por tanto atropello político, por la inequidad, por el desprecio, por la impudicia, por la obscenidad del tráfico de influencias, por el favoritismo y por el trágico resultado de la combinación de todo, que fue lo que permitió que la muerte aleteara aquel viernes 5 de junio...
¡No somos muchos ni somos pocos...
pero no cuenten con nuestro voto!
Y la marcha continuaba lentamente, con la indignación en los rostros y el dolor convertido en una causa común.
El paso por la sede del Consejo Estatal Electoral no podría ser más premonitoria: Unas lonas enormes (ciertamente discretas junto a las millonarias megalonas del Epifanio) nos piden, nos exigen casi, Razona tu voto. Y sí, todos tenemos una deuda pendiente con ese voto y ese razonarlo finalmente.
Más adelante, sobre la Rosales, en una de las muchas casas identificadas como parte de la campaña del candidato del PRI a la gubernatura, una docena de jóvenes celebraban tal vez su apuesta al olvido con música de banda y carne asada, sin importarle mucho que cinco mil personas desfilaran frente a ellos en silencio, sumándose a la indignación, compartiéndola, haciéndola suya.
Dos maneras diferentes de ver y vivir la tragedia.
Plaza Zaragoza, entre el poder y la gloria...
La Plaza Zaragoza tiene ese ambiente corporativista que se manifiesta en las grandes ocasiones septembrinas, cuando al furor de la invocación de los héroes que nos dieron patria y libertad, y bajo el tepidante sonido de las campanas, con los árboles de naranjo podados para evitar, ahí sí, cualquier accidente que pudiera lesionar a los gobernantes, los gritos ensalzan una realidad histórica distante a la realidad que no toca vivir cotidianamente.
En ese ambiente, la marcha se hizo una mancha humana que se arremolinó frente a las puertas cerradas de un Palacio de Gobierno que fue mudo testigo del reclamo de miles de gargantas, de miles de corazones, de miles de esperanzas encendidas como las veladoras encendidas en las esalinatas del Museo y Biblioteca.
Ahí llegaron los reclamos. Y los reclamos fueron para el gobernador, para sus funcionarios, para los propietarios y para el Seguro Social.
"Yo soy uno de los culpables de la muerte de mi hijo. Soy culpable por ser una persona honrada, por tener que cumplir un horario de trabajo, por confiar en que su hijo estaría seguro en la guardería --dijo Roberto Zavala, quien perdiera a su hijo en el incendio, y agregó--: Señor Gobernador, aquí está uno de los responsables que está buscando, venga por mí, aquí lo estoy esperando”. El vacío y la ausencia encerrada detrás de aquellos gruesos muros le respondieron el reclamo.
Un pequeño abono para la resignación
El autor de esta pequeña crónica tuvo la oportunidad de charlar con una pareja que perdió a su hija en el incendio. Nada podría describir la agonía que está sufriendo esta mujer y este hombre que no encuentran respuestas porque las preguntas se han deshecho en las manos...
- ¿Por qué no están todos los padres de familia aquí?, le pregunté.
- Es que a muchos ya les llegaron al precio, ya los visitaron a sus casas y les ofrecieron millones de pesos por su silencio, por hacer todo lo posible por tronar este movimiento... pero la muerte de nuestro hijo no la pagan con nada, ni metiendo a la cárcel a los culpables... aunque eso sería un pequeño abono para nuestra resignación, dijeron con el rostro bañado en llanto.
- ¿Quiénes son los que compraron a algunos padres?, pregunté
- Usted ya sabe quiénes: los mismos corruptos que provocaron esta tragedia y que no quieren que la elección se les vaya de las manos, ya le han invertido a esta elección todo el dinero del mundo durante casi seis años, y ahora andan espantados porque sus candidatos se hicieron polvo... y después se retiraron y se perdieron en la parda oscuridad que se estrellaba en las puertas cerradas de un palacio que le pertenece al pueblo pero que parece subrogado para el lucro de unos cuantos...
Difícil no politizar el movimiento: si bien el dolor es paricular, el dolor es común, la indignación, la rabia que crece.
Yo me quedo con las palabras de aquella pareja ahora desgajada para siempre: Sus candidatos se hicieron polvo.
Y pienso que esos candiadtos se volvieron cenizas, como el sedimento criminal que quedó después del incendio, de aquellas lenguas de fuego infernal, rojas como muchas de las camisas de la corrupción, que caían de un techo irregular, impensable, inverosímil en una guardería...
Y me quedo con las voces colectivas de los reclamos:
¡Justicia...! ¡Justicia...! ¡Justicia...!
¡No están solos...! ¡No estás solos...!
¡Queremos una cabalgata por la justicia...!
Porque nunca más el dolor, la agonía, la muerte...
(Foto: Araceli Ruiz)