No, pues yo no sé si el Benedicto XVI se refirió a mí cuando en su homilía dominical pidió a sus fieles mantener un día exclusivamente para la reflexión sobre su fe y el destino del planeta, y les recomendó no rendirse ante "el desenfreno del mundo moderno". Y era tan temprano el domingo, cuando el Bene dijo eso, que ni ganas tenía este triste suricato que soy, que siempre he sido, de cometer desenfrenos mil.
Y déjenme decirles, estimados lectores, que el divino hombre siguió sin ponerse freno, se los juro: afirmó que las sociedades de Occidente han transformado los domingos en días en que las actividades de ocio han eclipsado el significado de la jornada, que debería estar dedicada a Dios.
Y no contento con ello, citó una frase acuñada por un obispo alemán en el siglo XX: "Entreguen alma a su domingo, entreguen al domingo su alma".
Pero ayamsorrri: los domingos son los días que le dedico a mi cuerpo para embellecerlo del trajín de la semana pasada, y a prepararlo para el trajín de la semana que comienza. Así que nomás llegado el mediodía, empiezo a flotar rumbo al baño para pasarme horas y horas, como Remedios la Bella, exprimiéndome los granitos de la cara, depilando los vellos faciales no deseados y ponerme mascarillas de tuétano de grillos en el rostro para mantenerme joven y esplendoroso. Así que mientras el menjurje ese toma su tiempo, aprovecho para leer. Y me encuentro con cada sorpresa, amable lector, que se acumula a mi ya célebre sabiduría.
Mire usted, amigo lector, no me acuerdo si alguna vez le conté esto, pero si no, ahí va de nuevo: según una revista para muchachas que habita en el baño de la casa (¿se ha dado cuenta usted, estimado lector, de cuánta sabiduría se acumula en los revisteros de los baños de las casas?) hay siete cosas que una mujer no debe hacerle a un hombre en la cama, y a saber son: no lo maltrates, no le hagas demasiadas promesas, no finjas ser la dama perfecta, deja de preocuparte por tu peso, no lo retengas tanto, no se excusen con dolores y, por favor, no limpien tanto. Ignoro si en verdad existan esas siete cosas que una chica no debe hacerle a su pareja en la cama (en mis tiempos había más imaginación que reglas a seguir), más bien me suena como a fanfarronada de la estulticia propia de revistas anodinas de inicios de siglo XXI.
Quienes tuvimos la semanal fortuna de conocer la revista Alarma!, y años después a su sucesora Casos de Alarma!, allá por los años setentas y ochentas, podemos darnos cuenta fácil de cuánto se ha desvirtuado la labor informativa y lúdica de las revistas, que ahora —a diferencia de aquellas espeluznantes notas salidas de la parte escatológica de los reporteros de Alarma!— sólo ensalzan el físico, el dinero y la cuestión sexual de las parejas, sin dejarnos ver todo aquello humano que nos vuelve bestias del hombre.
Seguro que alguien por ahí extrañará las fotos de cuerpos decapitados, o los encabezados que forman ya parte del anecdotario popular: “Quísole ganar al tren; claro: murióse!!!”, “Violóla, golpeóla y matóla con una pistola”, “Fuéronse de parranda ayer: hoy hay dos vacantes en la oficina” y muchísimas joyas más del periodismo mexicano.
Y es que entre las fotos de cuerpos sanguinolentos y las de modelos anoréxicas y semidesnudas hay un mundo de diferencia. Entre las fotos de los compadres dándose machetazos y la de los chicos de apariencia andrógina caminando por la pasarela, existe mucho más que la mexicana virilidad con la que se defiende el área chica: está en juego nuestra idiosincrasia, siempre tan bocabajeada y arrinconada por los intelectuales de café y los organizadores de concursos de belleza.
Y mayor diferencia hay entre los temas frívolos de la dietética universal, los problemas amorosos de las estrellas del cine, las fortunas de los monarcas europeos y la moda veraniega que se ha impuesto en Nueva York, y las escenas de la vida nacional que nos remiten al célebre caso del muchacho perturbado de la Colonia Donceles que mató a su abuelita y la hizo tamales, las Poquianchis y sus burdeles para políticos, la mujer de Navojoa que hizo cachitos al marido con un cuchillo cebollero porque la golpeaba con la hebilla del cinturón, y las infaltables peleas de arrabal en las que invariablemente algún voluntarioso vecino resultaba degollado y quedaba como personaje de canción de Chava Flores. ¡O tempora, o mores!, cantara el aeda antes de caer en las vías del metro y morir electrocutado, como dios y Alarma! mandan.
Las revistas ya no tocan temas tan abruptos como la inolvidable Alarma! de aquellos años: prefieren adormecer a los lectores con historias que nada tienen que ver con nuestra realidad, como la dieta que sigue Christina Aguilera los días nones de cada mes par, o la ruptura de Juanes y su modelo de mujer por razones que la vulgata no está preparada para conocer, pero que a todos nos tiene con el alma en un hilo. Son ahora los noticieros de televisión los que nos muestran los productos de la miseria humana en todo su brillante esplendor para que aquellos nostálgicos de Alarma! sigan creyendo que el mundo, dentro de su globalizada imperfección, sigue siendo un buen lugar para vivir y morir mientras llegan los marcianos.
Si, mientras el Benedicto me azota con su discurso dominical antiocio y la máscara de grillo seca sobre mi piel, mi alma de bardo enamorado extraña la revista Alarma! Y es que ¿sabe Usted que la historia de esta revista se remonta al inicio de la década de los años sesenta, cuando la empresa Publicaciones Llergo decidió iniciar un proyecto periodístico, un sueño que de pronto se convirtió en realidad? Algo así como la I, pero sin eso light que tiene la publicación jilesca.
Alarma! apareció por primera vez en los puestos de revistas el 17 de abril de 1963. En su portada se publicó la nota de una popular vedette de los años 60 que fue encarcelada por un supuesto fraude con casimires que comerciaba; y poco a poco empezó a ganarse el gusto de los lectores, las ventas subieron rápidamente; sin embargo, se presentó un caso policiaco que marcó de manera definitiva el rumbo de esta revista: Las Poquianchis.
El trabajo informativo del corresponsal de Alarma! en Guanajuato y el olfato periodístico de Carlos Samayoa cuajaron un gran reportaje que le fue encomendado a Jesús Sánchez Hermosillo. El reportero se trasladó hasta San Francisco del Rincón, Guanajuato, donde hizo un exhaustivo trabajo de investigación durante varios meses que culminó con la entrevista de Las Poquianchis, quienes de manera exclusiva contaron a Alarma! su macabra historia.
Semana a semana los lectores quedaron cautivados con los impresionantes relatos de las multihomicidas y estuvieron atentos al avance del proceso penal de las detenidas. El éxito fue tal que las ventas de Alarma! subieron hasta las nubes, pues llegaron a marcar una cifra récord de 2 millones de ejemplares vendidos a la semana, y su distribución alcanzó las ciudades más importantes de Estados Unidos, además de países como Francia, Holanda y Bélgica. Incluso algunos ejemplares se distribuyeron en Japón.
Y, bueno, mejor ya ni le sigo con la romántica historia de Alarma!, pues ya dejé el teclado de la computadora lleno de la milagrosa crema de tuétano de grillo... (que ese sería otro caso para Alarma!, se lo juro, oiga), porque hoy también me la puse, aunque no es domingo… porque tengo el valor y me vale….
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