Trova y algo más...

lunes, 15 de junio de 2009

Honradez... ¿con qué se come eso?

No habríamos de sorprendernos al saber que la falta de honradez y la pobreza caminan de la mano, más bien tendríamos que indignarnos al darnos cuenta que la falta de honradez y la riqueza van juntas. En la primera, la mayoría de las veces no hay opción alguna; en la segunda, es un hábito pernicioso, un vicio miserable, una costumbre fincada en la ambición de acumular mayor riqueza o poder, o de riqueza y poder. Lo hemos constatado recientemente de manera dolorosa.
Eso no merece mayor explicación: un enorme número de pobres en México y todos los países del mundo no practican la honradez porque la sobrevivencia está por encima de toda ética. Ya se sabe que ni siquiera un cadáver es cien por ciento incorruptible: con el tiempo se va degradando en carroña agusanada y polvo inmisericorde, igual que los líderes sindicales que alcanzan curules en las cámaras de diputados y senadores para que el tullido brazo de la ley no los alcance.
Tampoco habría que desgarrarnos las vestiduras al revisar y darnos cuenta que en el curriculum espantoso de los grandes acumuladores de riqueza de la humanidad, la falta de honradez es un signo que se multiplica de familia en familia, de otra manera es imposible amasar fortunas que denigran el género humano con esa infortunada carga miseria que le endilgan a los demás, que siempre somos la mayoría anónima del mundo.
Unos y otros vivimos en un mundo en el que las situaciones ideales no existen, salvo en la literatura, el cine y en los reportajes periodísticos, de ahí que buscar la perfección en individuos falibles y después señalarlos con índice de fuego porque cayeron en la humana tentación de tomar para sí una miserable y tramposa billetera, no tiene mérito, salvo que sirvan para vender más diarios.
Ya lo dijo el licenciado Óscar “El Polacas”© Holguín en su muy particular manera de editorializar los diversos aspectos de la vida: Omnia nova placent consueta vilescunt al referirse a un reportaje aparecido en un diario local de la localidad local de este lugar.
Buscando la respuesta a preguntas que no se han formulado sobre la honradez y los habitantes de las colonias periféricas de la ciudad de Hermosillo, México, este blog, en coordinación con The New York Times, llevó a cabo un estudio express en el que participaron sociólogos, médicos, sexoservidores con zapatillas rojas, escritores, dos ex maestros de la Universidad Tecnológica de Hermosillo, todavía en proceso de huelga, y tres cantineros.
El propósito era descubrir el grado de honradez que muestran los habitantes de las colonias menos privilegiadas al encontrarse “por casualidad” una bolsa llena de pan: cuatro bolillos, dos conchas y dos pastelillos (uno de fresa y otro de vainilla).
La metodología fue muy simple: se sembraron 50 bolsas con ocho piezas de pan cada una en esquinas de barrios marginales y de invasiones del sur de la ciudad. Las bolsas contenían en su exterior la dirección electrónica (www.purochuqui.com.mx) y el teléfono celular (044-6624-005515) de la empresa que surte el producto, así como una graciosa carita de una niña rubicunda y gordezuela para inducir confianza entre aquellos que se toparan con los paquetes.
No había, pues, motivos razonables para no dar aviso a la empresa del hallazgo, salvo que no se tuviera internet en casa o no se contara con teléfono celular a la mano. Pero el doble discurso asume que la honradez está por encima de eso: bien podrían haber tomado un ruletero al centro de la ciudad, con el riesgo de ser aplastados en alguna de esas vueltas tormentosas que suelen dar los choferes del transporte urbano local para volcar sus unidades. Aunque eso es pecata minuta.
Los resultados fueron los esperados: ninguna de las bolsas fue devuelta, lo que quiere decir que existe mucho vandalismo, priva la falta de honradez y/o campea el hambre en las colonias marginales de Hermosillo. “A lo mejor es esto último”, dijeron los miembros del equipo de este estudio.
Es necesario hacer la observación que sólo tres personas no se quedaron las bolsas, pese a que observaron su contenido. Al cuestionárseles por qué no se llevaron los paquetes, señalaron que “porque en casa somos priístas y no queremos nada pero nada de nada con el pan: puras tortillas de harina comemos allá”; es decir, argumentaron motivos políticos. Sin embargo, las tres bolsas que fueron devueltas a las calles de tierra, de inmediato fueron aperingadas por igual número de transeúntes que se dirigían a algún lugar, que es casi siempre a donde nos dirigimos todos.
Así que aquellos que piensan que quienes dirigen la educación en México tiene un tarea tintánica para devolver la honradez a los hermosillenses (o a los mexicanos, en general), se quedaron cortos: el trabajo tiene más que ver con cuestiones económicas que con razones educativas, porque de acuerdo a mis largos años de experiencia en los terrenos de la cultura regional, he llegado a la conclusión de que los libros podrán devorarse con la mirada, pero no se comen.
Y eso que el hambre es canija, eh...