Trova y algo más...

jueves, 18 de junio de 2009

Víctor Lay tiene su guaguancó...

Víctor Lay se asoma por los portines de la muerte
mientras en el aire cuelgan las notas de un merengue:
la luna cascarañada se cubre con un velo de perros
para despistar las trompetas jubilosas de su alma
cuando el rumor del océano a lo lejos
se convierte en una moneda de plata.
El humo de los cigarrillos echa raíces en el ambiente.
Entonces Don Víctor pide su trago y canta
—atrapado en el sedimento de la soledad—
un bolero gris, lento y desgarrador:
la historia de una mujer abandonada
que se tatuó en el vientre el rostro de aquel hombre
que secó su saliva entre sus senos
y vació sus vísceras en la orfandad de su entrepierna desnuda,
enmarañada en el pelambre hirsuto de la angustia;
una mujer que nunca se cansó de pedirle fuego
a quien sólo le dio ceniza;
mujer océano que se ahogó en sí misma
cuando ya no pudo mantenerse a flote
y se convirtió en sirena,
silicato,
yarey…
Cuentan que en el último acorde del bolero
Víctor Lay llora como desamparado
y regresa a la tumba a evocar a esa mujer
que se hundió en sus propias aguas
antes que serle infiel a un fantasma
con otro fantasma...