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martes, 5 de abril de 2011

Y quemar todas las palabras de amor...

Dice mi querida Karla que en una semana se pueden reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la Tierra y se les puede prender fuego.

A la mejor hasta en menos días, digo yo.

Pero qué triste sería el mundo sin palabras de amor.

Sin esa herramienta fabulosa que utilizan los amorosos para reivindicarse cada día ante el espejo orgánico que es la otredad.

Sin ese aliento que acompaña al abrazo.

Sin el susurro tierno de un “te quiero” mientras los cuerpos se dicen las cosas que se dicen los cuerpos cuando comparten una misma alma.

Serrat lo dijo a su manera:

Ella me quiso tanto... yo aún sigo enamorado.

Juntos atravesamos nostalgias del pasado.

Ella —¿cómo os diría...?— era mi luz y mi razón,

cuando en la lumbre ardían sólo palabras de amor...

Palabras de amor, sencillas y tiernas,

que echamos al vuelo por primera vez,

apenas tuvimos tiempo de aprenderlas,

recién despertábamos de la niñez.

Nos bastaban esas tres frases hechas

que entonaba aquel trasnochado galán

de historias de amor, sueños de poetas,

a los quince años no se saben más...

Ella —¿dónde andará?— tal vez aún me recuerda;

un día se marchó y jamás volví a verla.

Pero, cuando oscurece, lejos, se escucha una canción:

vieja música que acuna viejas palabras de amor…”

-o-

Pero —¿qué chiste?— Serrat es músico, además es muy famoso, y dice la Araceli que hasta guapo está, así que lo que uno diga siempre será un diálogo menor, pero no menos cierto que lo que dice el Serrat de marras, con el perdón de doña Araceli.

Sí, es posible que en una semana se puedan reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la Tierra y se les pueda prender fuego.

Es posible.

Pero ¿para qué?

Nunca está de más mirarse en el fondo de unos ojos que nos han visto de mil formas y maneras, y que acompañadas de una voz querida y conocida nos haga llegar las palabras más lindas que hemos escuchado hasta ese momento, eso que nos convierte en un hilacho de sentimientos el bajo vientre y nos hace flotar mariposas amarillas por las venas que finalmente brotan del cuerpo convertidas en besos: la metamorfosis más deseada de todas, ciertamente.

¿Para qué poner a arder las palabras de amor que ha pronunciado la humanidad?

Aunque quizá la pregunta fundamental sería: Y después de quemar las palabras de amor, ¿cómo vamos a decirnos las cosas que, como envoltura de caricias, cubren suavemente al amor?

No sé.

Tal vez para eso siempre quede la poesía.

Tal vez entonces los poetas se conviertan en personas de primera necesidad, como los antiguos amanuenses que escribían el amor de otros, de aquellos que no sabían leer ni escribir, en las cartas a una amada lejana que esperaba la llegada de las barcas de la felicidad en el puerto donde Penélope tejía y destejía la esperanza de un beso final de su amado...

Tal vez así estemos todos cuando las palabras de amor ardan en la pira.

Tal vez así moriremos abrazados a un último roce de los labios queridos:

Palabras de amor, sencillas y tiernas, que echamos al vuelo por primera vez...

-.-

-o-

A veces dormida,

despierta a veces,

pero siempre en mi alma

como el mar y los peces.

-o-

En la noche del agua

encendí los quinqués

para que mis gaviotas

picotearan tus pies.

-o-

Y yo te quise entonces

como te quiero ahora:

con la luz de tus ojos

incendiando mi aurora.

-o-

He sorteado tifones

en tu boca serena

y levanté castillos

en tu cuerpo de arena.

-o-

No necesito verte

para saberte aquí:

el rumor de tus olas

llega siempre hasta mí.

-o-

Y me bañan tus aguas,

tus peces, tu risa,

y me ahogo en silencio

abrazado a tu brisa.

Dormida a veces,

a veces despierta,

pero siempre en mi playa

como huella secreta.

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Yo no seré Serrat ni famoso ni estaré guapo, pero cuando escribo bonito, escribo bonito.

Y no me importaría que quemaran las palabras que escribo, siempre y cuando no me quiten la voz para decir te quiero mucho...

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