Escombros... había gente huyendo por los túneles, sobrevivientes escapaban por las tribunas, Madrid estaba en llamas. Al minuto 87, Messi demolió el estadio. El Bernabéu era una ruina. Muy temprano, cinco minutos tenía el juego cuando Mourinho había retrocedido 40 metros. Una estampa vulgar desde las alturas, nueve Copas de Europa encerradas en un cajón.
Real Madrid no sólo cedió su terreno, entregó al Barcelona las llaves de la ciudad. Lo hizo en un momento cumbre de la historia del futbol, justo cuando el mundo impulsado con nuevas tecnologías acudía en tiempo real a un debate antiguo, ahora remasterizado por internet.
El futbol encontró esta semana argumentos perfectos para polarizar su afición.
La figura de los técnicos alcanzó en las últimas horas cotas mesiánicas. Las redes sociales montaban altares en nombre de Josep Guardiola o José Mourinho. El riesgo para el perdedor era enorme. Mourinho lo asumió negociando la historia de su equipo. Incluso corrigió a Di Stéfano.
Guardiola lo hizo en favor del suyo, sin renunciar a lo que es. El juicio de esta noche es sumario: el deporte que se juega con un balón en los pies pertenece al Barcelona. Sin embargo, la clave del partido, por excéntrico que parezca estaba en la ausencia de Carvalho y la presencia de Puyol. Sin el central portugués, el Madrid perdió el subconsciente de Pepe (expulsión rigorista), ese instrumento humano que Mourinho ha utilizado para demostrar su teoría robótica.
Mientras, con su capitán en el campo, el Barça encontraba los cimientos de su cantera. Hay en estos futbolistas catalanes un extraño lazo familiar. Son hermanos de sangre y piedra. El primer tiempo arrancó y terminó aturdido. Todavía se escuchaban las roncas declaraciones del martes.
El Bernabéu, ensordecedor como siempre, homenajeaba al puto amo, al puto jefe, con elocuencia, algo de ignorancia y mucha arrogancia.
El pequeño país, del que dice venir Pep Guardiola, apenas podía escucharse en el gallinero del estadio. La grada Alta del Fondo Norte del Bernabéu era Catalunya. Aquí otro factor concluyente, el futbol español, su prensa y afición sufren la más cruenta división política de su vida, cuando aún no se cumple el año del campeonato mundial de España. Los clásicos han servido para demostrar lo poco que valen jugadores como Casillas, Xavi, Piqué, Alonso y Villa para uno u otro bando. Sea en el Bernabéu o en el Camp Nou, son insultados como Barrabás.
El partido en su verdadera magnitud, la futbolística, tan olvidada por tanto escándalo, pasó desapercibido. Todo se resume a Messi (0-1 y 0-2). El jugador que recogió la pelota en nombre de un estilo y atravesó la cancha a nombre de un equipo. Detrás suyo iban cayendo palabras, frases, opiniones, ruidos y declaraciones. Acabó con todos. El Barcelona es a Messi, lo que Messi al futbol, casi todo.
Al final, como los grandes villanos, Mourinho volvió. Clavó el asterisco del arbitraje sobre el lomo del que puede ser el mejor equipo de la historia. Una crueldad para tan poco futbol.
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Escrito por José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo para La Afición.
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