
No recuerdo tu nombre.
He olvidado el color de tus ojos
pero no el sabor de tu saliva entre mis dientes,
ni el olor de tus axilas recién lavadas.
Sé que tus manos eran enormes
y que cabían en ellas los manojos de flores azules y amarillas
con que alimentábamos la espera
en las horas más grises de la historia:
las del dolor compartido...
Llegué a ti como cachorro extraviado en medio de la lluvia
y me uncí a tu cuerpo
como quien se aferra a una tarde de domingo...
Te amarré a mí una tarde de noviembre,
y la angustia de tu recuerdo se me quedó sin nombre.
No puedo más: eres libre,
te puedes marchar mientras me desintegro en el olvido...
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